Sergio Maldonado

—Apareció Maldonado -anuncia con expresión fúnebre Abel.

—Habrá que ver si es él -digo.

—¿Te cabe alguna duda?

—Lo seguro es que hay un muerto -confirma José.

—Y yo apuesto a que ese muerto es Maldonado -asegura Marcial.

—Habrá que ver si lo mataron o si fue un accidente -digo.

—¿Vos tenés alguna duda? -pregunta José.

—Sí y muchas. Incluso, si lo mataron, habrá que ver quién lo hizo.

—A mí me llaman la atención dos cosas -dice Marcial- Maldonado desaparece una semana y pico antes de las Paso, y ahora aparece cuatro días antes de las elecciones.

—¡No sé a dónde querés llegar con ese razonamiento de mala leche! -acusa José.

—A que no me chupo el dedo y que en este tema las casualidades no existen.

—Yo supongo que hay una responsabilidad de la Gendarmería, pero lo supongo, no lo afirmo, porque puede haber otras variables.

—¿Por ejemplo?

—Muchas, desde una operación de los servicios de inteligencia, a la responsabilidad del grupo mapuche radicalizado.

—Eso es una afirmación tramposa -observa José.

—Yo no descartaría nada -insisto- el cuerpo aparece en el río después de dos patrullajes y aparece casualmente en la zona mapuche, la misma en la que no dejaban entrar a estos patrullajes.

—A favor de los mapuches podría decirse que son ellos los que acusan que el cuerpo fue plantado deliberadamente allí -digo.

—Yo no descarto que el Estado lo haya “plantado” allí -dice José.

—¿Qué interés puede tener el gobierno en plantar ese cadáver allí? Y, sobre todo, ¿qué interés puede tener en hacerlo cuatro días antes de las elecciones, elecciones en las que va ganando cómodo y que este asunto puede empiojarle la situación?

—Yo no quiero hacerme el Sherlock Holmes -dice Abel- pero cuando ocurre un crimen lo primero que se pregunta es a quién lo favorece.

—Y según tu astucia, ¿a quién favorece lo sucedido?

—No te voy a contestar como vos querés, pero en principio te diría que el principal perjudicado por esto es el gobierno.

—De lo cual se deduce -dice José con tono irónico- que Cristina es la responsable de la muerte de Maldonado.

—Yo no sería tan ligero para las deducciones -digo- pero está claro que hay algunas casualidades que son sugestivas.

—Si, claro -dice Marcial- y episodios de violencia sugestivos. Al secretario de Derechos Humanos, señor Abruj, los indios lo cagaron a piedrazos; los mismos que no dejaban entrar a la policía a investigar.

—Lo que quieras -dice José- pero deducir de allí que los mapuches son culpables hay una distancia enorme.

—No digo que sean culpables digo que hay que investigarlos… ¿o ahora porque sean mapuches y supuestos pueblos originarios no se los puede investigar?

—Yo creo que hay que investigar a la Gendarmería y dejarnos de joder -retruca José- apuesto noventa a uno que lo mató algún gendarme, o un grupo de gendarmes, y ocultaron el cadáver.

—La hipótesis de la gendarmería, o del gendarme, es probable -digo- es muy probable. Pero también es probable, por ejemplo, que como dijera el juez Otranto, este muchacho se haya ahogado, los mapuches hayan encontrado el cadáver y lo retuvieron para especular políticamente.

—Lo que decís es muy poco creíble.

—Si Verbitsky está metido en este tema, yo creo cualquier cosa.

—Crean lo que quieran -responde José- pero admitirán conmigo que la libertad de creer lo que te guste, debe ir acompañada con las pruebas del caso.

—Yo te recuerdo -digo- que estamos en una mesa de café; dejo para los abogados y los jueces, los políticos y los fiscales; los detectives y los historiadores, juntar pruebas. Nosotros comentamos la noticia y si nos equivocamos no jodemos a nadie… damos vuelta la página y aquí no ha pasado nada. Hablamos con la información incompleta del caso, pero nos gusta hablar…

—Hablen lo que quieran -dice José- pero eso no los habilita a decir boludeces.

—Puede ser -contesto- pero esa observación vale para todos, incluso para vos.

—Yo de lo que estoy seguro -dice Marcial- es que el gobierno no tiene nada que ver con esa muerte.

—Yo no estaría tan seguro -responde José- no voy a decir que Macri dio la orden de matar a este muchacho, pero sí digo que un gobierno es responsable de sus fuerzas de seguridad.

—Lo es si protege delitos, pero un gobierno no es responsable si el sargento Tijereta comete un crimen. Lo sería en todo caso si lo protege, pero no es este el caso.

—¿A no? -exclama José- la señora Patricia Bullrich de hecho puso las manos en el fuego por la Gendarmería.

—Vos lo dijiste bien -dice Abel- por la Gendarmería, pero ello no incluye a cada gendarme en particular.

—Es una distinción algo forzada -observa José.

—Es la distinción válida para cualquier sociedad democrática. La responsabilidad de un crimen es siempre individual, salvo que efectivamente pueda probarse, por ejemplo, que la Gendarmería se reunió con sus máximos jefes y todos se pusieron de acuerdo en asesinar a Maldonado y protegerse entre ellos, variable que ni siquiera vos, José, podés aceptar.

—Yo de las fuerzas de seguridad de la Argentina puedo creer cualquier cosa -afirma José.

—En eso no te equivocás -responde Marcial- y de eso ustedes la saben lunga…

—No entiendo por qué decís eso.

—Sencillo, hay que saber mucho del tema para designar a Berni, por ejemplo, en el lugar en el que lo designaron.

—No busqués excusa -contesta José- Berni no tiene la culpa de lo de Maldonado, pero Patricia Bullrich algunas respuestas debe dar.

—¿Vos suponés que la Bullrich tuvo algo que ver con esa muerte?

—Lo que supongo, en principio, es que no hizo todo lo que se debía hacer en estos casos. ¿Por qué no lo hizo? Vaya uno a saberlo… tal vez porque es incompetente, tal vez porque quiera hacer buena letra con los jefes de la Gendarmería porque los necesita, o tal vez, porque por ideología está del lado de los represores.

—Mirá lo que son las cosas -exclama Marcial- yo lo que le reprocho a la Bullrich e incluso a este gobierno es que le tenga demasiada paciencia a estos indios facinerosos de los RAM, un gobierno que mira para otro lado cuando hay que meter mano dura con los piquetes y toda esa manga de vagos y atorrantes.

—Te falta pedir que vengan los milicos -acusa José.

—A los milicos los pusieron ustedes -replica Marcial- el señor Milani es un invento de ustedes; Stiuso de alguna manera también fue un invento de ustedes; Berni es otro invento de ustedes. Y Nisman, mi querido José, es fundamentalmente un invento de ustedes y un crimen en el que ustedes están hasta las manos.

—No comparto -concluye José

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