Desde donde estamos sentados contemplamos el ir y el venir de la gente por la peatonal. Estamos a mediados de abril y el calor todavía se hace notar. El otoño hasta la fecha está más cerca del verano que del invierno. El que ahora está hablando es Marcial. Nunca levanta la voz, pero se nota que está fastidiado.
—Mataron a un chofer de colectivo en La Matanza y la intendente peronista le echa la culpa a María Eugenia Vidal… los peronistas no tienen cara.
—Ustedes la tienen, pero dura -responde José- ¿cuándo se van a hacer cargo de sus responsabilidades? ¿Hasta cuándo nos van a seguir echando la culpa a los peronistas?
—Yo lo que creo -digo- es que no es oportuno ante una desgracia de este tipo andar echándose las culpas como chicos enojados.
—Acá los primeros culpables son los asesinos -replica Marcial- pero los peronistas no pueden mirar para otro lado, y mucho menos en La Matanza, donde gobernaron los últimos treinta y cinco años.
—Se hace difícil garantizar la seguridad si no te dan recursos -acusa José- sin ir más lejos, el otro día nos retiraron la Gendarmería…
—Yo te escucho y no lo puedo creer -exclama Marcial y lo mira al padre Ramón como para pedirle su aprobación- en serio… no lo puedo creer… hasta hace un mes acusaban a la Gendarmería de ser el brazo armado de la dictadura de Macri; según sus propias palabras, los gendarmes fueron los autores de la muerte del señor Maldonado… y ahora resulta que los gendarmes son los Reyes Magos.
—¿No te parece exagerada la comparación? -pregunta el padre Ramón sin dejar de sonreír.
—Exagerada o no, me resulta patético que ahora descubran que los gendarmes son los grandes garantes de la seguridad, cuando los peronistas le han vivido sacando mano.
—Sinceramente -digo- soy de los que creen que la seguridad debe ser una política de Estado y eso de andar echándonos las culpas unos a otros no lleva a ningún lado.
—Puede ser -admite Marcial- pero si en un lugar hay problemas y en ese lugar yo goberné los últimas tres o cuatro décadas no puedo ni debo echarle las culpas a otros.
—De todos modos -dice el cura Ramón- los que mataron al chofer fueron detenidos en las primeras veinticuatro horas.
—¿Y con eso qué?
—Con eso nada… o todo… qué sé yo -responde el cura mientras corre con su mano derecha la taza vacía- convengamos que no hay sistema de seguridad en el mundo que pueda impedir que un criminal decida matar, como en este caso, a un chofer de colectivo…
—O sea que para usted está todo bien -acusa Marcial.
—¿Cuándo dije eso? -exclama el cura- simplemente observo que los delincuentes están detenidos… y no es lo mismo dos criminales presos que dos criminales en libertad.
—Lo que pasa es que para mucha gente estos criminales van a salir pronto -digo.
—No lo creo -responde el cura- pero tampoco creo que la seguridad se resuelva solamente metiendo presos a los delincuentes.
—A su criterio piadoso habría que dejarlos libres.
—¡Dios mío! -dice el cura y cierra los puños- cuándo me van a dejar de atribuir lo que no digo…
—Como para usted -dice José- son todos hijos de Dios…
—Y sí, todos somos hijos de Dios… pero eso no significa que los asesinos no paguen sus culpas…
—Seguro que algún cura los atenderá en la cárcel.
—Es muy probable y me parece bien… pero la atención espiritual no significa negar la acción de la Justicia… el Papa Juan Pablo II lo perdonó a su agresor, pero éste no quedó en libertad, entre otras cosas porque quien decide la libertad o la prisión no somos los sacerdotes sino la ley.
—Menos mal -digo.
—Yo lo que digo -insiste el cura- es que la seguridad va más allá de meter preso a un asesino que sin lugar a dudas debe estar preso… seguridad es también trabajo, salud, educación… una sociedad segura son todas estas cosas… también una policía que haga su trabajo, pero si dejamos todo en manos de la policía nunca vamos a ser una sociedad segura.
