Me resulta difícil imaginar que Macri se reúna en secreto con los jueces y les imparta instrucciones acerca de quiénes deben ir presos la semana que viene. Supongo que Macri no es un santo, pero en estos pagos la faena de disciplinar a los jueces es un oficio ejercido en primer lugar por los peronistas, por lo que fieles al viejo adagio acerca de “que el ladrón supone que son todos de su condición”, ahora postulan que Macri hace lo mismo que hicieron o harían ellos en circunstancias parecidas.
Perdón por recordar obviedades. Si de politizar se trata, recordemos que el juez Claudio Bonadío es peronista, designando hace unos cuantos años por una servilleta peronista y al arrullo de un gobierno peronista. Menem lo quiso y en algún momento Néstor también lo quiso. ¿Macri hoy lo quiere? No estoy tan seguro. Sobran indicios, por ejemplo, que la reciente decisión de encarcelar a unos cuantos peronistas molestó mucho en el oficialismo. Lo sucedido violentaba alianzas y acuerdos con el “peronismo bueno”.
De todos modos, que nadie se alarme. Pichetto protege a Menen y protegerá a Cristina. Tiene su propio juego político, pero como la Cosa Nostra, el peronismo a la hora de defenderse supera sus diferencias internas. Lo paradójico de todos esto es que el kirchnerismo habla de una aviesa conspiración gorila no muy diferente a la de 1955, con el dato singular que a esa conspiración ahora la estarían llevando a cabo jueces designados por el peronismo y algunos ellos de declarada filiación peronista. Recordemos en homenaje a la memoria, que desde 1983 la Cámara de Senadores contó con mayoría peronista y, según se sabe, once de los doce jueces en cuestión fueron arrullados con las cadenciosas estrofas de la Marchita.
Paranoico o no, como dijera Woody Allen, muy bien podría postularse que este escenario de corruptos y traidores a la patria esposados o con pedidos de captura sea más una de las tantas inmisericordiosas refriegas internas del peronismo que una decisión de Macri, tal como lo denunció “La que te Dije” en conferencia de prensa rodeada de sus acólitos y de un Gioja hierático, impávido y sombrío en representación, como no podía ser de otra manera, del Partido Justicialista.
Las decisiones de los hombres que ejercen el poder suelen obedecer a diferentes causas y atienden diversas especulaciones. Bonadío podría ser pensado algo así como el “Juez del patíbulo”, según la versión de John Huston. Como el juez Roy Bean, sus antecedentes son turbios, sus métodos han sido dudosos, pero ya sea porque se acostumbró a congraciarse con el poder o porque se quiere despedir de su profesión de juez con un acto que le permita ingresar a la historia, lo cierto es que esta vez se esmeró por fundamentar sus decisiones.
Veremos cómo se desarrollan los acontecimientos. Como ciudadano respeto el saber jurídico, pero también como ciudadano atento he observado que ante cada crisis la biblioteca jurídica se divide por mitad con muy buenos argumentos de un lado y del otro. ¿Quién decide? Sobe eso no tengo dudas: decide -como diría el encantador Conejo de “Alicia en el país de las maravillas”, el que dispone de relaciones de poder más fuertes. La retórica y el saber jurídico son respetables, pero las relaciones de poder siempre se imponen porque su consistencia es otra. Se imponen y en democracia suelen hacerlo con los argumentos más elegantes y sofisticados. La ciencia jurídica es decisiva en un estado de derecho, pero no es el último fundamento de legitimidad de un orden social, como muy bien lo señala André Comte- Sponville en su libro “¿Es moral el capitalismo?”.
En el caso que nos ocupa, recordar que estamos hablando del atentado terrorista más devastador de nuestra historia y de la masacre de judíos de la diáspora más grande después de la segunda guerra mundial. Estamos hablando de un crimen impune cometido hace más de veinte años y cuyos autores son o han sido destacados funcionarios de la teocracia de Irán. La imputación de Bonadío no es moco de pavo: traición a la patria, que, según el artículo 214 del Código Penal, significa, entre otras cosas, unirse a sus enemigos o prestarle cualquier ayuda o socorro.
Es exactamente lo que hicieron, según los fundamentos de Bonadío, salvo que alguien suponga que quienes dinamitaron la AMIA no son enemigos de la Argentina; o, salvo que, como efectivamente sostienen los judeofóbicos criollos, si mueren judíos no hay mucho de qué lamentarse porque, ya se sabe, que como dijera un célebre nazionalista, “los judíos son la peste de la humanidad”.
Si los fundamentos de Bonadío son verdaderos, está claro que la figura concuerda con el acto imputado. El Memorándum con Irán sería traición a la patria. Bonadío en este punto no está solo. Algo parecido, pero con más pasión y convicciones, dijo Pepe Eliaschev en 2011; y exactamente eso fue lo que sostuvo Alberto Nisman en 2015. A Pepe Eliaschev lo despellejaron los operadores kirchneristas por haberse atrevido a decir la verdad. A Nisman, directamente lo asesinaron. En estos temas los caballeros han demostrado que no se andan con delicadezas. ¿Puede esperarse algo diferente de los titulares del gobierno más corrupto de nuestra historia, del gobierno que, además, recurre para perpetrar sus faenas a judeofóbicos confesos y convictos como D’Elía, Esteche y Khalill?
Eliaschev dijo en su momento que estaba dispuesto a soportar todos los insultos porque sabía que la verdad estaba de su lado. Nisman, declaró pocas horas antes de que el descerrajaron un tiro en la cabeza que “ finalmente la verdad prevalecerá”. Ellos hoy no están, pero s probable que como ciudadanos hoy nos toque el privilegio de ser testigos de la verificación de ese pronóstico.
No vivimos en Suiza. Tenemos la justicia que tenemos, pero no sería justo que esta obvia prevención nos paralice. El proceso de alumbramiento de esta verdad no exhibe la limpieza y la prolijidad que nos gustaría. Los jueces no se bañan en agua bendita, pero más allá de sus subjetividades no sería esta la primera vez que personajes de dudosa catadura se transforman por esas astucias de la historia en portadores de una causa justa.
Cristina Kirchner, la responsable directa de este engendro no va a ir presa. No la protege el “pueblo”, la protegen las relaciones de poder y en particular el peronismo. Sus privilegios son los de los poderosos en una sociedad injusta que ella ha contribuido a forjar. Por el diez por ciento de lo que esta mujer hizo, un ciudadano normal estaría entre rejas hace rato.
Las rejas de ella por lo pronto serán otras: su creciente desprestigio, su acelerada soledad, las causas judiciales que la esperan, la presunción de un destino que se parece cada vez más al de Menem, la íntima certeza de que sus picardías de abogada exitosa enchastraron para siempre a sus hijos . No es verdad que la persiguen por sus ideas políticas, si es que las tiene. O por sus arrebatos de luchadora que nunca exhibió cuando efectivamente había que luchar. La querellan por corrupta, por ser la titular de la asociación ilícita, la sórdida cleptocracia peronista que nos gobernó durante doce años.