De Maldonado a Nisman

Santiago Maldonado debe aparecer. Vivo o muerto. Y si aparece muerto sus asesinos deben ser detenidos y condenados. No importa si visten uniforme o ropas civiles. La información que disponemos acerca de lo que pasó o está pasando es incompleta, pero más allá de los detalles lo cierto es que Maldonado está desaparecido y, aunque no suene agradable decirlo, es muy probable que a esta altura del partido esté muerto. A casi cuarenta días de lo ocurrido es la hipótesis más probable. ¿Quién o quiénes lo secuestraron o lo mataron? No lo sabemos, pero las posibilidades se reducen. Se descarta en principio que se esté divirtiendo en alguna parte de Chile o del mundo. Se descartó que haya sido asesinado por un puestero de Benetton. No hay indicios serios de que se haya ahogado o que lo haya matado un marido celoso. Si esto es así, lo siento mucho, pero -aunque más no sea por descarte- la única alternativa que queda es un gendarme o un grupo de gendarmes. Si lo hicieron queriendo o sin querer, tampoco lo sé, pero la presunción, la sospecha de que Maldonado haya sido víctima de asesinos con uniforme, es cada vez más grande.

Repito: Maldonado debe aparecer. No me importa lo que piensa, lo que hace o lo que siente. Es una persona y nada de lo que haya hecho o dicho justifica que lo secuestren o lo maten. Dejo para abogados y juristas decidir si es una desaparición forzada o esforzada. Como ciudadano me alcanza con saber que está desaparecido. O probablemente muerto.

Después vienen las complicaciones. Los que quieren hacer su campaña electoral agitando de manera tramposa esta desgracia; los que suponen que Maldonado es la consecuencia inevitable de un gobierno decidido a reprimir o a reiterar las prácticas de la dictadura militar; los que desean que la realidad se ajuste a su ideología. A esto se le suman algunas torpezas del gobierno nacional. Yo entiendo la responsabilidad política de Patricia Bullrich, por ejemplo. Entiendo que no puede acusar livianamente a la Gendarmería de ser la responsable de lo sucedido, pero entiendo menos ese empecinamiento en sostener la inocencia de todos los gendarmes.

En la Argentina que vivimos y hemos vivido, ése es un lujo que no podemos darnos. Patricia Bullrich debería saberlo. No se trata de ganarle una discusión a los kirchneristas, de lo que se trata es de ganar el desafío que nos presenta la historia. Nunca más. De eso se trata. Nunca más un muerto o un desaparecido por orden del Estado.

¿Pero no es que el Estado no ordenó la desaparición de este muchacho? Yo estoy seguro de que el gobierno no ordenó esta desaparición, pero no estoy tan seguro de que funcionarios uniformados del Estado estén comprometidos. En todo caso corresponde aclararlo. Defiendo el principio de presunción de inocencia, pero la experiencia nos enseñó a los argentinos que cuando hay un muerto o un desaparecido y algunos uniformados están cerca, tenemos derecho de sospechar. Y el gobierno tiene el deber de devolver tranquilidad a la población aclarando todo lo que se debe aclarar. Distinguir las diferencias entre Estado y gobierno y tener presente que muchas veces esa diferencia es una línea oscilante y frágil, es también necesario.

Desaparecidos en democracia

Según Bullrich los que participaron del operativo del 1º de agosto han sido y son investigados minuciosamente. Le creo. Es más, creo que es una excelente funcionaria y muchos de los palos que recibe provienen de sus aciertos y no de sus defectos. Pero por un motivo o por otro el gobierno, o algunos de sus funcionarios, parece colocarse en el lugar que los kirchneristas y la izquierda quieren colocarlo. Y ése es un error que en política nunca se debe cometer. Y mucho menos en este país y en medio de una campaña electoral.

No es necesario decir que no me gusta atacar a este gobierno, pero me molesta mucho que se ataque solo. De todos modos, los periodistas nunca debemos perder de vista que la información que disponemos es incompleta. De esta película conocemos poco. Eso es verdad. Pero también es cierto que según se mire conocemos lo más importante: Maldonado no aparece y los que tienen que dar una respuesta satisfactoria no la dan.

Este gobierno no ha dado la orden de secuestrar a Maldonado; tampoco se desentiende o ignora lo que está sucediendo. No es la dictadura como dicen los K. Es más, es probable que por esas perversiones de la política sea este gobierno el que quiera que Maldonado aparezca con vida, mientras que los K no pueden disimular su deseo de que esté muerto. La política y la ideología liberada a sus propias pasiones y pulsiones incluyen lo perverso.

Lo de Maldonado no ocurre en un paisaje bucólico o neutro. No es el primer desaparecido de la democracia. Lamentablemente hubo otros. En todos los casos el Estado está comprometido, aunque al respecto hay que decir que a diferencia de las dictaduras militares, también desde el Estado se desplegaron esfuerzos para esclarecer lo ocurrido.

Con evidente mala fe e insidia los kirchneristas hablan del desaparecido 30.001. Yo diría en homenaje a la verdad que sería el 8.001. Pero más allá de esas “minucias”, la primera víctima del terrorismo de Estado no es Maldonado sino Nisman. Sí, como lo oyeron: Nisman. No es un desaparecido, pero es un asesinado por el Estado que además desconoce lo hecho. Nisman asesinado con los recursos del Estado puesto a disposición de un gobierno que no puede disimular su participación en este operativo criminal.

Y ya que estamos en tema, Gendarmería es la que puede brindar informes clave acerca de lo que ocurrió en Puerto Madero hace tres años. ¿Hasta dónde la aversión a Gendarmería por parte de los ideólogos K no tiene que ver con este “detalle”? Como se dice en estos casos: matan dos pájaros de un tiro: a Nisman, lavándose las manos; y a Maldonado, ensuciándoselas con la calumnia y la manipulación.

Lo que nos está pasando a los argentinos en este sentido es preocupante. En 1983 nos pusimos de acuerdo en que nunca más un desaparecido o un muerto promovido desde el Estado o desde organizaciones políticas. El pacto en líneas generales se cumplió. Con algunas lamentables y dolorosas excepciones, pero se cumplió. El Estado terrorista se derrumbó con la dictadura, pero sobrevivieron hábitos, rutinas, vicios. El gatillo fácil o los nichos de corrupción criminal en los organismos de seguridad, por ejemplo. De todos modos y a pesar de todo, el Nunca Más parecía funcionar. Dije bien: parecía. Porque a través de un proceso que seguramente los historiadores en algún momento investigarán, ese acuerdo fundante alrededor del valor de la vida empezó a exhibir fracturas, grietas.

Lo de Nisman es un ejemplo. En circunstancias normales todos deberíamos haber estado en la calle pidiendo el esclarecimiento de este muerte. No fue así. El silencio cuando no la complicidad por esta muerte fue escandalosa. Después llegaron los muertos de Venezuela. Si el consenso de 1983 hubiera funcionado todos los argentinos nos habríamos sumado al repudio de estos crímenes. No fue así. Como en los setenta ha vuelto a instalarse el principio perverso de muertos buenos y muertos malos. Si el muerto pensaba lo mismo que yo, condeno; pero si el muerto pensaba diferente, apruebo, cuando no festejo.

“El mejor enemigo es el enemigo muerto” o “Al enemigo ni justicia”, son consignas que volvieron a instalarse en la política criolla. Molesta que haya desaparecido Maldonado, lo que me parece bien, pero no molesta que Nisman haya sido asesinado o que en Venezuela la lista de muertos sea cada vez más larga, lo que me parece pésimo.

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