El padre Ramón

El padre Ramón entra al bar, mira para todos lados y cuando nos reconoce a nosotros en la mesa que da contra el ventanal, sonríe. Es una sonrisa ancha, como anchos son sus dientes, gruesos sus labios y grande su boca. Debe medir más de un metro ochenta y a lo mejor me quedo corto; el clergyman oscuro y el alzacuellos blanco no alcanzan a disimular cierta obesidad, nada exagerado en un hombre de algo más de sesenta años, robusto y, como nos consta a sus amigos, de buen apetito. Ahora se acerca a la mesa. Cabellos oscuros (sin una cana y sin tintura por supuesto) peinados para atrás; cejas espesas; ojos oscuros, vivaces, curiosos; nariz ancha, algo torcida por un golpe que, según me comentó Marcial, le asestó un estudiante reformista hace una cuantas décadas cuando encabezó con otros “hermanos” de los Colegios Mayores la arremetida contra la facultad de Ingeniería Química tomada por los reformistas. Parece que Ramón -que todavía no era sacerdote ni pensaba serlo- encabezó el “ataque” y recibió de entrada un puñete que le dejó la nariz medio chueca, percance que en su momento no le impidió continuar la batalla campal que hasta el día de hoy comentan los veteranos. No fue esta la primera -y mucho menos la última- refriega de Ramón, quien habitualmente es pacífico hasta que la sangre piamontesa lo traiciona y empieza a las piñas, motivo por el cual -esto me lo contó José- hace unos cuantos años el obispo le aplicó una pequeña sanción que cumplió sin chistar. Cruza el salón, saluda con su mejor sonrisa a algunos parroquianos ya habituados a su presencia en el bar y se sienta a la mesa no sin antes pedirle a Quito, el mozo, que le traiga su habitual taza de mate cocido, su infusión preferida desde los tiempos en que fue cura párroco en un pueblito de la provincia de Córdoba, de esto hace una ponchada de años.

-¿Qué me contás lo del Partido Socialista? -me pregunta Marcial que no desconoce mis discretas simpatías por ese partido.

-No sé a que te referís -le respondo haciéndome el distraído.

-A su acuerdo interno para promover la reforma de la constitución -interviene José.

-Ah… eso… y estoy de acuerdo… me parece que es bueno adecuar la Constitución a los tiempos que corren…

-Si la hubiéramos propuesto nosotros, los peronistas -dice José- seguramente te opondrías y nos acusarías de populistas, autoritarios, fascistas, reaccionarios…

-Pará la mano, pará la mano José… yo no los critico a ustedes por promover la reforma constitucional; los critico porque los peronistas lo que promueven, en nombre de la reforma constitucional, es la reelección indefinida.

-Perdón que me meta -dice el padre Ramón con la taza de mate cocido en la mano- perdón que me meta… pero a mí un pajarito me contó que el gobernador quiere la reforma para hacerse reelegir.

-Está equivocado padre… no es así le respondo.

-Si estoy equivocado pido perdón responde el cura con su mejor cara de inocente.

-No se arrepienta tanto que esta vez algo de razón tiene… -dice Marcial.

-No algo, tiene toda la razón -comenta José- pero a quedarse tranquilos porque ni los peronistas ni los radicales le van a votar la reforma.

-De eso yo no estaría tan seguro -dice el padre Ramón, y toma otro trago de mate cocido.

-¿Acaso sabe algo?

-Olfato, nada más, olfato.

-Sinceramente -digo- a la provincia le hace falta una reforma constitucional.

-Yo no creo -dice Marcial- que los problemas que hay en Santa Fe sean por culpa de la Constitución; como tampoco creo que las cosas que se deben arreglar, la Constitución las impida.

-Yo sobre este tema -dice José- quiero ir cortito y al pie: que el gobernador declare que él se excluye de la reelección y yo salgo con los socialistas a trabajar por la reforma.

-A mí lo que me maravilla -digo- es que un peronista esté tan preocupado por la reelección cuando son los inventores de la reelección permanente.

-Yo estoy por la reelección pero no en cualquier circunstancia -explica José.

