El Quijote

El Quijote y Sancho llegan al anochecer a un campamento de cabreros, cuidadores de cabras. Los hombres los reciben con afecto y los invitan a cenar. Tienden unas pieles en el suelo, se acomodan y comparten  el vino y tasajos de carne debidamente condimentados y cocinados en un enorme caldero. Sancho mientras tanto ha acomodado a Rocinante y su jumento lo mejor que pudo. Estamos en el capítulo XI del libro y en uno de los momentos de calma y de felicidad de nuestro atormentado y justiciero caballero. El Quijote habla con Sancho y con los cabreros que lo escuchan respetuosamente y algo asombrados. Comenta en la ocasión los códigos de la caballería andante, su sentido igualitario y noble mientras comparten el pan, la carne, el vino y sabrosas porciones de queso. A la hora de los postres -porque también hay postres en esta cena campestre- el Quijote se pone de pie con unas bellotas en la mano y dice:
 
 
«Dichosa edad y siglos dichosos aquellos a quienes los antiguos pusieron nombre de dorados, y no porque en ellos el oro, que en esta nuestra edad de hierro tanto se estima, se alcanzase en aquella venturosa sin fatiga alguna, sino porque entonces los que en ella vivían ignoraban estas dos palabras: «Tuyo» y «Mío»…  

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