Se suponía que había llegado la hora, que los ejércitos árabes ahora sí vengarían las derrotas de 1948 y 1956. Las declaraciones de Nasser eran cada vez más eufóricas y triunfalistas. Desde Siria, se expresaban en términos y tonos parecidos. Efectivamente, los líderes árabes estaban convencidos de que había llegado la hora o, para ser más precisos, de que había llegado la hora final para Israel.
Los programas de radio y los titulares de los diarios de El Cairo de ese mes de mayo de 1967 hoy son un documento de antología, porque demuestran la falsedad de los dirigentes árabes cuando luego de la derrota afirmaban que la agresión provino de Israel, o que fueron derrotados gracias al apoyo que los judíos recibieron por parte de Estados Unidos e Inglaterra.
A decir verdad, todo parecía conjugarse en contra de Israel en esa segunda quincena de mayo de 1967. Nasser avanzó con sus tropas, aviones y tanques sobre la península de Sinaí, rompiendo los acuerdos de 1957. Como para que no quedaran dudas acerca de sus objetivos, las tropas de Naciones Unidas apostadas allí como garantía de seguridad en las fronteras, fueron retiradas. Como fruta del postre, el 23 de mayo Egipto bloqueó el estrecho de Tirán.
Todas y cada una de estas decisiones se realizaban al margen de la ley, pero como estaban tan convencidos de que ganaban la guerra, los muchachos se daban el lujo de desconocer los acuerdos y compromisos. Comprensible. El objetivo de ahogar a los judíos en el mar no se puede realizar con la legalidad del satánico occidente. Como se sabe, la legalidad sólo se la invoca cuando las cosas salen mal.
El escenario internacional tampoco era favorable para Israel. La Francia de De Gaulle había ordenado el embargo de armas; la URSS daba letra antiimperialista, pagaba armas y brindaba asesores militares a Egipto y Siria. Por su parte, EE.UU. e Inglaterra prometían reclamar por la libre navegación y nada más.
¿Querían la guerra los árabes? Todas las evidencias así lo prueban. El entusiasmo era tan alto que hasta el muy moderado rey de Jordania se tragó el embuste y procedió a sumarse a la fiesta. La pregunta de todos modos es atendible, porque se sabe que Nasser lo que quería era presentarse ante los pueblos árabes como el gran líder en la lucha contra el enemigo judío.
Lo que se sugiere o se sospecha es que el señor Nasser lo que estaba haciendo era lo que los argentinos calificamos como una compadreada, algo así como una puesta en escena para ganar medallitas gratis. Lo que ocurre es que a medida que las tropas se movilizaban y las masas árabes salían a la calle a festejar las futuras victorias, a Nasser no le quedó más alternativa que ir a la guerra en serio.
Verdad o no, lo cierto es que para fines de mayo de 1967 el primero en hablar de guerra y echar a los judíos al mar era Nasser, secundado por el gobierno sirio. Como para corroborar la ola triunfalista, se sumaron a la causa Irak, Argelia, Sudán y Kuwait. Se sumaron y mandaron tropas.
Para el domingo 4 de junio, Israel sabe que está solo y que no le queda otra alternativa que defenderse. El miércoles 31 de mayo se decidió constituir una suerte de gobierno de unidad nacional. Dayan y Beguin entre otros se suman al gabinete. ¿Qué hacer?, es la pregunta. El canciller Abba Eban informa acerca de la soledad de Israel en el mundo; el primer ministro Levi Eshkol vacila; es un moderado y pacifista interpelado por los militares y la propia opinión pública de Israel por sus exasperantes vacilaciones. El informe militar de la tarde del domingo 4 de junio es terminante: si dejamos que los árabes den el primer paso, la derrota es inevitable y la derrota es un segundo Holocausto. Hay por los menos tres frentes militares abiertos y si queremos protegernos no nos queda otra alternativa que tomar la iniciativa. Deciden defenderse. Pecado mortal: la misión histórica de los judíos es dejarse matar como tiernas ovejitas, no defenderse.
