Según los cálculos, la movilización de Moyano -entre lo que gastaron los organizadores y se dejó de producir- le salió al país alrededor de cinco mil millones de pesos. Demasiada plata para defender a un dirigente sindical que debe rendir cuentas ante la justicia. Lo más patético es lo innecesario de todo esto. Lo innecesario y anacrónico.
Dentro de una semana nadie se acordará de esta marcha. Es probable que la situación interna sindical de Moyano haya mejorado como consecuencia de una movilización que efectivamente convocó a muchos; es probable que los kirchneristas y la izquierda en sus diferentes variantes se hagan ilusiones acerca de un polo nacional y popular decidido a resistir la dictadura macrista.
Ilusiones y no más. Izquierdistas que asisten a estas carnestolendas creyendo que manifiestan por las calles de San Petersburgo; populistas que creen que desfilan por las calles de Roma; barras brava convencidos de que asisten a un partido de fútbol; vividores, pungas, descuidistas y pobres gentes al estilo Dostoievski, conchabados por unos pesos, un choripán, una cajita de vino que hallan la promesa de un plan social o la amenaza de suspensión de un plan social. Las alienaciones ideológicas en estos temas hacen milagros o provocan estragos.
Ni los jubilados, ni los pobres, ni los desocupados van a mejorar su situación social como consecuencia de la “pueblada” del 21F. Históricamente habría que preguntarse si efectivamente las clases populares han obtenido beneficios reales a través de las movilizaciones. También habrá que tener presente, a la hora de la evaluación, cuantas veces la calle” fue una cuartada para asaltos institucionales o para que burócratas y demagogos se atornillen en sus sillones y privilegios.
Interpretaciones al margen, convengamos que si los planes de lucha produjeran justicia social y felicidad, Argentina sería el lugar más justo y más feliz porque, en términos reales, somos el país con más planes de lucha en el mundo aunque, lamentablemente, los resultados se empeñan en ser exactamente inversos.
A decir verdad, no creo que el miércoles pasado la preocupación de Moyano haya sido social. Por el contrario, no recuerdo que alguna vez tanta gente se haya movilizado para defender lo que muy bien podría calificarse como una causa personal. Parodiando a Churchill, podría decirse que nunca tantos se movilizaron tanto por tan pocos.
Moyano no pudo con su genio. Insistió en que los trabajadores se movilizaban para defender sus derechos, pero cuando hizo uso de la palabra habló más de sus derechos que de los derechos de los trabajadores.
Era lo que se esperaba. Las reivindicaciones sociales fueron apenas un pretexto para manifestar su rechazo a las solicitudes de la justicia. Curioso. El dirigente gremial jubilado, el presidente de Independiente regresó a la tribuna callejera para defender su libertad. Habría que agregar, a continuación, que otros salieron a la calle a defender libertades parecidas: los kirchneristas, las de los muchachos detenidos en Ezeiza; Hebe Bonafini, la de los pibes chorros. O sea que por esas piruetas de la vida, personajes cuya relación política con la libertad es, en el más suave de los casos, dudosa, esta vez se sumaron a una marcha cuyo irónico objetivo era la libertad.
A favor del acto habría que decir que se desenvolvió en orden y no hubo incidentes ni antes, ni durante, ni después, lo cual permite deducir que cuando los dirigentes quieren que no haya salvajadas, las salvajadas no se producen, una interesante conclusión a tener en cuenta por parte de quienes en diciembre pasado consideraban que los vándalos que atacaron a la policía eran provocadores pagados por el gobierno o “loquitos sueltos”.
Moyano gastó entonces cinco mil millones –en realidad lo pagamos entre todos; él en estos candombes no pone un mango- para defender su libertad y la de sus hijos. Contó para ello con los recursos de su poderoso sindicato y el apoyo del kirchnerismo y la izquierda, una sociedad que atendiendo los antecedentes de Moyano pude durar más o menos lo mismo que la que duró aquella otra que firmaron un señor llamado Molotov y otro señor llamado Von Riventropp.
A izquierdistas y manifestantes de buena fe que asistieron a la marcha reclamando una sociedad más justa sería interesante preguntarles -si estarían en condiciones de interrogarse- acerca de la paradoja que representa apoyar a un dirigente social que nunca renegó de sus condición de anticomunista furioso y de sus amistades carnales con los soldados, no del Che Guevara, sino de las Tres A.
Conclusión: al gobierno esta movilización no le despeina el jopo. Tal como se lamentan algunos dirigentes opositores, la polarización con Moyano –uno de los dirigentes sociales más desprestigiado del país- garantiza la presencia de Macri en la Casa Rosada por mucho tiempo, incluso más del que yo estaría dispuesto a desear.