Las verdades de Cristina Elisabeth

No sé qué resultados electorales le dará a Cristina su reciente estrategia. Puede que le vaya bien, regular o mal, pero de lo que sí estoy seguro es de que su decisión se encuadra perfectamente en la cultura peronista. ¿Que ninguneó al Partido Justicialista? No seamos ingenuos, tontos o ignorantes. El Partido Justicialista para los únicos que tiene alguna importancia es para los no peronistas que suponen que el peronismo es un partido, es decir una “parte” que funciona dentro de los principios de la democracia constitucional.

Pues bien, para la tradición peronista el partido nunca fue más que una “herramienta”, un sello para dar la batalla en el marco de la despreciable democracia liberal. No digo nada nuevo ni descubro la pólvora si digo que para el peronismo lo importante es el Movimiento Nacional y la consecuencia decisiva del movimiento: el líder, el que nace con esos atributos mágicos, el que impone las reglas de juego, el que decide lo que se hace y se deshace, al que se rinden honores y agasajos que sorprenderían a un monarca absoluto o a un déspota oriental.

Ningún peronista con un mínimo de conocimientos sobre los fundamentos históricos de su “causa” desconoce estas verdades elementales. Tampoco las desconoce Cristina Elizabeth. ¿Que no le llega ni a las rodillas a Perón? Su seguidores -que no son pocos- no piensan lo mismo. Por lo pronto, para el observador imparcial, los gestos de servilismo, obsecuencia y alcahuetería a Juan Domingo en su momento y a Cristina Elisabeth ahora, no se diferencian demasiado.

También las disculpas a sus errores y horrores. “Cristina no roba, es una santa”, “Cristina no roba, es una campaña organizada por los gorilas”, “Cristina roba, pero para hacer política”, “Cristina roba, pero le roba a los ricos para darle a los pobres”, “Cristina roba, pero Macri roba más”. ¡Qué darían Al Capone, “el Gordo” Valor o “el Chapo” Guzmán por disfrutar de semejantes coartadas morales!

Escucho mientras escribo esta nota: “Kicillof afirma que los negocios con Odebrecht los hace Macri”. Y ni el más mínimo rubor tiñe su faz rubicunda y despejada. Por ese camino, en los próximos días, nos vamos a enterar que el dueño de los hoteles del Calafate o de las estancia adquiridas en Santa Cruz son propiedad de Magnetto y Mauricio. Total… si vamos a mentir hagámoslo a lo grande. Lo seguro es que en todas las circunstancias al líder no se lo toca. Puede robar, puede mentir, puede mandar a matar pero él o ella saben por qué lo hacen. Perón también sabía lo que hacía. Cualquier duda, consultar con López Rega.

El líder está habilitado a despotricar contra los ricos y decir que está a favor de los pobres. Su discurso contra los ricos no lo inhabilita a ser multimillonario. Tiene derecho a serlo, con la misma intensidad con que otros tienen el deber de no serlo. Así son las cosas en esta vida.

En tiempos de Perón, los votos eran de Perón, como en tiempos de Cristina son de Cristina. No lo digo yo, lo dicen los kirchneristas. Y lo piensan la mayoría de los peronistas en rigurosa sintonía con la doctrina del Movimiento Nacional. Los votos son del líder. Y el líder -ya se sabe- es el líder. Su sabiduría es infalible, hace lo que se le ocurre porque nunca se equivoca y en todas las circunstancias interpreta los reales sentimientos del pueblo, porque dispone de atributos que le remiten conocer el alma nacional.

Se sorprenden algunos observadores que Cristina Elisabeth no quiera competir con Randazzo. Tienen derecho a sorprenderse, pero no tienen derecho a suponer que esa decisión traiciona la “esencia del peronismo”. Aprendan de una buena vez: el líder no compite con nadie porque nadie está a su altura. Si alguna competencia se aviene a sostener es con el enemigo, Macri en este caso. Y nadie más. El líder no compite nunca, incluso aunque sepa que gana por paliza. Y no compite porque no puede aceptar que alguien, incluso derrotado, haya intentado disputarle la conducción. Fidel Castro, por ejemplo, siempre supo que ganaría cualquier elección que convocara. Sin embargo nunca lo hizo. ¿Por qué? Porque incluso obteniendo el ochenta por ciento de los votos debería admitir que un veinte por ciento de los votos, un par de millones de personas, no estaban con él. Y a esa licencia un líder no la puede admitir nunca. Para un líder populista, quienes no lo votan no son personas que piensan diferente, son enemigos del pueblo, porque el líder expresa la nación y los únicos que se le oponen son los enemigos de la nación, la antipatria, los gusanos, los gorilas… etcétera, etcétera, etcétera.

