La peor de las noticias, políticamente hablando, se confirmó: Santiago Maldonado está muerto. No fue una noticia sorpresiva. A decir verdad, todos suponíamos, con un estrechísimo margen de error, que el cuerpo encontrado en el río Chubut el pasado martes era el del infortunado artesano. La novedad siguiente es que el cuerpo no tiene lesiones. Esto quiere decir que en principio no fue ejecutado con un disparo o una puñalada. ¿Se ahogó? No lo sabemos. ¿Lo ahogaron? Por ahora sabemos mucho menos. Sí se sabe que el cuerpo estuvo en el agua más de dos meses. Si esto es así, se descartaría la versión del “plantado” y las especulaciones acerca de quién lo habría hecho.
Por supuesto, hay muchos interrogantes a develar y muchas críticas que hacer acerca de lo ocurrido. Pero más allá de ello, más allá de las imputaciones de unos y otros, de las acusaciones impiadosas lanzadas en nombre de ideales elevados, lo que importa destacar es algo que a veces por obvio no se tiene debidamente en cuenta: en la Argentina la vida vale. En este país y más allá de los gobiernos y nuestras crónicas discordias, un muerto importa, un muerto en ocasión de posible participación del estado genera un escándalo político.
Esto no es “natural” o una rutina cotidiana, esto es producto de una cultura política, de una sensibilidad social o de una experiencia histórica alrededor de la importancia de la vida. Dicho con todo respeto, en México, Colombia, Venezuela o incluso Brasil, esto no ocurre. O por lo menos no ocurre con la misma intensidad. La vida en muchos de estos país no vale nada o vale poco, muy poco. No es así en la Argentina. La observación no es un consuelo o la justificación de nada. En todo caso es una observación acerca de la importancia que el valor “vida” tiene entre los argentinos.
No somos perfectos, claro está. No conozco ninguna sociedad que lo sea. Por supuesto que lo ideal sería que nadie muera o que a nadie lo maten. Pero más allá o más acá de los ideales, convengamos que vivimos en un país donde la vida importa y en el que los ciudadanos no están dispuestos a consentir que el Estado atropelle derechos individuales y políticos.
De todos modos, hay que seguir investigando. Y hay que hacerlo con rigor, y responsabilidad. ¿Qué pasó con Maldonado?, es una pregunta a la que hay que responder. La sociedad así lo exige. Y el gobierno así lo quiere. Sospechamos que algo trágico ocurrió hace más de dos meses en la ruta 40 entre Esquel y El Bolsón. Maldonado está muerte y no tiene lesiones. Es lo que sabemos. Pero a continuación las explicaciones que se han dado desde el poder y desde las instituciones de derechos humanos son contradictorias, imprecisas, ambiguas.
La autopsia asegura que no hay lesiones, pero la posibilidad de que algunos gendarmes hayan tenido algo que ver no debe ser descartada. La historia así lo enseña; la lógica deductiva así parece indicarlo. Repito: es una hipótesis atendible, lo que no quiere decir que sea la verdadera. Mucho menos que dé lugar a la figura de “desaparición forzada”, la figura a la que con excitación y entusiasmo promueven por diferentes motivos los kirchneristas y la izquierda.
El gobierno es el primer interesado en que se sepa la verdad. Por lo pronto, queda claro que no hubo una orden del poder de matar a Maldonado. También queda claro que con respuestas más o menos satisfactorias desde el poder se hicieron esfuerzos para esclarecer. Puede que los reflejos hayan sido lentos, puede que se hayan cometido errores o que se hayan dicho palabras de más o de menos, pero la diferencia con el terrorismo de Estado es absoluta.
¿Qué pasó con Maldonado? En principio las posibilidades reales acerca de su muerte son las siguientes: se ahogó o lo ahogaron. Si lo ahogaron hay que pensar que fueron algunos gendarmes o los mapuches del RAM. El velo de ignorancia por ahora se mantiene vigente. Tampoco se sabe quién informó a las autoridades para que hicieran el rastrillaje. Se dice que fue un gendarme; se dice que fue un mapuche. Rumores. Rumores que deberían confirmarse. ¿Por qué la ambigüedad se mantiene? ¿Mala información o algunos intereses inconfesables decididos a mantenernos en la ignorancia o en la confusión?
