—Lo de Venezuela es una vergüenza, ¡pobre pueblo, garroteado y muerto de hambre por un déspota caribeño, el típico dictador bananero! -exclama Marcial, quien esta vez ha perdido su porte flemático y habla sin disimular su enojo. —Los que salen a la calle -responde José- son los mismos que salían a la calle en 1955 contra el gobierno del general Perón. —Si es como vos decís -replica Marcial-, dispongo de una razón más para apoyar a la gloriosa Revolución Libertadora. —A confesión de parte relevo de pruebas -admite José y pasea su mirada sobre todos nosotros como esperando nuestra aprobación. —Yo creo -dice Abel- que quien la está pasando mal en Venezuela es la gente pobre, no los ricos. La inseguridad, el costo de la vida, la falta de remedios afecta a la gente de menos recursos. —En eso tenés algo de razón -admite José-, pero los que organizan estos sabotajes son los ricos, los enemigos de la revolución bolivariana, los mismos que quisieron voltear al compañero Chávez en su momento. Y como ya pasó con la gloriosa revolución cubana, los gorilas siempre cuentan con la adhesión de los gobiernos gorilas y títeres del imperialismo en América Latina, empezando por el gobierno argentino. —Dios mío -murmura Marcial en voz baja. —Bajá un cambio -le digo a José- y respondeme a esta pregunta: después de casi veinte años en el poder, ¿tus amigos chavistas no se hacen cargo de nada? ¿Siempre la culpa la tienen los otros? —Puede que algunos errores se hayan cometido, pero los gorilas no nos atacan por nuestros errores, sino por nuestros aciertos. —Hasta ahora lo único que veo que hizo bien fue organizar el narcotráfico -responde Abel. —También son buenos para reprimir -acota Marcial- y buenos para matar de hambre a la gente. —De la represión siempre se preocuparon por estar bien capacitados -digo- y para ello contaron con el apoyo incondicional de sus camaradas cubanos, los mejores para estas faenas. —La revolución tiene derecho a defenderse -responde José. —Pero no tenés derecho a matar a la gente -respondo-, creo que si algo se había aprendido en los últimos años es que ningún gobierno de derecha o de izquierda tiene derecho a matar. —Ustedes sí que son fenomenales -acusa Marcial-, en la Argentina son garantistas y arman un escándalo si al gobierno se le ocurre decirles a los piqueteros que por lo menos dejen una mano para transitar, pero en Venezuela no se les mueve un pelo para justificar cárceles, persecuciones y muertes. —Se está a favor o en contra de la revolución -responde José-, del lado de los pobres o de los ricos, con las mayorías o las minorías. —Dejemos la retórica de lado -digo-, pero si a mí me demostraran que efectivamente Venezuela es un paraíso en el que todos viven bien, con justicia y libertad, podría llegar a considerar en términos prácticos toda esta invocatoria de José para defender una causa justa. Pero en Venezuela la gente se caga de hambre y de miedo, la economía del país está en ruinas, dilapidaron la renta del petróleo para hacer demagogia y ahora no se les ocurre nada mejor que echarle la culpa de todo lo que pasa a una oposición que la única culpa que tiene es no saber ejercer mejor esa oposición. —Los enemigos de la revolución son los que nos impiden darle al pueblo mejor calidad de vida. —Vos perdoname, pero lo que yo veo por televisión -dice Abel- es a la gente en la calle, y esa gente son jóvenes, trabajadores, estudiantes… —El imperialismo y sus socios locales, que controlan los medios, también manipulan las imágenes. —O sea que según vos -dice Marcial- lo que nosotros vemos en la pantalla no es el pueblo, no son luchadores sociales, sino sicarios disfrazados de pueblo… —Algo así, y si no son sicarios, son idiotas útiles, en todos los casos manipulados por los enemigos del pueblo real. —¿No te parece que tus argumentos son algo flojos? -le pregunto. —Puede que el gobierno de Maduro haya cometido algunos errores, pero, insisto, lo fundamental es que se trata de un gobierno popular y revolucionario acorralado por el imperialismo y sus socios locales. —Yo lo que le agradezco a Dios y a la Virgen -dice Abel- es que los argentinos, que somos geniales para comernos todos los amagues, no nos hayamos disparado para ese lado. —La Argentina, por suerte, no es Venezuela, nunca lo fue -afirmo. —No es Venezuela -replica Marcial-, pero el gobierno kirchnerista que nuestro amigo José apoya, hizo lo posible y lo imposible para parecerse a Chávez. Si no lo logró fue porque el pueblo argentino, y en particular sus clases medias, frenaron a la que te dije, pero si por ella hubiera sido, a esta altura del partido ya hace rato que hubiéramos estado en el horno. —Por suerte pudimos pararla -dice Abel. —Pararla más o menos -digo-, acordate que a la semana de asumir como presidente, la que te dije ya protagonizó el primer escándalo de corrupción precisamente con las valijas de Antonini, ese lumpen chavista que operaba en la Argentina con la complicidad de las primeras espadas del kirchnerismo. —Tenés razón -dice Abel-, me había olvidado de ese “detalle”. —Yo discrepo en algunos pormenores. Parecemos Venezuela, el equivalente interno a Venezuela lo viven los pobres y sufridos habitantes de Santa Cruz. —La pregunta que me hago -dice Abel- es la siguiente, ¿qué va a pasar en Venezuela? —Lo seguro -respondo- es que por un tiempo, más o menos largo, la pobre gente la va a pasar mal… sea cual sea el resultado, no se sale de esa mugre de un día para el otro. —Nosotros no estamos solos en Venezuela -responde José- nos apoyan Rusia e Irán. —Ustedes sí que saben elegir a los mejores amiguitos -le dice Marcial. —Los preferimos a ellos y no a los imperialistas yanquis, o a los colonialistas de la Unión Europea, o a los gobiernos gorilas como el nuestro. —Yo creo sinceramente -digo- que el destino de Venezuela será el de arrastrarse por una lenta y dolorosa agonía. El gobierno de Maduro no puede hacer nada bueno, pero la oposición no está en condiciones de tomar el poder. Un país partido por el medio es el peor de los escenarios. —Pregunto -dice Abel- ¿por qué el señor Maduro no respeta las reglas de juego que ellos mismos impusieron en su momento? ¿Por qué no convoca a un referéndum para ver si hay acuerdo para una reforma constitucional? ¿Por qué, viendo que el país esta en ruinas, no hace la plancha hasta el 2018 y deja que llegue otro gobierno? ¿Por qué no renuncia si ve que su presencia es un factor de disolución nacional? —Esas son las preguntas de un gorila -responde José-, un gorila que le tiene miedo a la revolución nacional y popular. Entiendan de una buena vez: la revolución bolivariana no va a renunciar a ser ella misma, y si es necesario elevar la apuesta, la elevaremos. —O sea que están dispuestos a hacer la revolución sobre una montaña de muertos. —No queremos muertos, pero si no nos dejan otra alternativa… —Yo creo, José, que vos tenés que hablar más seguido con tu compañero Atilio Borón, el mismo que promete un baño de sangre para asegurar los objetivos revolucionarios. —Eso sí que está bueno -digo-, un tipo despreciable viene a Santa Fe, un típico fascista de izquierda, a anunciar y prometer muerte y los santafesinos no decimos una palabra. —No comparto -concluye José. |