La marcha por la Constitución y la Libertad

 

El 19 de septiembre de 1945 fue miércoles. Un día de sol apacible en un país que estaba muy lejos de ser apacible. Una dictadura militar ejercía el poder desde hacía dos años. Su presidente era el general Edelmiro Farrell, milico acomodaticio y decidido a recostarse siempre a favor del viento.

El vicepresidente era el coronel Juan Domingo Perón, de hecho el poder real del régimen militar existente. Perón para esa fecha además de vicepresidente era Ministro de Guerra y el titular de la Secretaria de Trabajo. O sea que concentraba en su persona el poder militar, el poder político y el poder social. Además de los fondos públicos. A Juan Manuel de Rosas, como para empezar, no le hubiera disgustado disponer de todos esos atributos

Precisamente, para ese 19 de septiembre la oposición democrática convocaba a una movilización exigiendo el fin de la dictadura y la entrega del poder a la Corte Suprema de Justicia. El Ministro del Interior era el radical tránsfuga Hortensio Quijano, un correntino que los amigos calificaban de pintoresco y los adversarios de payaso. El Ministro dudó en autorizar la marcha. Consultó con Perón y evaluaron que no quedaba otra alternativa que permitirla.

Como para curarse en salud, el 15 de septiembre Perón envió una “orden general” al ejército en la que consideraba a los manifestantes como entregadores de la soberanía nacional, aliados al capital extranjero, oligarcas en definitiva. En la lista de enemigos del pueblo figuran con letras destacadas los periodistas y los jueces. El peronismo como tal aún no existe, pero los rasgos de la criatura son reconocibles.

La dictadura no estaba atravesando por su mejor momento. En abril habían caído los nazis y en agosto se rinde Japón. La ola de democratización parecía incontenible. El propio régimen se vio obligado, para desolación de los coléricos muchachos de la Alianza Libertadora Nacionalista, a declarar la guerra a las potencias sobrevivientes del Eje. Lo hicieron una semana antes de que Hitler se suicidara en el bunker. Pero lo hicieron. El corazón de Perón destilaba amor por el fascismo, pero el coronel sabía mejor que nadie que el poder no se conjuga con la letanía del amor. “Fue una formalidad”, les dijo a modo de explicación a sus amigos.

En la última semana de abril, Perón declara por escrito que renuncia a ser candidato a presidente. Nadie le creyó y él además sabía que no le creían. El 18 de mayo la dictadura levanta el estado de sitio con el que había gobernado desde que llegó al poder el 4 de junio de 1943. No lo hacen porque creen en las libertades, sino porque no pueden hacer otra cosa en una Argentina movilizada por la derrota del nazifascismo en el mundo.

Para esos días llega a Buenos Aires el embajador de EE.UU., Spruille Braden. Se va a quedar en ese cargo hasta el 23 de septiembre. Cuatro meses durará la estadía de míster Braden en la Argentina. Cuatro meses en los que será de hecho el jefe de la oposición al régimen militar y, en particular, el enemigo jurado de Perón. La oposición en el futuro se lamentará por haber permitido, mientras se dedicaban a entonar las estrofas de La Marsellesa, que Braden ejerza funciones de virrey. Por su parte, Perón nunca dejará de agradecerle a los dioses la presencia de este energúmeno destinado a ser el enemigo ideal para hacer realidad sus ambiciones políticas.

“El fascismo del coronel Perón es un pretexto para las actuales políticas del señor Braden cuyo objetivo es humillar al único país latinoamericano que ha osado enfrentar sus truenos”. Estas palabras no las escribe Jauretche, Abelardo Ramos o John William Cooke; las escribe míster J. V. Perowne, distinguido e influyente funcionario de la embajada inglesa. Con términos parecidos se expresan Richard Allen y David Kelly, funcionarios de la Foreign Office y la Cancillería.

El 15 de junio alrededor de 300 entidades en nombre del comercio y la industria publican un manifiesto en contra de Perón. Allí están los grupos económicos tradicionales, pero también los que hoy calificaríamos como las pequeñas y medianas empresas. En esos días algo parecido publica la Sociedad Rural.

El 12 de julio Perón convoca a los trabajadores a manifestarse a su favor en la secretaria de Trabajo. Es una movilización importante. Oficialmente los dirigentes sindicales no hablan de Perón, pero algunos en voz baja ya empiezan a decirse peronistas. No todas son flores para el coronel. Los gremios de la Fraternidad, Textiles y Empleados de Comercio se abren de la CGT. El carisma, la lucidez, los abundantes recursos monetarios le permiten a Perón destacarse de la mediocridad militar y política reinante. Pero los obstáculos que se le presentan son formidables. Perón es un eficaz manipulador pero no ignora que todos los que se le acercan también quieren manipularlo. Intrigas del poder que se dice.

A fines de agosto el Partido Comunista, recientemente legalizado, realiza un acto público en el Luna Park. Rodolfo Ghioldi convoca a los conservadores a sumarse a la tarea de abatir el nazi peronismo. No lo logrará. Los radicales vetarán la participación de los conservadores, muchos de los cuales con Visca, Fresco y Cámpora se sumarán al flamante peronismo.

