Seguramente el proyecto de ley previsional del gobierno puede perfeccionarse o, para quienes así lo consideren, criticarlo en toda la línea. En lo personal admito que no es una ley simpática, pero ya sabemos que quienes asumen la responsabilidad de gobernar no necesariamente están en ese lugar para sancionar leyes “simpáticas”, sobre todo en el tema previsional que desde hace años viene haciendo agua y resulta muy difícil dar en la tecla, como lo han demostrado los anteriores gobiernos y en particular el último .
Puedo admitir, incluso, que el gobierno pudo haberse equivocado en algunas iniciativas para hilvanar acuerdos o haber pecado de ingenuo o haber sobreestimado sus propias fuerzas después de la victoria electoral de octubre. Puedo admitir eso y mucho más. Pero esta admisión política tiene un límite, el límite que funda el estado de derecho atendiendo a la norma que establece que el pueblo no delibera ni gobierna sino a través de sus representantes, una declaración fundacional que se perfecciona con disposiciones que sancionan a quienes interrumpan a través de diversas modalidades de violencia el funcionamiento de las instituciones de la democracia, una de las cuales es precisamente el parlamento.
Valgan estas consideraciones para intentar elaborar una interpretación adecuada sobre lo sucedido el jueves pasado. El proyecto de ley previsional del gobierno nos puede gustar más o menos, puede ser más o menos justo o más o menos necesario, pero el gobierno tiene derecho a proponerlo, a defenderlo y a sancionarlo. La oposición por su parte, puede objetarlo, corregirlo u oponerse. Y el “juego” concluye cuando finalmente los representantes del pueblo, es decir los legisladores, votan a favor o en contra y, según las relaciones de fuerza la ley se aprueba en todo o en parte o se rechaza.
Cuando esto sucedes, algunos festejan y otros se quedan con la cara larga y esperan en el futuro mejorar la relación de fuerzas. Las discusiones pueden ser ásperas o amables, el tono no es lo más importante porque lo importante es que se respeten las reglas de juego, un elemental principio de convivencia para todas las formas de la vida social; reglas de juego acordadas en la política, reglas de juego en la economía, en la familia y hasta para jugar un partido de bochas. Grábenlo: no hay vida social, no hay convivencia social sin reglas de juego
Precisamente este principio es el que la oposición kirchnerista y, podemos agregar sin temor a equivocarnos, peronista, fue el que rompió el jueves pasado. A decir verdad, no es la primera vez que lo hace, pero esta vez el afán rupturista fue más evidente. La maniobra de pinzas fue perfecta: patoteadas en Comisiones gracias a la presencia de barras bravas que ingresaron con el guiño de los legisladores peronistas; insultos y provocaciones de diferentes tipo durante el inicio de las sesiones parlamentarias, mientras la calle era “tomada” por manifestantes, algunos arreados y otros conchabados para las refriegas callejeras.
El episodio de quitarle el micrófono al presidente de la Cámara ilustra simbólicamente el afán golpista contra las instituciones. Se actuó de manera deliberada para impedir que estas instituciones funcionen. Nada fue azaroso ni casual. Ni en el Congreso ni en la calle. Esta actividad en cualquier parte del mundo se califica como sediciosa y golpista. En la Argentina también merece ese calificativo, pero el peronismo y la izquierda la presentan como una manifestación de la justa y sana furia popular contra una dictadura o algo peor.
Digamos entonces que se impone establecer una correcta divisoria de aguas para no caer en el lugar común a la que son afectos tantos colegas y opinólogos para quienes todos están equivocados, salvo ellos mismos que se atribuyen ocupar el virtuoso punto medio, lejos de los fanatismos de un lado y del otro. Pues bien, yo me resisto a colocarme en ese punto medio que en nombre de la mesura y el equilibro sanciona una trampa y convalida una injusticia. Para ello no hace falta estar del lado del gobierno, alcanza simplemente con estar del lado de las instituciones, del estado de derecho, de la convivencia civilizada.
Por lo tanto a la hora del análisis, no se pueden mezclar papas con televisores. El supuesto error del gobierno en sancionar una ley previsional no se equipara al horror de asaltar las instituciones. He escuchado buenos y malos argumentos a favor de esta ley porque no conozco ninguna ley que despierte unanimidad, ya que todas por definición son opinables y lo que la democracia hace es darle cauce institucional a esa deliberación.
El asalto a las instituciones es otra cosa. La movilización de lúmpenes orientada a destruir las instituciones no es opinable en el estado de derecho, es por decirlo de una manera “teológica”, el mal absoluto.
En un partido de fútbol un equipo puede jugar mal o bien y los hinchas estar contestos o enojados con ese desempeño. Lo que no pueden hacer los binchas es invadir la cancha, mientras los jugadores que van perdiendo secuestran al árbitro, intimidan a sus contrincantes, deciden que a la pelota la pueden agarrar con la mano invocando para ello que su equipo es el mejor del mundo y que todo el que se resista a aceptar esa verdad evidente es un mal nacido.
