¿Ultraderecha en Alemania?

A las elecciones las ganó Angela Merkel con su coalición de CDU y CSU, es decir los social cristianos y su versión conservadora de Baviera, pero la primera mala noticia es que el oficialismo perdió el ocho por ciento de los votos. La segunda mala nueva para el CDU, es que los socialistas -que perdieron el cinco por ciento de los votos- decidieron alejarse de la coalición de gobierno y volver al llano con la esperanza de fortalecerse en la oposición. La tercera -y tal vez la más importante y la que más trascendió en el mundo- es que el AfD, “Alternativa para Alemania”, es decir, la ultraderecha, obtuvo el doce por ciento de los votos, lo que significará una representación en el parlamento (Bundestag) de alrededor de noventa y siete diputados.

¿Regresan los nazis, como declaman los más alarmistas? Por lo menos más de un dirigente socialista así lo piensa. Uno de ellos declaró con tono sombrío que por primera vez desde que concluyó la Segunda Guerra Mundial un nazi -o varios nazis- hablarán en el parlamento. Otros observadores son más moderados, pero no pueden disimular su inquietud.

Los más optimistas consideran que en el AfD lo que hay son conservadores asustados por la inmigración. Y que nazis, lo que se dice nazis con esvástica y fotos de Hitler, puede haber apenas uno o dos por ciento. Muy escrupulosa la distinción, siempre y cuando no se tenga en cuenta aquel aforismo que sostiene que un nazi es en realidad un conservador asustado.

Temas para discutir. Por lo pronto, los dirigentes de Alternativa para Alemania no admiten ser tratados de nazis y ultraderechistas. Supongo que advertirán que el mote no es muy simpático que digamos a la hora de votar. Efectivamente, dicen que no son nazis, pero las declaraciones de algunos de sus dirigentes dejan abierto un sugestivo interrogante al respecto. Por ejemplo, Jenas Maier insiste en que “los alemanes tenemos que ponerle punto final al sentimiento de culpa por haber apoyado a Hitler”. Wilhelm von Gottberg, estima que insistir con las masacres de judíos es una estrategia aviesa destinada a criminalizar a la nación alemana. La primera espada de la AfD, el veterano Alexander Gauland, proclamó en plena campaña electoral que “los alemanes debemos estar orgullosos del comportamiento de nuestros soldados en la Segunda Guerra Mundial”.

Gauland dijo también que los judíos no deben tener motivos para estar asustados, pero con semejantes declaraciones si yo fuera judío, viviera en Alemania y Gauland fuera elegido primer ministro, creo que empezaría a ponerme muy nervioso, sobre todo sabiendo que, por ejemplo, uno de los principales diputados de la flamante bancada será Martín Hohmann, quien hace un par de años fue expulsado del CDU por antisemita.

Por lo pronto, para esta derecha radical los enemigos a derrotar son los musulmanes, la inmigración y el terrorismo. Sin anestesia, el dirigente Leif-Erik Holm no vacila a en calificar a la actual Alemania como un califato musulmán. Otro de sus compañeros de bancada afirma que hay que defender las fronteras a punta de pistola y, de ser necesario, tirar a matar, aunque los destinatarios de las balas sean mujeres con niños en brazos.

Como se podrá apreciar, no es para estar tranquilo. La AfD es la tercera fuerza política del país y en Sajonia es la primera. No, no es para estar tranquilos. Ángela Merkel por lo pronto no lo está. Tampoco lo están los socialcristianos bávaros, aunque ellos estiman que para derrotar a la extrema derecha lo que hay que hacer es robarles sus banderas, es decir, profundizar el giro antiinmigrante. Según el máximo dirigente del CSU, Horst Seehofer, “tenemos que cerrar la brecha que se nos ha abierto en el flanco derecho”. Fácil decirlo, pero no tan fácil hacerlo realidad.