Radicales, socialistas y demoprogresistas realizan sus propios actos públicos. Todos fustigan a la dictadura y al nazifascismo. Insisto. Estamos en 1945, a pocas semanas de la derrota de los nazis. Este contexto no se puede desconocer o minimizar. Como tampoco minimizar las abundantes pintadas en las paredes de la ciudad al estilo “Haga patria, mate un judío” o “Haga patria, mate un estudiante”.

O sea que para mediados de septiembre la oposición está lanzada a la conquista del poder y confiada en que todas las variables juegan a su favor. Incluso en las Fuerzas Armadas existen oficiales, retirados y en actividad, que reclaman el retorno a los cuarteles de sus camaradas de armas, aunque a la mayoría les fastidia el agresivo tono antimilitarista de la oposición y la consigna de entregar el poder a la Corte Suprema de Justicia.

A la marcha por la Constitución y la Libertad asisten los grandes bonetes de la economía, pero también los partidos que habían luchado contra el régimen conservador de los años treinta y en particular contra la dictadura militar que asaltó el poder desde junio de 1943. En las calles de Buenos Aires se entreverarán políticos socialistas y comunistas, los principales dirigentes del radicalismo, políticos cristianos, estudiantes que desde hace dos años tienen las universidades intervenidas, los centros ilegalizados y las casas de estudios controladas por milicos ignorantes y nacionalistas oscurantistas y ultramontanos.

Se dirá luego que ese día desfilaron los ricos de Buenos Aires. Verdad a medias. Verdad que se impone históricamente porque en general los ganadores suelen ser los autores del guión oficial. Los ricos estaban, pero sería una grosera simplificación sostener que solamente había ricos y clase media alta. Si así fuera no se entendería por qué la dictadura maniobró para que los tranvías no circulasen. O no se explicaría la decisión de la UIA de permitir a los trabajadores abandonar la jornada laboral con el compromiso de que el día sería abonado.

Según el informe de la policía -siempre leal a Perón- en la marcha hubo alrededor de 60.000 personas. En el otro extremo, se habló de una convocatoria que arañó el medio millón de manifestantes. El consenso histórico admite que por lo menos hubo alrededor de 250.000 personas. Y allí había de todo: jóvenes y viejos, varones y mujeres, ricos y trabajadores. En todas las circunstancias se trató de la convocatoria popular más masiva hasta la fecha, superior incluso a la del velorio de Yrigoyen y, despejada las nubes del mito y las maniobras de Apold, superior en asistencia a la que un mes después protagonizarán los flamantes peronistas en Plaza de Mayo.

La marcha por la Constitución y Libertad arrancó en Plaza Congreso alrededor de las tres de la tarde. La Argentina liberal, republicana y democrática estaba en la calle. Con sus luces y sombras. También con sus símbolos: retratos de Rivadavia, Sarmiento, Mitre, San Martín y Belgrano. Se estableció que no habría discursos y que el destino final sería Plaza Francia. También se acordó el recorrido: por avenida Callao. La encabezaban los principales dirigentes de la época. El perfil antifascista era evidente y notorio. No era un tema menor en septiembre de 1945. Salvo para los fascistas, claro está, algo atribulados por las derrotas de sus líderes en Europa, pero muy deseosos de desembarcar en estos pagos.

Los manifestantes enfilaron por Callao. La organización fue perfecta. En las bocacalles jóvenes con brazaletes controlaban posibles provocaciones, en particular, las provenientes de los cachiporreros de la Alianza Libertadora Nacionalista. A la altura del Hotel Savoy los manifestantes saludaron a Ricardo Rojas y Adolfo Güemes, dos próceres del radicalismo. A la altura de Corrientes se sumaron más manifestantes. Ya casi llegando a Viamonte la columna era multitudinaria. Desde un balcón, el general Arturo Rawson uniformado y eufórico saludó a los manifestantes que respondieron con aplausos. Cerca de Plaza Francia, según Félix Luna se sumó a la manifestación el embajador norteamericano. El historiador Joseph Page no dice lo mismo. De todos modos, si Braden no estuvo físicamente, estuvo “espiritualmente” como se dice en estos casos. Importa consignar en homenaje a los matices que no todos los dirigentes de la oposición comparten ese entusiasmo por el embajador yanqui y sus ínfulas antifascistas. Radicales intransigentes y sabatinistas han expresado sus recelos e incluso su desagrado por esta insólita injerencia en los asuntos internos de un embajador forjado en los tiempos de la política del garrote. Insisto una vez más en lo que significaba para el mundo y para la Argentina en particular la derrota del nazifascimo en 1945. Y el rol desempeñado por EE.UU. en esta empresa.

Esa noche y la mañana siguiente las páginas de los titulares de los diarios nacionales no disimulan su entusiasmo por lo que califican el éxito de la marcha. Títulos en letra catástrofe, fotos panorámicas, declaraciones de políticos opositores crean un clima necesario para suponer que las horas de Perón y la dictadura militar que encabeza están contadas.