—En eso estoy de acuerdo con el cura -dice José- un gobierno que aumenta las tarifas de servicios públicos todos los días no puede reclamar una sociedad segura.
—El gobierno a las tarifas las aumenta -dice Marcial- porque los peronistas desmantelaron el sistema, lo fundieron, ¿o vos creés que al gobierno aumenta la luz o el gas porque le gusta, porque disfruta viendo sufrir a la gente?
—Yo no lo sé -responde José- me cuesta mucho meterme en la cabeza de un niño bien rico.
—O de una rica -agrego- porque no te olvides que tu líder santacruceña es multimillonaria.
—Yo entiendo todo -dice el cura Ramón- entiendo la responsabilidad de gobernar, pero en mi parroquia la inmensa mayoría es pobre y yo tengo que escucharlos… y lo que escucho son quejas…
—Desde abajo no siempre se escucha bien -observa Marcial.
—Desde abajo tal vez no se escuche bien, pero desde arriba te aseguro que no se escucha nada -responde el cura Ramón.
—Admitamos que hay momentos en que las sociedades, como las familias, deben hacer sacrificios, ajustar los gastos -dice Marcial.
—Marcial -responde el cura-, pedirle sacrificio a los pobres es como pedirle a un hambriento que haga dieta… Y agregaría que así como nos exigen que entendamos que la luz o el gas no son gratis, que también se hagan cargo de mejorar en serio los servicios.
—Los que se están floreando en gambetas en estos días son los amigos de los llamados derechos humanos -comenta Marcial.
—¿Y ahora de qué los vas a acusar? -pregunta José.
—Que tal como reclamaban en otros tiempos, los desaparecidos están apareciendo con vida… este científico del Balseiro… vivito y coleando en EE.UU.
—Ésa es una chicana de mala leche…
—De mala leche es que ustedes sigan insistiendo con los 30.000 desaparecidos cuando todos los datos dicen lo contrario.
—Cuántos desaparecidos hay en la Argentina, ni Dios lo sabe, pero lo que importa en todo caso es saber que hubo desaparecidos…
—Y también hubo muertos del otro lado.
—Ahora, salimos con la teoría de los dos demonios… -dice José y suspira hondo.
—Llamalo como quieras, pero si los crímenes de la dictadura no tienen perdón de Dios, tampoco tienen perdón de Dios los crímenes de la guerrilla.
—Yo pediría que lo dejen de meter a Dios en estos temas -dice el cura.
—No me diga que ahora se va a enojar -le dice Marcial- porque nombramos a Dios.
—No me voy a enojar, pero les voy a recordar una frase que se escribió hace muchísimos años: No invocar su santo nombre en vano…
—¿No es que Dios está en todo?
—Claro que lo está, pero a su manera, no como a vos se te ocurre.
—Ya lo dijo Einstein… Dios juega a los dados con el universo… -digo.
—Y además, según los científicos, parece ser un jugador compulsivo… -agrega José
—Yo no sé si juega a los dados o al ajedrez, lo que sé -dice el cura- es que está… siempre está, y de una manera u otra nos hace sentir esa presencia… como decía un curita amigo: “Me encomiendo a Dios y que el sol salga por donde quiera”.
—¿Y usted está tan seguro de que Dios sabe todo y está en todo?
—A mi seguridad me la da la fe, pero ya que preguntás sobre Dios, según los entendidos hay algunas cosas que efectivamente Dios renunció a saber.
—¿Por ejemplo?
—Cuántas congregaciones hay, qué es lo que piensa un jesuita, cuánta plata tienen los salesianos…
—¿Usted está hablando en joda?
—Ah, te diste cuenta… pero de lo que no hablo en joda es de mi compromiso cristiano con los hombres, ése sí es un mandato de Dios, para eso mandó a su hijo, para eso se hizo hombre.
—No comparto -concluye Marcial.