Lula fue condenado en dos instancias. No lo olvidemos. Su detención no es preventiva, mucho menos arbitraria. Está fundada en sentencia. Una diferencia a tener en cuenta cuando lo ocurrido en Brasil se intenta comparar con lo que pasa en la Argentina, el país donde dos expresidentes se refugian en el Senado para eludir la acción de la justicia, un beneficio que seguramente Lula estará envidiando.
El juez que condenó a Lula hizo algo parecido con poderosos empresarios, un dato que permite disipar el rumor que habla de jueces obsesionados con perseguir a luchadores populares quienes -dicho sea de paso- exhibieron agallas para soportar torturas, pero cedieron sin demasiadas culpas a las tentaciones del poder y el dinero.
Lula en la actualidad está muy lejos de ser el modesto obrero llegado del nordeste. De hecho es el político más importante de Brasil y uno de los políticos más importantes del mundo. No, Lula no es Edmundo Dantés, un indefenso e ingenuo grumete víctima de la codicia de los poderosos. ¿Alguien puede creer que un político del poder como es Lula pueda ir preso por un delito que no cometió?
Los brasileños decidirán al respecto en un proceso social y político complicado en el que, para inquietud de muchos, los militares han empezado a meter baza. Pero más allá de estas impiadosas refriegas internas, lo que importa destacar es que cuando los argentinos opinamos acerca de lo que allí sucede, proyectamos nuestros propios dilemas políticos.
Es así como para algunos, Lula es víctima de una confabulación siniestra de grupos económicos, jueces venales y medios de comunicación. A esa musiquita la conocen, ¿no? Si se presta atención a estas argumentaciones, registraremos cantinelas familiares. Ejemplos: como en Brasil todos roban, Lula también tiene derecho a robar; si los objetivos son «liberadores», sus representantes están autorizados a robar; Lula robó, pero repartió, motivo por el cual su prisión es injusta; Lula robó apenas «un modesto departamentito de un millón de dólares»; Lula está preso, pero Temer -alguna vez, socio político del PT- está libre, de lo que se deduce que Temer debería estar preso y Lula libre, porque una vez más se impone la costumbre criolla de distinguir, en materia de ética pública, entre ladrones buenos y ladrones malos.
En todos los casos, el delito de corrupción, la manifestación más flagrante del abuso de poder, no existe. O debe ser relativizado hasta hundirlo en la insignificancia. O en la impunidad. O en la visión paranoica y conspirativa. Admirable. Tantos esfuerzos de retórica e imaginación para impedir que un ladrón vaya preso.
Se dice, por último, que a pesar de todo hay que estar al lado de Lula porque si no regresa la derecha. Notable cómo se tropieza siempre con la misma piedra. Como se dice en estos casos: si la derecha no existiera habría que inventarla para justificar ideales traicionados, esperanzas pisoteadas, causas bastardeadas. En el tropezón olvidan que mientras fue presidente, Lula nunca se sintió incómodo con la derecha a la que benefició con negocios y cuotas de poder, sino que, además, para congoja de los nostálgicos de los sesenta, en lugar de exportar la revolución por América Latina, lo que hizo fue exportar los negocios de Odebrecht, empresa de la cual fue bastonero, cómplice y socio en nombre de los buenos negocios y de consolidar una supuesta burguesía nacional «popular y sensible».