El lema clásico de que el barco se hunde y las ratas huyen parecía aplicarse al pie de la letra. Ese fin de semana alrededor de treinta almirantes retirados encabezados por Domecq García reclaman del gobierno un acto de renunciamiento. Radicales y conservadores tránsfugas dejan los cargos. Entre otros, el caudillo conservador Ramón Cárcano. Los reclamos de entrega del poder a la Corte son cada vez más insistentes. El socialista Sánchez Viamonte es quien mejor justifica jurídicamente esta decisión.

Las movilizaciones callejeras más ruidosas las protagonizan los estudiantes. A fines de agosto Perón ha intentado seducirlos con un discurso dirigido a ellos empleando la segunda persona del plural. Fue uno de sus grandes fracasos políticos. Para los dirigentes de la FUA Perón no solo es el jefe visible de los nazis en la Argentina, sino que además es la “solución” y la salida política de la dictadura militar instalada el 4 de junio de 1943, la misma que intervino las universidades, disolvió los centros de estudiantes e ilegalizó a garrotazos al movimiento estudiantil.

¿En que condiciones o con qué argumentos un estudiante liberal, de izquierda, progresista, podía apoyar a un caudillo militar que reunía las más detestables prácticas políticas? ¿Quién se decía peronista en septiembre de 1945? ¿Por qué apoyar a un coronel que no disimulaba -como nunca las va a disimular- sus simpatías con Mussolini?

Después de la marcha los estudiantes arrecian su ofensiva contra el régimen militar. Los principales facultades de la UBA, la UNL, La Plata, Tucumán y Córdoba son tomadas en defensa de las libertades y contra el fascismo. Algunos carteles en los pórticos de las facultades reclaman la caída de la dictadura. El régimen responde con más represión. “Haga patria, mate un estudiante” y “Alpargatas sí, libros no”, son las consignas que se imponen desde el poder.

Los acontecimientos se precipitan. A la semana siguiente de la Marcha los generales Rawson y Osvaldo Martín intentan dar un golpe de Estado pero son detenidos. La base militar de la asonada es Córdoba. Todo parece estar bien planificado, pero los conspiradores subestiman el poder de Perón. Por su parte, Rawson supone que los militares en actividad lo acompañan y que el pueblo lo adora. Detenido en un regimiento dispondrá del tiempo necesario para meditar acerca de su formidable error de cálculo.

Los desbordes políticos lo habilitan a Perón para reinstalar el estado de sitio. Allanamientos, desalojos de los estudiantes, censura a la prensa, políticos detenidos. Todo en vano. Los episodios represivos parecen más una muestra de debilidad de la dictadura que un acto de fortaleza. La gente está en la calle, los abogados presentan recursos de habeas corpus, los jueces dan lugar a ello. El mes de octubre se inicia con expectativas diversas, pero la certeza por parte de la oposición de que las horas de Perón están contadas parecen ser cada vez más consistentes.

El jueves 4 de octubre, en la esquina de Perú y Avenida de Mayo, una banda de matones de la Secretaría de Trabajo asesina al estudiante afiliado a la UCR, Aarón Salmún Feijóo. El joven tenía 19 años y a esa hora se dirigía a la facultad de Ciencias Exactas para asistir con víveres a sus compañeros estudiantes que habían tomado la casa de estudios. Lo acompañaba su hermano David que salvó milagrosamente la vida. Fue él quien al comprobar que su hermano estaba muerto se dirigió la Comisaría Segunda en busca de auxilio y para hacer la denuncia. El comisario Carlos Sánchez Toranzo procedió con la ecuanimidad que distinguía a esta policía cuya identificación con el coronel Perón era indisimulable: lo detuvo a David.

El velorio de Salmún Feijóo convocó a una multitud. Las columnas marcharon en silencio desde Barracas a Recoleta. En el cementerio habló en nombre de la FUA el dirigente radical Néstor Grancelli Cha. Esto ocurrió el sábado 6 de octubre. Los reclamos de renuncia de Perón parecían ser unánimes.

Amadeo Sabattini, desde Villa María declara que Perón está liquidado y que hay que dar vuelta la página. Es lo que piensan todos. O casi todos. El lunes 8 de octubre, cumpleaños de Perón, parece iniciarse la cuenta regresiva. Los militares por lo pronto están de hecho en estado de asamblea. El general Ávalos, titular de Campo de Mayo, entiende que la aventura ha llegado a su fin. El martes 9 de octubre la opinión publica se entera que Perón ha renunciado a los cargos de ministro, secretario de Trabajo y vicepresidente. La historia parece concluir con un final feliz. El coronel aventurero y demagogo ha caído. Todos están convencidos de los mismo, incluso el propio Perón según cartas privadas reveladas muchos años después de estos hechos. Sin embargo, lo que debería ser el final de una historia va a ser en realidad el inicio. Diez días después el escenario no será diferente, será absolutamente diferente. Pero esa ya es otra historia.

 

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