Lo más escandaloso es la impunidad. Se cumplen 23 años del atentado terrorista más grande de nuestra historia y no hay ni un preso. Tampoco hay novedades que los haya. Se sabe todo o casi todo. Se sabe quiénes fueron, se conocen los nombres y apellidos, se conocen las conexiones locales, pero lo que faltan son los presos. Para decirlo con otras palabras: la que está ausente es la justicia. La impunidad perfecta.
Alguna vez leí una novela en la que un comisario afirmaba que no hay crímenes perfectos sino investigaciones imperfectas. Lo de la AMIA corrobora punto por punto esta hipótesis. Investigaciones imperfectas. De eso se trata. Investigaciones cuya imperfección proviene en un porcentaje de la crónica impericia de estas desgraciadas repúblicas, pero en el caso que nos ocupa nace de la complicidad política con los criminales.
De los terroristas islámicos no hay mucho más que decir. Lo único que se puede agregar al respecto es que en Irán viven alegres y felices. Algunos aspiran a cargos políticos y otros han sido funcionarios políticos. Para la teocracia iraní los muchachos son héroes nacionales. Previsible. El fundamentalismo islámico es agradecido con sus mártires. Y también con sus vivos que cumplen “exitosamente” las faenas criminales que les encargan.
Lo sorprendente es que nuestros servicios de inteligencia, nuestros funcionarios judiciales y algunos de nuestros presidentes -“presidenta”, para ser más preciso- también parecen ser agradecidos. No hicieron nada o casi nada para dar con los culpables. Es más, lo poco que hicieron bien, luego por razones “misteriosas” decidieron anularlo en nombre de un acuerdo con los terroristas que, para ser justos, habría que denominarlo capitulación o ¿por qué no? traición a la patria.
La consecuencia de esa “maniobra genial” de nuestra genial conductora y su siniestro y tortuosos canciller, fue la impunidad de los criminales y, en el camino, el asesinato del fiscal Alberto Nisman, crimen que los funcionarios kirchneristas y los judeofóbicos insisten en presentar como suicidio.
La impunidad se extiende por lo tanto en todas las direcciones. Impune está el atentado terrorista a la Embajada de Israel. Impune está el crimen de Nisman, la última víctima de la AMIA. Nada se sabe sobre los autores de la Embajada y la AMIA. Y mucho menos se sabe sobre Nisman, un crimen que, tal como se presentan los hechos, es muy posible que quede impune porque desde el poder, desde el poder kirchnerista, se hizo desde el principio todo lo necesario para que no quede otra alternativa que admitir el suicidio..
Santa Fe, escenario constituyente
Como se sabe, el atentado terrorista a la AMIA ocurrió el 18 de julio de 1994 a las 9,53 de la mañana. Para esa fecha el poder político del país residía en la ciudad de Santa Fe. Hacía algo más de un mes que se había iniciado la Convención Constituyente promovida por Menem para asegurar su reelección. Esa misma noche hubo una manifestación masiva que fue desde el Paraninfo de la Universidad hasta la sede de la comunidad judía ubicada en calle 4 de Enero.
Estuvieron todos, o casi todos. Desde el gobernador de la provincia y el intendente de la ciudad hasta los constituyentes de los diversos bloques. En la ocasión hablaron Raúl Alfonsín, Antonio Cafiero y Graciela Fernández Meijide. El periodista Jorge Conti ofició de presentador y leyó los más diferentes comunicados de condolencias.
El repudio fue unánime como unánime fue la solidaridad y la exigencia de justicia. “Hoy todos somos judíos”, dijo Alfonsín. Y efectivamente así se vivió y se sintió. Se dejó claro ese día que el crimen fue contra la Argentina. El territorio elegido por el fundamentalismo islámico fue el nuestro y los muertos fueron argentinos. La aclaración es pertinente porque los judeofóbicos intentaron presentar lo sucedido como una cuestión interna entre los judíos. Y no faltaron los que dijeron que era necesario distinguir entre judíos y argentinos. Perversidad por partida doble: desconocerle a los judíos su condición de argentinos y sostener que, además, se merecen ese castigo. ¿Por qué? Por judíos, claro está .
Esa misma semana de 1994 llegaron a Santa Fe los principales dirigentes de la AMIA. Conversé con ellos y lo primero que me dijeron fue que Irán estaba detrás de todo esto y que la conexión local había que buscarla entre la policía de la provincia de Buenos Aires. Es decir, setenta y dos hora después del atentado se sabía con razonable certeza quiénes eran los autores y quiénes sus cómplices criollos. O sea que no hacía falta ser un optimista incorregible o un ingenuo para presumir que, atendiendo a los datos disponibles, esta vez el crimen sería develado.
Está visto que no fue así. No sé cómo se las ingeniaron para que no pase nada. Se dice que se actuó con desprolijidad y esa desprolijidad resulto funcional con los criminales. Raro. La “desprolijidad” como coartada. Atendiendo a lo sucedido me arriesgo a opinar lo contrario, es decir que se actuó con deliberada “prolijidad”, que se hizo todo lo necesario para que veintitrés años después no haya nadie preso. Es esa “prolijidad” de la justicia argentina la que habilita la impunidad del caso que nos ocupa y las diversas impunidades que los argentinos padecemos diariamente
Desde 1994 a la fecha han pasado cinco presidentes, dos de ellos con doble mandato. Cada uno en el llano ha dicho que si llegaba al poder no iba a descansar hasta establecer la justicia. No fue así. No juzgo intenciones sino resultados. El kirchnerismo en sus inicios parecía ser el más decidido en ir hasta las últimas consecuencias. Y esa decisión la sostuvo hasta hace cuatro años. En ese tiempo quedó claro que la Embajada de Irán fue la exclusiva operadora y la base material de la que se valieron los terroristas de Hezbolá para planificar el atentado. La imputación incluía los nombres y apellidos de los responsables y sus respectivos pedidos de captura. También se confirmó lo de la Trafic de Telleldin y la identidad del comando suicida que la manejó hasta estrellarla contra la AMIA.
Por supuesto, nadie se tomó el trabajo de desmentir a los judeofóbicos locales que aseguraban que se trató de un autoatentado. Y nadie los desmintió porque el disparate antisemita era tan grande que se desmentía por sí solo En general los argumentos de la judeofobia y de los imbéciles que le hacen el juego no son diferentes a lo que se usaron cuando fue destrozada la Embajada de Israel. O a los que se emplean en la actualidad para presentar la muerte del fiscal Alberto Nisman como un suicidio. Sugestivo. Un tiempo antes había recibido una nota en la que lo amenazaban de muerte. La nota lo calificaba de “ruso”. Nisman era de ascendencia judía pero no participaba de la vida comunitaria de la colectividad. Sin embargo, como muy bien lo explicara Sartre en su momento, fueron los judeofóbicos y los terroristas islámicos los que le recordaron a Nisman su condición de judío y el fin que le aguardaba por haberse atrevido a denunciar a los criminales.
Para sorpresa de los observadores, de un día para el otro la Señora modificó su estrategia. ¿Negocios con Irán? ¿Entendimiento con Venezuela? Todo es posible. Sí se sabe que su operador distinguido fue el señor Héctor Timerman, quien, como para otorgarle a la realidad su toque sórdido y siniestro, había llegado a ese cargo invocando su condición de judío. Timerman en ese sentido cumplió la hazaña de adquirir el título de traidor por partida doble: traidor a los judíos y traidor a la Argentina. Traición a la patria, fue no por casualidad la imputación que Nisman intentó establecer cuando fue sorprendido por el “suicidio”.