El gobierno empieza a preocuparse más del futuro que del pasado. Los acuerdos con los gobernadores, las negociaciones con los sindicatos y los políticos opositores así parecen confirmarlo. A Cambiemos lo empieza a urgir la sed de futuro; los desafíos están en el siglo XXI no en en el siglo veinte.
El kirchnerismo cada vez más se reduce a una sórdida noticia policial o a una franja de políticos marginales que compiten votos con Zamora y con Del Caño. La grieta se achica progresivamente. El debate más importante es el que se libra en Comodoro Py y en los presidios donde descansan los principales beneficiarios de la cleptocracia. Por lo demás, lentamente nos empezamos a parecer a un país normal. Quedan algunos baches, algunas banquinas rotas y no mucho más. En algún punto la grieta es una ocupación de intelectuales y militantes dedicados a roer el viejo hueso del anacronismo y el despecho.
El kirchnerismo está condenado a desparecer sin lágrimas y sin suspiros. Corrijo: no fue derrotado, fue desenmascarado; el proyecto nacional y popular degradado en cleptocracia. Los actos políticos mas importantes los protagonizan sus presidiarios y los candidatos a presidiarios que los visitan en las cárceles. El final es tan sórdido y lastimoso como una borrachera en un bodegón infame; o como ese charco de agua que la garúa levantó al lado de la puerta del lupanar, charco sembrado de servilletas sucias, recortes de diarios, puchos de cigarrillos y preservativos usados.
Los héroes de ayer se acusan, se delatan o se lavan las manos. Los supuestos héroes devenidos en rufianes, alcahuetes o suicidas alucinados. El destino, una tumba sin nombre, como le hubiera gustado escribir a Onetti. El amanecer nos confirma que todo estaba sucio, pero que la mugre, el estiércol y los excrementos se concentraban en la cúpula, arriba de todo, en el territorio helado de los glaciares., lejos de Buenos Aires y cerca, muy cerca del Calafate.
El kirchnerismo se va pero queda el peronismo. Fracturado, sin los arrumacos del estado, pero peronismo al fin. Los debates políticos de aquí en más girarán alrededor más que del peronismo de las posibilidades de la integración del peronismo a un orden político republicano. Los desenlaces de estos quehaceres dependerán de diversas variables, pero la más importante estará relacionado con lo que haga bien o mal, o deje de hacer bien o mal, el gobierno nacional.
No es una novedad decir que el peronismo espera el fracaso del macrismo para retornar al poder. Es lo que siempre han hecho cada vez que le tocó ser opositores. Al respecto el libreto de peronistas republicanos después de la derrota es conocido. Los muchachos descubren las virtudes de la democracia, el pluralismo, los derechos humanos y las libertades cuando pierden elecciones. Es lo que hicieron con Alfonsín y es lo que hacen ahora. Por lo tanto no es justo ni es inteligente reprocharle a alguien que sea como es.
Para el peronismo ha llegado un a vez más la hora de los maquilladores del monstruo. La revista Unidos II ya debe estar en imprenta con los inspirados y acongojados escribas del momento. Debemos prepararnos para digerir una abigarrada batería de teoría liberadora mientras el monstruo recupera el filo de sus colmillos.
En lo personal, a estos profetas del pasado, a estos oráculos de la reacción, no les creo ni les dejo de creer. Para ser sincero, diría que no creo en las redenciones republicanas de los peronistas por la sencilla razón de que todo peronista que se precie de tal no cree en esas bagatelas liberales. Lo repito una vez más: no puedo ni debo reprocharle a un peronista que no crea en los controles al poder, en la alternancia política, en las virtudes republicanos porque sencillamente no creen y nunca han creído en algo semejante.
Sí le reprocho a los no peronistas su regodeo en el fracaso de siempre, es decir, en creer, suponer o sospechar que el peronismo puede ser algo diferente de lo que siempre fue, en esa obsesión anémica por no atreverse a pensar la política liberados de la colonización cultural del populismo.
Por el contrario, sí creo en el descarnado pragmatismo de los peronistas. Los muchachos no cambian por convicciones, cambian por necesidades. El poder y las aspiraciones del poder suelen ser más importantes que las ideas y las tradiciones. Así fue y así será. Y tal vez esté bien que así sea. Por lo menos en la Argentina que nos ha tocado vivir. Que quede claro: el peronismo no va a desaparecer de la Argentina. Lo que si puede desparecer es la pretensión de identificar a la nación con la percudida Argentina peronista. Una nueva Argentina es posible, una Argentina en la que haya lugar para todos, incluso para los peronistas.
¿El futuro de Cambiemos depende de Cambiemos? Por supuesto. Es su exclusiva oportunidad histórica. No se equivocaba Perón cuando admitía que el peronismo no es muy bueno, pero lo que ocurre es que sus opositores son peores. Hasta la fecha el diagnóstico pareció cumplirse. Hoy existe la posibilidad de cambiar el curso de la historia. Es lo que deseamos, es los que esperamos, pero es lo que hay que hacer, lo cual es fácil decirlo, pero no es tan fácil hacerlo.