Sospecho que de la palabra “grieta” como concepto político es más lo que presentimos que lo que sabemos. Según se mire, puede ser un sustantivo o un adjetivo, porque en el escenario político las leyes de la gramática adquieren una relativa autonomía y en esa ambigüedad palpita algunas de las claves y algunas de las dificultades para interpretarla.
Por lo pronto, podemos admitir que existe, una existencia fantasmal para algunos o de una procacidad apabullante para otros, pero problemática en todas las situaciones. Metáfora, imagen, hallazgo retórico, designa algo así como una patología en la convivencia social. Se habla de crispación, de contradicciones políticas irreductibles o de intolerancia absoluta. Las interpretaciones son diversas, porque la realidad que la palabra “grieta” designa es amplia, compleja, incluso escurridiza.
Como suele ocurrir en estos casos, una posibilidad de conocimiento es partir de establecer aquello que la palabra “grieta” no designa. En principio, no alude a la versión clásica de la lucha de clases o a las contradicciones consideradas por cierta teoría política como fundamentales, al estilo “patria o colonia” o “pueblo-antipueblo”. Tampoco podría asimilarse a los debates e incluso los conflictos propios de una sociedad democrática y pluralista. Mucho menos una suerte de disposición “psicológica” de la sociedad o una presunta “esencia” nacional que nos condenaría a soportar ese tipo de patologías. Obviamente, tampoco es una coartada para justificar delitos comunes o corruptelas diversas. Cristóbal López, Ricardo Jaime y Julio De Vido están detenidos por delitos “comunes” y no por ser protagonistas y víctimas de una supuesta “grieta”.
En términos prácticos, podemos admitir lo obvio, es decir que si conversamos acerca de la “grieta” es porque efectivamente existe. Si es más o menos profunda o más o menos extendida es un tema a discutir. Un historiador observaría que en nuestro pasado hay antecedentes de “grietas”, y mencionaría, por ejemplo, las diferencias entre unitarios y federales, o entre peronistas y antiperonistas. En términos comparativos se podría observar que “grietas” también existirían en otras sociedades, grietas que en algunos casos –y este es uno de sus consecuencias más temibles- fueron la antesala de la guerra civil o del despedazamiento de una nación. Una aclaración al respecto: no toda grieta concluye en guerra civil, pero puede concluir allí y ese “puede” no es retórico.
En esas líneas de investigación, algunas conclusiones interesantes se pueden obtener, pero en todos los casos me temo que la consistencia real de la grieta se nos escapa o no alcanzan a responder a estas preguntas básicas. ¿Cuándo hay “grieta”? o ¿quiénes son los responsables? La percepción inmediata nos dice que hay “grieta” cuando el conflicto, las diferencias políticas invaden, ocupan el campo de la vida cotidiana, conflictos y diferencias latentes que siempre estuvieron pero ahora emergen con furia y adquieren el tono desencajado y procaz de la intolerancia. La “grieta” se manifiesta en la familia, entre los compañeros de trabajo, con los vecinos. De alguna manera es “igualitaria”: hermanos contra hermanos, amigos contra amigos.
Según el diccionario “grieta” es una abertura estrecha, alargada y superficial. La abertura estrecha, es un síntoma político de cuyo tratamiento depende que lo “superficial” no derive en abismo o precipicio. ¿Por qué se crean las “grietas”? No hay una sola explicación a este interrogante, pero sí hay un dato decisivo que permite registrar en qué momento la “grieta” se constituye como tal. Es verdad que rencores, resentimientos, odios, discriminaciones, violencia real y simbólica hay en toda sociedad. Mas no son la existencia de estos “vicios” lo que se discute, sino en qué momento se transforman en “grieta”, es decir, en antinomias sociales y cotidianas irreductibles. En definitiva, en qué momento la política, como acto civilizado, deriva en pasión ciega y el adversario se transforma en enemigo.
Mi hipótesis es que en la vida de una sociedad hay un dato decisivo que transforma el conflicto en “grieta”. Y esto sucede cuando desde el poder o desde el estado se alientan y se exacerban diferencias dormidas o vividas pacíficamente. En estos casos, la responsabilidad de los gobernantes es insoslayable. El ejercicio del poder decidido a “ir por todo”, el poder lanzado a la búsqueda de la unanimidad, lesiona el tejido social y despierta sus tendencias más destructivas. Dicho de una manera más terminante: sin una decisión política autoritaria alentada desde el estado no hay “grieta”.
La comunidad organizada en clave populista, la doctrina de la seguridad nacional en clave castrense, la vocación absoluta del poder, el fanatismo ideológico, laico o religioso, fueron algunos de los paradigmas que desde el poder contribuyeron a crear en determinados períodos históricos nuestras propias “grietas”.
La recuperación y consolidación de la república democrática, el ejercicio moderado y limitado del poder, el hábito de la alternancia crearían las condiciones necesarias para salir de de ese enrarecido e inquietante clima de intolerancia.