O sea que la Señora no se aparta de las Veinte Verdades ni de las grandes enseñanzas del Movimiento Nacional. La dueña de los votos es ella y por lo tanto da lo mismo que vaya con un sello o con otro porque -y nunca insistiré demasiado- lo decisivo es la magia del líder. Todo lo demás son quimeras liberales o jarabe de pico.

Pobre Luis D’Elía. Queda afuera no por traidor o renegado sino por haberse tomado demasiado a pecho las enseñanzas de la Jefa. Para ojos que no ven más allá de la superficie, D’Elía sería el mejor alumno del kirchnerismo, el que expresa con más entusiasmo sus pensamientos, sus amores y sus fobias. Pero claro, D’Elía ha olvidado un artículo no escrito en la causa nacional (en el “movimiento” los artículos no escritos a veces pueden ser más importantes que los escritos) y ese artículo es el que refiere al género farsa que acompaña a la causa. Todo lo que dice D’Elía es cierto, pero no hay que tomárselo en serio. Todo lo que se dice puede ser relativizado o negado. ¿Quién lo dice? La líder por supuesto.

A D’Elía le pasó algo parecido a lo que le ocurrió a Mercante, que nunca entendió que Perón quería la reelección aunque declaraba a cada rato que no la quería. O a Cipriano Reyes, que supuso que Perón iba a hacer un gobierno para y por los trabajadores e iba a respetar sus partidos y sus sindicatos. O al propio Cámpora que se creyó que Perón lo dejaba presidente gratis. O a los muchachos de la Jotapé, que se creyeron el cuento de la patria socialista, y la guerra revolucionaria hasta que vino López Rega y puso las cosas en su lugar.

En efecto, el problema de D’Elía es que se tomó demasiado en serio lo que Ella dice. Error. Se promete pero no se cumple, se dice pero no se cree, se jura pero se miente. Esas habilidades en el Movimiento Nacional se la califican con el concepto de viveza criolla, una de las asignaturas clave para quien quiera iniciarse en serio en estos jubilosos menesteres.

¿Exagerado? Un poco, pero no tanto. Después de todo uno también tiene el derecho de divertirse con los mismos que se vienen divirtiendo con nosotros desde hace décadas. En el peronismo, hay gente mala y buena, linda y fea, generosa y egoísta como en cualquier parte. Pero hay algunas verdades del peronismo que conviene tener presente, sobre todo deben tenerlas presente quienes no son peronistas, porque a esas verdades los peronistas las conocen muy bien y ¡guay! del que las olvide.

¿Ejemplos? No nos debe llamar la atención que un gobierno peronista no crea en la división de poderes, ni en los beneficios de la libertad de prensa, ni en la legitimidad de la oposición, porque un movimiento nacional que se precie de tal no cree en esas artimañas y bagatelas de la cultura liberal. El poder es del líder, el poder se concentra, el poder se ejerce, del poder se abusa y al poder no se lo controla. Además es indefinido. Un Papa puede renunciar como hemos visto, pero un líder no renuncia nunca.

No hay peronismo sin esas verdades elementales. Que en algún momento se relativicen estos principios, que la realidad imponga algunos acomodamientos, que en nombre de conveniencias coyunturales sea necesario recurrir al arsenal del despreciable liberalismo, no puede nunca hacernos perder de vista en dónde reside la última verdad del movimiento nacional. ¿Le irá bien o mal a la Señora con sus jueguitos? Habrá que verlo. Los votos los tiene. No en la provincia de Buenos Aires en general, sino en la región en la que el hampa, la corrupción, la violencia y el crimen organizado se expresan en sus versiones más despiadadas. Y esto tampoco es una casualidad. Como le gustaba decir al amigo de mi abuelo: cada uno tiene los votos que se merece.

 

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