Insisto en este punto: a los gendarmes hay que seguir investigándolos porque en ese territorio hay zonas oscuras, pero si honradamente queremos saber la verdad la investigación incluye a los mapuches del RAM. Sí, los mapuches del RAM. Su comportamiento fue sospechoso en todo momento. Y lo sigue siendo. Sobre todo teniendo en cuenta la radicalidad de algunos de sus planteos, radicalidad que puede incluir todo tipo de maniobras fundadas en el principio de que el fin justifica los medios.
Otra pregunta pertinente: ¿Qué pasó con los rastrillajes? Se suponía que el río Chubut había sido examinado minuciosamente. Se suponía. También en este punto la información es contradictoria. Se dice que se rastrilló río abajo pero no río arriba. En la misma línea, se asegura que no se pudo hacer río arriba, es decir, en la zona donde luego apareció el cadáver, porque los mapuches lo impidieron. Como me dijo el otro día un amigo. “Si están buscando un muerto y la policía quiere investigar el patio de mi casa y yo no los dejo pasar, ¿qué pasa cuando luego se descubre que el muerto estaba enterrado en el patio de mi casa? No sé exactamente lo que pasa, pero sospecho que mi situación penal no será muy cómoda”.
¿Prohibieron los mapuches rastrillar “aguas sagradas”? Más contradicciones. Lo que sí se sabe con certeza es que problemas hubo, que los mapuches insisten en proteger lo que califican tierras y aguas sagradas. Y que están armados y encapuchados. En ese clima tengo derecho a desconfiar. Los mapuches desconfían de los “ huincas”, son, somos, sus enemigos. En lo personal a ellos no los considero mis enemigos, pero en el caso que nos ocupa, desde ya tenemos derecho a desconfiar de ellos. Por los mismos motivos, en Chile estos personajes están entre rejas. Que en la Argentina esto no ocurra es más un problema nuestro que de los chilenos.
¿Todos los mapuches son responsables de estos actos ilegítimos? Para nada. Estoy hablando de grupos armados, radicalizados ideológicamente, partidarios de un retorno a los orígenes con su anacronismo histórico, sus jerarquías verticales, su fanatismo religioso, su oscurantismo cultural. Y su predisposición a la violencia.
Volvamos al río Chubut. Decía que fuentes periodísticas afirman que no hubo un rastrillaje en la zona donde apareció el cadáver. Asimismo, los mapuches aseguran que sí lo hubo. ¿A quien creerle? De todos modos, no resultaría difícil esclarecer esta duda. Hubo ordenes, despliegues de personal, filmaciones. ¿Rastrillaron río arriba o no? Si no lo hicieron, ¿quién lo impidió? ¿O hubo un solo rastrillaje y en ese momento el cadáver no estaba?
En los próximos días y las próximas semanas, y alejados de las borrascas del clima electoral, la verdad irá ocupando el lugar que merece. ¿Será así? Sinceramente n o lo sé. Es probable que se arribe a alguna conclusión sensata, pero tengo mis serias dudas de que esa explicación deje a todos satisfechos. Demasiada ideología, demasiada facciosidad, demasiada mala fe para que ello ocurra. Conociendo el paño y tal como se han presentado los hechos, no es descabellado presumir que sobre los hechos se narraran diferentes historias.
Para las elecciones de mañana el “caso Maldonado” no influirá más de lo que ya influyó en las opiniones de votantes, votantes cuyas posiciones ya están tomadas. Está bien que así sea. Supongo, por lo tanto, que ni la tragedia de Chubut ni las detenciones o desafueros de los malandras del régimen kirchnerista, alterarán la orientación del voto de los ciudadanos.