Ese 4 de junio se decide ir a la guerra. El operativo militar fue de tal sincronía y eficacia que hasta el día de hoy las diversas estrategias aplicadas se estudian en todas las escuelas militares. El lunes 5, entre las 7 y las 10 de la mañana, los aviones de Israel destruyen a la aviación egipcia. Nasser nunca más se podrá recuperar de ese golpe. Grandes discursos y fanfarroneadas en el balcón, pero los aviones judíos lo dejaron a pie. Y cuando se quedaron a pie debieron enfrentarse con las tropas comandadas por los generales Joffe, Tal y Sharon.
Para el miércoles 7, los egipcios estaban knock out y su única preocupación era convencer a las Naciones Unidas para que los tropas judías no llegasen a El Cairo. Un chiste judío de la época es sintomático: “Visite las pirámides, viaje a Israel”.
El mismo lunes 5 de junio, los diplomáticos de Israel se comunicaron con Hussein de Jordania, para convencerlo de que no le conviene sumarse a la coalición liderada por Nasser. Años después, Hussein admitirá que fue engañado; que las radios y los comunicados egipcios hablaban de la victoria aplastante de las tropas árabes. Conclusión: Hussein marchó a la guerra y en dos días fue derrotado, perdió Jerusalén y toda la Cisjordania. ¿Engañado? Es probable, pero con él se cumple el refrán que dice que nadie es más engañado que quien se quiere dejar engañar.
Con Siria bastaron dos días, el viernes y el sábado, para ajustar cuentas. Se trataba del país que más había alentado la guerra. Nada de ello sirvió para impedir lo inevitable. Hasta el día de hoy, los Altos de Golán están en manos de los judíos. ¿Los devolverán? Seguramente, pero después que Siria arregle algunos problemitas.
Para el lunes 12 de junio el balance de la guerra es totalmente desolador para los árabes. Perdieron más del sesenta y setenta por ciento de sus aviones y tanques. Pero además la “jodita” les significó la muerte de más de 15.000 hombres. Israel por su parte perdió alrededor de 750 hombres, pero ocupó cerca de 70.000 kilómetros cuadrados.
Pronto comenzó la batalla diplomática. La URSS inició gestiones en la ONU por la devolución de los territorios. Israel no se niega, pero reclama seguridades a cambio. La URSS y los países árabes se oponen. Devolución sin condiciones. Entre el 29 de agosto y el 2 de septiembre sesiona la cumbre árabe en Jartúm. Israel hace llegar la propuesta de devolución de territorios por paz y la Cumbre responde con sus célebres “Tres No”: “No a la paz, no al reconocimiento de Israel, no a las negociaciones”. Nasser declara que lo que se perdió por la fuerza sólo se recuperará por la fuerza.
Típico de Nasser. Consumada la derrota, ofreció la renuncia, pero se ocupó de organizar movilizaciones masivas para que le pidan de rodilla que se quede. Se quedó. Primero le echó la culpa de la derrota a los yanquis. Cuando la patraña del apoyo yanqui fracasó, Nasser inició juicios contra sus colaboradores. Él, por supuesto, era inocente
En noviembre de 1967, las Naciones Unidas aprueban la resolución 242. Conviene detenerse en ella, porque los árabes en su momento la rechazan y los palestinos se oponen en toda la línea porque no se los menciona, salvo la referencia demasiado general acerca “del problema de los refugiados”.
La 242 es una respuesta a la pretensión de la URSS y los árabes de reclamar la devolución de las tierras sin nada a cambio. La 242 afirma el principio de la inadmisibilidad de conquista territorial a través de la guerra, pero acto seguido insiste en la búsqueda de una paz acordada. Se habla de devolución “de territorios” y no “de los territorios”. Y no es un juego de palabras. Tampoco se explicita cuáles son los territorios a devolver. Lo que argumentan los diplomáticos judíos es que los árabes a las tierras no las perdieron en una partida de naipes: por el contrario, se trató de una guerra de exterminio.
La observación a la 242 es pertinente, porque en la actualidad esta resolución parece ser una bandera de los palestinos, cuando en sus orígenes no fue así. Cincuenta años después de la guerra, Israel devolvió más del 93 por ciento de las tierras ocupadas y el resto se negocia sobre los términos conocidos: tierra por seguridad.