De un cambio de humor a un cambio de época

Dijo un analista político para referirse al resultado de las Paso: “Los kirchneristas querían una encuesta creíble, pues bueno, ya la tienen”. Efectivamente es así: Cambiemos en el orden nacional saca muchos más votos que la causa K. Donde gana, gana por paliza; donde pierde, pierde por la mínima diferencia. En el primer caso, pienso en Ciudad de Buenos Aires o Santa Cruz; en el segundo, en Santa Fe o provincia de Buenos Aires. Para octubre, es muy difícil, por no decir imposible, que los resultados en Caba o Santa Cruz se modifiquen, pero es muy posible que en provincia de Buenos Aires y Santa Fe haya novedades a favor de Cambiemos.

En una elección en la que votan millones de personas es muy difícil establecer categorías o calificaciones rígidas. La vida siempre se encarga de contaminar las abstracciones más elaboradas. Pero que sea difícil no quiere decir que sea imposible registrar -con las advertencias y matices del caso- algunas tendencias del voto. Cambiemos gana en las grandes ciudades, en las regiones desarrolladas y obtiene el voto de los sectores más dinámicos y modernos de la economía y la sociedad, mientras que el kirchnerismo -el peronismo real para ser más preciso- se impone en los lugares más tradicionales y más sometidos a formas de explotación precapitalista.

La Señora no puede presentarse y ni siquiera se anima a votar en Santa Cruz, pero gana en el Conurbano, en las seccionales donde la corrupción, el clientelismo, las formas más delictivas y salvajes de explotación y dominación están vigentes. Entre Insfran, Menem y Cristina hay diferencias, pero también sugestivas coincidencias. Una de ellas es la que se desprende del tipo de liderazgo que ejercen y los tipos de adhesiones que reciben. Liderazgo autoritario, conservador e inmovilista. Voto pasivo, tradicional, resignado y sometido. Por supuesto que en la vida real nada se manifiesta con pureza, pero las tendencias de una manera u otra forma siempre se expresan.

El liderazgo de Cristina en el Conurbano no le alcanza para construir un liderazgo nacional, pero sí le sobra para impedir la renovación del peronismo. Como ya lo dijera en su momento, Cristina no es un problema para Macri es un problema para el peronismo. Agregaría que sí es un problema para la Argentina, pero nos corresponde a todos nosotros que deje de serlo en el tiempo más breve posible.

El kirchnerismo suma, además, las adhesiones entusiastas de los que, con la licencia del caso, muy bien podrían calificarse como la izquierda nacional y popular. Esa izquierda no decide nada, pero suele ocupar espacios simbólicos y ganar la calle. Objetivamente sus militantes cumplen la tarea de “maquillar al monstruo”, es decir, presentar a un proyecto de dominación y saqueo, cuyos rostros visibles son el Morsa Fernández, Amado Boudou, Julio de Vido, con los atuendos y afeites de las supuestas buenas causas. La novedad de los últimos años es que muchos de ellos demostraron una exquisita disponibilidad a corromperse sin culpas y remordimientos. Hebe Bonafini en esta faena no está sola.

La otra adhesión visible a la causa K es la denominada pata sindical y ese engendro de aprovechamiento de necesidades de la pobre gente, que se llaman “movimientos sociales”, una deformación perversa de lo que en su momento intentó presentarse como organizaciones libres de la sociedad civil o instituciones intermedias. Es que en su afán de poder y codicia, el populismo contamina, degrada y corrompe lo que toca. En sus manos, cooperativas, mutuales, voluntariado social se transforman en aguantaderos, cuevas y guaridas. En coartadas para el saqueo y el enriquecimiento de un puñado de sátrapas disfrazados de pobres.

La patota sindical

El populismo no inventó la pobreza, pero inventó los recursos para transformar a la pobreza en una fuente de riquezas. Los exponentes de esa barbarie social y política estuvieron en las calles de Buenos Aires la semana pasada. Los vimos. Existen y allí están. Como la película de Ettore Scola, son “Sucios, feos y malos”. Yo no sé si el diputado radical Sanmartino estaba en lo cierto cuando en aquellos años calificó de “aluvión zoológico” a las manifestaciones populistas de entonces. De lo que sí estoy seguro es de que lo que vimos suelto en las calles el martes pasado es lo más parecido que hay al aluvión zoológico.

Esa violencia ciega y resentida, esa pasión morbosa por destruir, ese culto feroz al instinto, esas manifestaciones impávidas y grotescas de barbarie. Y todo ello alentado por una patota sindical mafiosa, corrupta y enriquecida con los negociados, los aportes de los trabajadores y las cifras multimillonarias de las obras sociales. Pues bien, ese escenario atroz y dantesco, esa exhibición obscena de violencia y vulgaridad es lo que le ofrece el populismo a los argentinos. Y después se preguntan por qué los resultados electorales no les resultan favorables.

Respeto demasiado a los trabajadores, respeto sus luchas de todos los días en un mundo difícil e injusto, su esfuerzo cotidiano para lidiar con los rigores de la vida tal como se les presenta, para compararlos con ese estercolero social que ganó las calles de Buenos Aires la semana pasada. Lúmpenes, fue la palabra que usó Carlos Marx para referirse a esa hez de la sociedad, a esa canalla, base política de las peores causas, el pantano infecto de donde salen los sicarios, los matones a sueldo, los barras bravas, los torturadores y las más diversas modalidades del delito y el crimen.

Es verdad que el kirchnerismo no es todo el peronismo. Es más, yo diría que la Argentina que queremos para nuestros hijos y nietos necesita de un peronismo en sintonía con los tiempos nuevos, un peronismo alejado de esa cloaca política y moral que se llama kirchnerismo. El problema es que hoy por hoy el liderazgo de Cristina es el que parece expresar mayoritariamente al peronismo. Supongo que no lo hará por mucho tiempo, quiero creer que así será, pero por ahora es su manifestación más representativa, porque por el peor de los caminos es el que mejor expresa los mitos y pulsiones del populismo.

¿Está cambiando la Argentina? ¿Se está despidiendo de su pasado populista para ingresar a una nueva etapa más justa, más civilizada, más libre? Es probable, pero no seguro. El futuro en política nunca está escrito de antemano. Es una construcción o una posibilidad, pero el presente se distingue en todas las circunstancias por ofrecer varias posibilidades, incluso las del retroceso y el suicidio.

Lo que está haciendo la gestión de Cambiemos es poner al país en una dirección correcta. La tolerancia política y el gradualismo económico son algunas de las claves de ese cambio. La Argentina dispone de la posibilidad de ingresar a un período de largo crecimiento que si se acompaña con soluciones políticas, institucionales y económicas internas sí permitirían decir que nos aguarda un siglo XXI auspicioso. Pero estos beneficios no van a caer del cielo, ni llegarán por inercia. Los intereses del pasado no se van a retirar de la noche a la mañana, ni van a renunciar pacíficamente a los beneficios obtenidos en los últimos setenta años. El humor de la sociedad está cambiando y está muy bien que así sea, pero para un cambio de época falta mucho.

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