Los observadores políticos más serenos evalúan que el crecimiento de la extrema derecha es para preocuparse, pero no para ponerse histérico. En principio, no hay posibilidades del retorno de un Hitler a Alemania. El mundo no es el mismo. La Alemania de entonces era una nación derrotada; la de hoy puede ser muchas cosas, pero no derrotada. En 1930 las penurias sociales y económicas eran altas y el sentimiento de haber sido ultrajados por los enemigos del mundo era intenso.

Hoy no es la justicia social la consigna que moviliza las protestas en Alemania. Hay problemas por supuesto, pero un desocupado en este país está muy bien protegido. Solo a un tahúr de la política como el Morsa Fernández se le puede ocurrir que las condiciones sociales de Alemania son similares a las de Argentina.

Como toda sociedad de masas el país tiene problemas, pero en el imaginario popular pareciera que el problema más serio lo representan los inmigrantes, particularmente los de origen musulmán, portadores, según ellos, del veneno de una religión considerada por los derechistas como una enemiga de la nación.

Por otra parte, y más allá de las oscilaciones electorales, Ángela Merkel sigue siendo la política más votada y todo parece indicar que a pesar del retroceso de los recientes comicios, finalmente logrará armar una coalición de gobierno con los Verdes y los Liberales, quienes, dicho sea de paso, fueron en su escala los segundos ganadores de estas elecciones, con un porcentaje electoral que supera el diez por ciento.

“Volvamos a sentirnos seguros en nuestra propia casa”, asegura la extrema derecha. Y esto lo dicen en uno de los lugares más seguros del mundo. Este dato consistente de la realidad no parece, sin embargo, afectar las certezas de la extrema derecha para quienes las medidas más urgentes que se deben tomar son abandonar el euro, dejar de ser el hada buena de las pésimas economías europeas, declarar al Islam incompatible con la nación alemana, cerrar las fronteras, expulsar extranjeros en particular a los que delinquen e incluso darles plata para que se vayan. Fieles al legado conservador, sostienen que, mientras tanto, lo que el Estado debe hacer es preocuparse por fortalecer los lazos familiares como garantía de la identidad del pueblo, del Volk, como les gusta decir.

Para tranquilidad de Merkel, liberales y socialistas, los derechistas están muy lejos de ser una “familia” amable y armoniosa. Sus refriegas internas son conocidas por todos y si alguna duda le quedaba a alguien, estas se hicieron evidentes al otro día de las elecciones, cuando la conocida dirigente Frauke Petry anunció que no se sumaría al bloque del AfD. Y lo anunció en un popular programa televisivo y delante de sus rivales internos.

Hoy los dos dirigentes estrellas de la ultraderecha son Alexander Gauland, quien con la sutileza que lo distingue prometió ir a la caza de la Merkel, y Alice Weidel. Weidel es también todo un personaje que expresa a través de su biografía las visibles contradicciones internas de esta derecha. Joven, bella, inteligente y aguerrida. A sus condiciones oratorias suma sus conocimientos económicos y su garra política. Para escándalo de muchos de sus votos conservadores, Alice es lesbiana asumida como tal públicamente. La defensora de la nacionalidad alemana vive en Suiza con su pareja, una directora de cine, y dos hijos adoptados. Cuando los periodistas alguna vez la interpelaron acerca de la contradicción que representaba para una conservadora vivir en pareja con otra mujer, sobre todo cuando ella misma dice oponerse al llamado matrimonio igualitario, respondió muy suelta de cuerpo que los enemigos de los homosexuales no son los alemanes sino los musulmanes, seguidores del Corán que “han invadido nuestro país”.

Digamos, a modo de síntesis, que las noticias que llegan de Alemania no son buenas pero tampoco son una catástrofe o la antesala de una catástrofe. La extrema derecha sigue siendo una minoría con graves disensiones internas, mientras que el liderazgo de Ángela Merkel continúa fuerte y es el que hoy mejor expresa el centro de la política nacional.

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