El peronismo el jueves pasado hizo algo parecido. Necesitaba ganar y necesitaba hacerlo a cualquier precio. El barra brava para seguir teniendo ascendiente sobre sus seguidores, el director técnico para no perder, los jugadores para continuar cotizándose y los directivos para no ir presos. Y toda esta suma de pasiones justificadas en nombre de los socios del club, de los colores de la camiseta o de cualquier otras trivialidad por el estilo.
Una larga tradición corporativa y populistas avala al peronismo en estos menesteres. Las reglas de juego valen si los favorecen; si no es así son injustas y el “pueblo” entonces tiene derecho a hacer “tronar el escarmiento”, como le gustaba decir al fundador de las Tres A.
¿Es el peronismo el culpable? Si quieren ponerle otro nombre pueden hacerlo. Si quieren usar otra palabra para designar a esa coalición de lúmpenes arreados, políticos aterrorizados con ir en cana, sindicalistas mafiosos, mejunjes ideológicos de izquierdistas y fachos, empresarios prendidos a las ubres del estado, háganlo, pero repito, no es un problema de nombres, es un problema de contenidos y de cultura política.
A mí lo sucedido el jueves me recordó a las salvajadas cometidas por Luis Barrionuevo a principios de siglo en Catamarca. También en este caso, el compañero sindicalista consideraba que la justicia estaba de su lado, incluso a pesar de los fallos judiciales en su contra. E iluminado por esa santa fe procedió a hacer lo que mejor sabe hacer: movilizar matones entrenados en las diversas y ruines modalidades de la violencia para sabotear los comicios. Se apalearon fiscales, se quemaron urnas, se intimidaron votantes y opositores y finalmente se logró el objetivo: las elecciones se suspendieron. También entonces los opinólogos se colocaron en el medio, el lugar más cómodo y el lugar que -dicho sea de paso, permite cobrar en todas las ventanillas- y como dioses del Olimpo repartieron culpas para un lado y el otro.
El jueves pasado, tal vez no haya sido casualidad que una de las agitadoras más eficaces en el recinto parlamentario fuera Graciela Caamaño, la esposa del compañero Luis, la que no hacía otra cosa que cumplir al pie de la letra lo aprendido al lado de su marido. Luis en Catamarca y Graciela en el Congreso se salieron con la suya. Como se dice en estos casos, son años…años de peronismo
¿Y los derechos de los jubilados? ¿Y la represión? ¿Y los vallados? Respecto de los jubilados supongo que hay quienes están más o menos a favor de esta ley, pero tengo mis serias dudas que su oposición, por ejemplo, se haya expresado quemando autos, destrozando vidrieras y saqueando negocios. Es más, las fotos e imágenes que se ven de la calle ilustran acerca de lúmpenes de diversa ralea arrojando ladrillos, exhibiendo garrotes o directamente llevándose todo lo que se les cruzó en el camino.
Lo sucedido el jueves no fue el Cordobazo o algo parecido. No había obreros fabriles luchando por sus derechos, sino lúmpenes reclutados y pobre gente arrastrada con la promesa de unos pesos, una bolsa de comida y una gaseosa. Conozco manifestaciones porque he estado en muchas de ellas y sé distinguir muy bien a un manifestante que sabe lo que esta haciendo y por qué está en la calle, de un lumpen carne de presidio y de un pobre hombre o una pobre mujer que lo llevaron allí como lo podrían haber llevado a la procesión de la virgen, a un partido de futbol o a una bailanta.
Repito una vez mas: no confundamos niveles y responsabilidades. Los hipotéticos errores del gobierno no se equiparan con una maniobra sediciosa y golpista perpetrada por lo que ya se califica como el Partido del Helicóptero. Las treinta o cuarenta mil personas, menos del 0,1 por ciento de la población que estaban en la calle en nombre de una causa que las mayoría de ellos desconoce, ignora o no le importa, no son el pueblo y mucho menos el pueblo soberano.
Escuché por allí que alguien dijo que la culpa de todo la tuvo el vallado represivo puesto por Patricia Bullrich. Y a esa excusa indigente traída de los pelos la presentan como un argumento virtuoso. ¿Alguien cree en serio que si no hubiera habido gendarmes custodiando el Congreso los manifestantes habrían paseados por la calle cantando el Arroz con Leche, jugando a la Gallinita Ciega o al Gran Bonete? Lo siento por sus buenas intenciones, pero sin esa presencia disuasoria lo más probable – atendiendo el linaje de los personajes- es que hubieran irrumpido en el Congreso para cometer toda clase de tropelías. Y lo hubieran hecho con el aval de los legisladores peronistas, todos simbólicamente postrados de rodillas ante lo que un populista considera su becerro de oro: el pueblo en la calle manifestando su justa indignación contra la dictadora de Macri o el gobierno gorila.
Hubo excesos represivos que habrá que investigar, pero no hubo “represión salvaje” o “baño en sangre”. Asimismo, hubo saqueos, incendios de autos y nueve policías heridos. También hubo alevosas manipulaciones, Fotos de mujeres mayores y ancianos golpeados, pero no en Buenos Aires sino en Barcelona. Para el Partido del Helicóptero todo vale.