—Todo esto es muy raro -comenta José.
—¿Qué es raro? -pregunta Abel.
—Lo de Maldonado, es raro…
—No me contestás lo que te pregunté.
—¿Y no te das cuenta? Resulta que ahora retornamos a la era del cascote. De la edad de piedra a la edad del cascote.
—Sigo sin entenderte.
—¿Qué es lo que hay que entender? ¿Te parece normal que cuarenta días después aparezca un gendarme diciendo que le tiró un cascotazo a un tipo, un cascotazo a treinta metros, ni que fuera Sansón, justo cuando estaba cruzando el río?
—La verdad que es raro -digo.
—Lo que no resulta raro -interviene Marcial- es el análisis de ADN que dice que no hay señales de Maldonado en los móviles de Gendarmería. Esto confirma que la figura de desaparición forzada es arbitraria.
—Más o menos arbitraria -responde José.
—¿Por qué decís eso?
—Yo no entiendo mucho de este tema…
—Si no entendés no opinés…
—Dejame terminar… yo no entiendo mucho en términos técnicos, pero el sentido común me dice que un análisis después de cuarenta días abre la sospecha de que se tomaron el tiempo suficiente como para borrar todas las pruebas.
—El sentido común -digo- no es el sentido más aconsejable para conocer el mundo científico. Además, que las conclusiones se hayan dado a conocer ahora no quiere decir que las pruebas no se hayan tomado antes.
—Ya que sos tan estricto en estos temas -dice Marcial a José- este caso se parece al de tu amigo De Vido, a quien le allanaron la casa dos meses después del anuncio.
—¿Y eso qué tiene que ver?
—Que un allanamiento se hace de sorpresa, no avisando con dos meses de anticipación… así cualquiera está limpio y es inocente.
—Yo vuelvo a Maldonado -insiste José-, resulta que la señora Patricia Bullrich nos venía diciendo desde que desapareció este muchacho que a la Gendarmería la habían investigado exhaustivamente y ahora nos enteramos de que no estaba tan investigada.
—No sé en qué te basás para decir eso.
—En los hechos Abel, en los hechos… resulta que ahora nos enteramos de que había gendarmes habilidosos para tirar cascotes, y gendarmes que disparaban con balas de goma…
—Yo creo -digo- que el dato merece ser atendido, pero por lo siguiente: si estos gendarmes se animan cuarenta días después a decir esto, tengo motivos para sospechar que la cosa fue un poco más complicada.
—¿Por ejemplo? -pregunta Marcial.
—Lo que yo creo es que si en el clima existente un gendarme se anima a decir que le fricó un cascotazo a un manifestante, es porque pudo haber pasado algo más grave.
—Vos no tenés manera de probar lo que estás diciendo.
—Yo no, yo estoy hablando en una mesa de café, pero supongo que el tema merece ser investigado, que hay gente que está en condiciones de probar o desmentir lo que yo digo.
—Yo insisto en que además de la mala leche de los kirchneristas con este tema, a los que hay que investigar es a los mapuches o, mejor dicho, a estos chicos amorosos de RAM. No puede ser que en la Argentina del siglo XXI una zona no se pueda allanar porque digan que es un territorio sagrado. Eso es una barbaridad, pero la barbaridad más grande es que un juez les haga caso.
—A mí me parece cómodo y hasta irresponsable echarles la culpa a los mapuches -dice José.
—Yo no les echaría la culpa de entrada -digo-, pero así como creo que hay que preocuparse por las responsabilidades de la Gendarmería, también hay que hacer lo mismo con los mapuches.
—Todo esto es raro, como dice José -comenta Abel con un suspiro-. el pibe éste, Maldonado, es raro. No se le conocen amigos, novia, parece un personaje llegado desde las nebulosas.
—Ahora no van a empezar a culparlo a él de su propia desaparición -critica José.
—Yo no lo culpo de nada y, además, quiero que aparezca con vida. Pero admitime que el personaje es raro… además, no se sabe cuándo fue a Chile y cuándo volvió a la Argentina, no aparecieron sus cosas, sus ropas, su maquinita de tatuar.
—Pregunto yo -dice Marcial- ¿y si este hippie cansado de la vida consumista y de los horrores de la sociedad burguesa decidió internarse en el fondo de algún bosque, y mientras nosotros nos rompemos los cuernos buscándolo, él se está alimentando con raíces, hongos y frutas salvajes?
—Lo que decís es una falta de respeto al compañero.
—Se han dicho tantos disparates; ustedes los kirchneristas dijeron y dicen tantos disparates que yo puedo animarme a tirar una hipótesis disparatada, porque después de todo, esto es muy disparatado.
—Lo peor de todo esto es que esta desaparición -dice José- se da en un país que tiene cada vez más pobres, más mendigos.
—Otra vez diciendo macanas -dice Abel-, el país nunca estuvo tan pobre como cuando estaba tu jefa.
—La que después de las elecciones de octubre -agrega Marcial- no va a ser jefa ni de sus hijos.
—Muchachos -dice José-, no puede ser que sean insensibles a la pobreza.
—Acá los únicos insensibles han sido ustedes -responde Abel.
—Admitamos -dice Marcial- que el tema de la pobreza, de la pobreza más profunda es de difícil tratamiento.
—Chocolate por la noticia.
—Yo te comento una anécdota. El otro día mi mujer me pidió que vaya al supermercado a hacer unas compras.
—Así que tu mujer te ordena hacer los mandados -dice Abel con tono burlón.
—No contesto boludeces -responde Marcial- y sigo con mi historia. En el supermercado, cuando estoy pagando la compra, veo a un chico en la puerta, un pibe de nueve o diez años esperando que le den limosnas. No sé qué me pasó, pero me puse sentimental y compré un alfajor y se lo di a él.
—Muy bien Marcial. Increíble en vos.
—Pará que termine. Apenas se lo di, vino una vieja zaparrastrosa con pinta de rufiana y se lo sacó.
—¿Se lo sacó de prepo?
—No, se lo sacó con la autoridad de quien manda.
—¿Y el pibe qué hizo?
—El pibe se lo dio; creo que no tenía otra alternativa. Salí a la calle y me salía de la vaina por increpar a esta vieja rufiana que estaba a pocos metros del pibe con una bolsa enorme. Me quedé en el molde para evitar quilombo, pero me fui con una bronca grande… la vieja rufiana no sólo explota a ese niño, sino a un par de bebés que curiosamente siempre están durmiendo para pedir plata… es tan hija de puta que ni siquiera le permite a un chico de nueve años que se dé el gusto de comer un alfajor.
—Andá a saber cómo es la cosa -dice José.
—La cosa es como te la cuento.
—A mí lo que me llama la atención -digo- es que nadie haga nada en defensa de esos chicos; es como que como son explotados miserablemente por pobres no se puede hacer nada.
—Nadie hace nada por ellos; una banda de rufianes, que me importa tres pitos si son o no pobres, los explota salvajemente y pareciera que como los explotadores son pobres están autorizados a martirizarlos sin compasión.
—Están exagerando -exclama José.
—Para nada, nos quedamos cortos. Ni las iglesias, ni las instituciones de buena voluntad hacen nada. Mucho menos los políticos. Se arma un escándalo porque golpean a un caballo o a un perro, pero nadie abre la boca por esos chicos que son explotados por rufianes que por más pobres que sean nunca dejarán de ser rufianes.
—No comparto -concluye José.