-A tu frase la podríamos traducir de la siguiente manera: yo estoy por la reelección si los peronistas somos gobierno y podemos quedarnos en el poder, pero si somos oposición nos transformamos en señoritos republicanos -ironiza Marcial.

-Vos como siempre, transpirando tu mala leche hacia el peronismo… pero está bien… si te gusta así déjalo así… nosotros podemos ir para acá o para allá, pera al poder no se lo regalamos a nadie y dar la reelección, en este caso, más que regalarlo es rifarlo.

-No esté tan seguro -dice el padre Ramón- no vaya a ser cosa que a último momento te sorprendas con las rifas que andan circulando.

-¿Usted quiere decir que hay peronistas que pueden votar la reelección?

-Si todo es posible en la viña del Señor, mucho más es posible en la viña de la política -suspira el cura.

-A decir verdad y conociendo el paño -comenta Marcial- no debería sorprendernos que algún peronista encuentre “razones de pesos” para cambiar su opinión.

-Algún peronista y, por qué no, algún radical; luchar contra las tentaciones es algo muy difícil, hace falta una preparación espiritual que no estoy seguro que todos la tengan.

-Como yo tampoco estoy seguro respondo- que todos los curas la tengan.

-Es probable, es probable, pero en el tema de la reforma constitucional no vamos a ser los curas los que vamos correr el riesgo de ser tentados o puestos a prueba.

-No me diga cura que no se sentiría por lo menos inquieto -dice Marcial- si algún emisario del gobierno o algún político le propone, por ejemplo, reinstalar la enseñanza religiosa en las escuelas.

-Bendito sea quien se le ocurra semejante ventura, pero si bien los caminos de la Divina Providencia pueden ser infinitos, no creo que en este caso esa bendición se abra para los actuales políticos.

-¿En serio todavía usted cree en la enseñanza religiosa en las escuelas públicas?

-Si me lo preguntás así te digo que no; pero si me preguntás si a los chicos les viene bien la compañía de Jesús, te digo que sí.

-Yo contra Jesús no tengo nada -dice José- pero tengo mis serias dudas acerca de los que hablan en su nombre.

-Y hacés bien en tenerlas hijo, yo también las tengo.

-Tranquilo cura -dice Marcial- los chicos hoy no solo parecen estar lejos de Jesús, sino también lejos de la escuela.

-No te entiendo -dice José.

-Días, semanas sin clases, ¿te parece poco?

-Bueno -dice José- los maestros también tienen derechos.

-Hasta un límite, porque en primer lugar deben estar los derechos de los chicos -insiste Marcial.

-Y usted cura, ¿qué piensa?

-Si me ponen entre la espada y la pared te digo que estoy del lado de los chicos.

-Me gustaría saber si lo mismo diría de los chicos de las escuelas religiosas.

-Te lo contesto ya: incondicionalmente del lado de los chicos; y también del lado de los maestros que suelen ganar una miseria; muchas escuelas religiosas suelen tener las mismas faltas y a veces los mismos pecados que la escuela pública.

-Mire padre que si el obispo lo escucha diciendo esto le va a pegar un tirón de orejas.

-No va a ser ni el primero ni el último.

-Sospecho -le dice Marcial con tono burlón- que por ese camino usted nunca llegará a obispo.

-No solo que nunca llegaré a obispo, sino que tampoco me importa.

-¿Seguro?

-Te lo cuento rápido: yo me hice cura para estar con la gente de mi parroquia, acompañarlos, compartir sus alegrías y sus dolores; para mí sería un castigo que me manden a hacer tareas burocráticas; yo quiero celebrar la misa, realizar mis tareas pastorales y a la noche me encanta reunirme con la gente de mi parroquia a comer un asado, tomarnos un vino, y escuchar a mis amigos, y escucharlos contar historias, penas, alegrías, esperanzas.

-¿Y qué me cuenta de la despenalización del aborto? -dispara José con ganas de buscar pelea.

-Muchas cosas tengo para contarte; pero si querés la seguimos otro día, aunque desde ya te adelanto: no comparto.

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