Los recientes comicios han demostrado que el liderazgo de Cristina Fernández es real pero no absoluto. Conociendo los entresijos del peronismo, también podría decirse que ese liderazgo, para el peronismo, no es la solución sino el problema. La experiencia enseña que en el peronismo un liderazgo se supera con otro liderazgo, pero hasta tanto esa “providencia del destino” se haga realidad, al poder personal se lo contiene y se lo derrota con una instancia de poder superior.
En la política criolla esa instancia de poder puede ser la que otorga el control del territorio con todos los atributos que ello requiere. La Liga de Gobernadores peronistas puede ser esa posibilidad. Y, tal como los hechos se empecinan en presentarse, podría afirmarse que es la única posibilidad.
No va a ser fácil. El liderazgo de Cristina Fernández no es el de antes, pero es. Representa el pasado, huele a derrota, pero no será la primera vez en la historia que el pasado se erige como una barrera efectiva a cualquier posibilidad de cambio. Digamos, entonces, que la Liga de Gobernadores hoy es más un proyecto que una realidad, pero es el único proyecto alternativo para un peronismo que se resiste atar su destino a la suerte de Cristina Fernández.
Habrá que ver como se desarrollan los acontecimientos, porque si bien los dirigentes de la Liga de Gobernadores Peronistas se esfuerzan por presentarse como un bloque de poder, a nadie se le escapa las diferencias existentes; diferencias que provienen de la geografía, de la disponibilidad de recursos y de la calidad de los liderazgos En el caso que nos ocupa, la actual liga de gobernadores suma a su objetivo asociacionista la identidad peronista, una condición que le permite participar en la lucha interna por el poder en un peronismo cuyas referencias en los últimos tiempos fueron los sindicatos, las estructuras partidarias, la representación parlamentaria y los movimientos sociales.
La historia, con las diferencias del caso, brinda sus lecciones. La Liga del Litoral en 1820 llegó derrotar el poder político centralizado, pero acto seguido sus líderes se liquidaron entre ellos. Para 1830, López, Quiroga y Paz expresaban intereses objetivos contradictorios con el “poder porteño”, pero se impusieron sus feroces disidencias.
Cuando veinte años después Urquiza se pronunció contra Rosas ningún gobernador -salvo el de Corrientes- se sumó. Y pocos meses después de Caseros, todos los gobernadores lo acompañaron a Urquiza en San Nicolás para establecer las bases nacionales de la Constitución.
En 1880, un Sarmiento exasperado y colérico, denunció la existencia de una liga de gobernadores a la que prometió liquidarla de un plumazo. No fue así. Por el contrario, la Liga de Gobernadores fue una de las instituciones claves del consenso construido por el régimen.
De estos antecedentes históricos se desprende que las ligas en sus relaciones con el poder central han sido diversas. La confrontación, la sumisión al poder, la articulación de un consenso nacional, fueron algunas de sus manifestaciones. El otro dato distintivo fueron las disidencias internas. El peronismo en particular alguna experiencia atesora en materias de ligas. Sin ir más lejos, durante el gobierno de Illia, adquirieron un particular protagonismo los gobernadores del denominado neoperonismo, cuyos referentes fueron entre otros Deolindo Bittel, Ricardo Durand y Felipe Sapag.
Una historia contrafáctica nos permitiría preguntarnos acerca de los posibles rumbos institucionales de la Argentina si el neoperonismo hubiera podido constituirse como opción de poder, un objetivo que no pudo cumplirse por diferentes motivos, pero sobre todo porque Perón no permitió una alternativa de poder al margen de su liderazgo.
Durante la presidencia de Isabel Martínez, el peronismo intentó instalar este polo de poder con el objetivo de romper la confrontación interna. En el velorio de Perón hablará en nombre de los gobernadores peronistas un Carlos Menem joven del cual se decía que sería el candidato presidencial de peronismo para las elecciones de 1977, fecha a la que un Balbín cada vez más acongojado proponía que era necesario llegar aunque fuera con muletas.
Insisto una vez más que en una Argentina con identidades políticas confusas, desequili brios regionales visibles y disputas de poder facciosas, no deja de ser interesante especular acerca de las posibilidades políticas de una liga cuya lógica incorpora los datos materiales de lo real, los beneficios del control y las virtudes de la moderación.
Dependerá de los gobernadores peronistas transformar esta iniciativa en un aporte efectivo a la institucionalidad y al debate político nacional. Toda creación política –hemos aprendido- incluye su cuota de incertidumbre y riesgo, pero también de esperanza.