Escuchar las declaraciones del dictador coreano Kim Jong Un y algunas respuestas del presidente de EEUU, Donald Trump, alienta la tentación de admitir que el poder político absoluto más que corromper -como escribió Lord Acton- en realidad enloquece, una hipótesis que Shakespeare hubiera aprobado sin pestañear, confirmando que a lo largo de la historia de la humanidad en temas como los de la dominación y el poder, los hombres no han aprendido mucho a la hora de ejercer perversiones, con el agravante de que hoy disponen de recursos militares que transforman a los déspotas del pasado en niños traviesos.
Humoradas al margen, el problema es que los locos están en el poder y además disponen de capacidad para provocar tragedias irreparables. Dicho esto, admito a continuación que hay diferencias importantes entre el dictador coreano y Trump. La primera, es que el presidente norteamericano fue elegido en elecciones libres, llegó al poder no por ser hijo o nieto de otro dictador y dentro de cuatro años u ocho a lo máximo volverá al llano o a dirigir sus empresas.
Por otro lado, y más allá de sus arremetidas verbales, Trump gobierna en un país donde existen severos controles institucionales y una opinión pública que lo mantiene a raya. Ninguno de estos “inconvenientes” soporta el siniestro mamarracho coreano cuyas hazañas criminales harían estremecer de envidia a los jefes mafiosos más sanguinarios. Las recientes ejecuciones de parientes incluido el asesinato de su hermano en el exilio, dan cuenta de la calaña del personaje.
Kim Jong Un es el nieto de dictadores que gobernaron y gobiernan a este desdichado país desde hace casi setenta años. El sueño del poder absoluto, de la máxima concentración de poder y de la construcción de una dinastía que haría palidecer de envidia a los déspotas orientales, la han logrado los dictadores comunistas y en particular Kim Il-Sung y sus herederos.
Corea del Norte, con veinticinco millones de habitantes sometidos por el terror y el hambre, es una dictadura militar armada hasta los dientes. Según informaciones confiable, en una nación hambreada más de un tercio del presupuestos se destina a actividades militares. Hoy Corea del Norte cuenta con más de un millón de hombres en armas, dos mil carros de combate, aviones y submarinos y un despliegue militar que, según sus propias declaraciones podría llegar a Seúl, la capital de Corea del Sur en menos de cuarenta y ocho horas.
A semejante despliegue bélico no le podía falta la fantasía de considerarse potencia nuclear, de disponer de su propias bombas atómicas o como la quieren llamar. Es lo que están haciendo con indisimulada dedicación y, según parece, lo están haciendo bien. Su último logro es un dispositivo que supera siete veces el poderío letal de la bomba lanzada en Hiroshima. No conformes con amenazar a Corea del Sur y Guam, pretenden disponer de misiles que lleguen al corazón de EEUU. Como para que Trump no se ponga loco.
Lo interesante, o la inigualable lección que nos da Corea del Norte, es que esta práctica salvaje de dominación, este régimen despótico asentado en el terror y la muerte, legitima cada uno de sus actos en nombre del marxismo leninismo y de la revolución comunista a la que no vacilan en calificar de justiciera y bondadosa.. En su nombre, en nombre de Marx, Engels, Lenin y probablemente Mao y Stalin, practicaron las más bárbaras faenas de crueldad, las más diversas variables de martirización de disidentes y todo ello practicado por déspotas absolutamente convencidos de que están habilitados por la historia o el mandato de sangre a matar a todos aquellos que no piensen como ellos.
En nombre de Marx
No faltará quien me adjudique mala fe al identificar a los dictadores coreanos con Marx. Es más, en tren de jugar con la imaginación yo mismo estaría dispuesto a admitir que Marx, el Marx que leímos y estudiamos como militantes o docentes, rechazaría indignado la equiparación con estas bestias sanguinarias. La pregunta que hay que responder en estos casos es por qué los modelos de control y ejercicio del poder más bárbaros y criminales del siglo XX se hicieron en nombre de Marx. Pienso en la Rusia de Stalin, la China de Mao, la Camboya de Pol Pot, para no mencionar a los regímenes del este europeo incluidos Albania, Rumania y Bulgaria o Cuba, nuestro faro luminoso latinoamericano. En todos los casos mencionados el poder se construyó y legitimó invocando a Marx. ¿No eran sinceros? ¿Mentían a sabiendas? ¿O realmente hay que suponer que en el marxismo hay “algo” que conduce a la dictadura totalitaria y a los exterminios en masa en nombre, eso sí, de las mejores y más nobles causas con la felicidad de la humanidad incluida?
A decir verdad, el marxismo coreano dispone de un aporte singular logrado por el gran jefe y timonel Kim Il Sung. Se llama Juche, una albóndiga indigesta de lugares comunes que según la propaganda oficial adapta el marxismo a las tradiciones coreanas. Tan convencidos parecen estar los déspotas de las bondades del Juche que han llegado a decir que ese “genial aporte” a la ciencia, es nada más y nada menos que la versión pura del marxismo leninismo al siglo XXI.
Volvamos a Corea y Kim Jong Un. Los más escépticos dicen que sus amenazas no hay que tomarlas en serio, que saben que si se pasan de la raya se quedan solos y Trump no miente cuando dice que los puede borrar de un plumazo. Algo de verdad hay en esta consideración, pero advertiría al respecto que a ese payaso homicida que gobierna Corea del Norte no se lo tome tan a la ligera. Por lo menos Japón y Corea del Sur deberían, como se dice en estos casos, poner las barbas en remojo. Lo mismo vale para algunas islas de la región que para EEUU poseen un valor estratégico.
El Partido Comunista de Corea del Norte, o su traducción a ese idioma, ejerce el poder simbólico porque en realidad el poder real lo ejercen las fuerzas armadas. Por las dudas Kim Jong Un, al igual que su padre y su abuelo, concentra el poder real, simbólico y todo lo que en definitiva tenga que ver con el poder. Así y todo, como en cualquier organización mafiosa, debe negociar con algunos jefes militares y en más de un caso arbitrar en las feroces e impiadosas disputas internas que allí se libran. Kim Jong Un gobierna de hecho asistido por tres generales temidos y temibles: Kim Jong Sik, Ri Pyong Chol y Jang Chang Ha.
Corea del Norte se prepara para al guerra porque no sabe o no puede hacer otra cosa. O porque, como en Cuba, necesita de enemigos para sostener la disciplina interna de una nación que padece necesidades de todo tipo. Como en Cuba, estas necesidades se explican por la agresión imperialista y el bloqueo yanqui. Todos los males que padecen -que no son pocos- tienen como exclusivo responsable al imperialismo.
¿Hasta dónde llegarán con sus amenazas nucleares? Se supone que un régimen no se suicida, pero esa suposición descansa en el principio de que todos participamos de un conjunto de valores y principios, consideración o escrúpulo que no estoy seguro que valga para los déspotas de Pyongyang que siguen creyendo que su objetivo estratégico es derrotar a Corea del Sur “en el camino” -según su retórica- de la revolución comunista mundial, tal como la predicaban Lenin, Trotsky y los grandes jefes del marxismo internacionalista.
Es verdad que China ha dicho que no va a admitir una agresión de EEUU. Pero tampoco va a decir esta boca es mía si el posible ataque yanqui es una respuesta a alguna agresión de Corea del Norte, agresión que incluiría los aliados históricos de EEUU en la región: Corea del Sur y Japón, los dos enemigos, dicho sea al pasar, de China, cuya ojeriza en particular con Japón es proverbial y que, al decir de un diplomático, aún se mantienen vigentes algunas viejas cuentas a cobrar.