El mal tiempo continúa, pero la llovizna y la humedad son temas menores comparados con el mal tiempo que está atravesando políticamente al país. José, por lo pronto, está eufórico, como si la noticia de pedir préstamos al FMI lo alegrara o, por lo menos, justificara su oposición frontal a Macri.
—Se viene el ajuste brutal, tiemblen jubilados y trabajadores, el acuerdo con el FMI anticipa hambre, desocupación y más penurias.
—¿Tenés la bola de cristal? -pregunta Marcial.
—No hace falta tenerla; alcanza y sobra con la memoria: nunca nos ha ido bien con estos acuerdos y, por lo tanto, no hay motivos para suponer que ahora nos vaya bien.
—Volver al FMI no es una buena noticia -digo.
—En realidad, no volvemos porque nunca nos fuimos -refuta Marcial.
—Menos mal que Macri dijo que lo peor ya pasó -ironiza José.
—Se estaba refiriendo a ustedes -contesta Marcial al vuelo.
—Y no pasaron -digo- que Scioli y Duhalde anden dando vueltas algo quiere decir.
—A mar revuelto… -dice el cura.
—Usted padre, ¿que piensa? -le pregunta al padre Ramón.
—Por ahora no pienso; miro, escucho y huelo.
—¿No tiene nada más que decir?
—¿Te parece poco lo que dije? Pero si me apretás te agrego: lo que veo me preocupa; lo que escucho me alarma y lo que huelo no me gusta.
—¿Se refiere al gobierno o a la oposición? -pregunta Marcial.
—A todos; en este país nadie está libre de pecado: ni los que gobiernan, ni los que se oponen.
—¿Y la Iglesia Católica?
—No me vas a correr con esa pregunta; también la incluyo, pero te diría que de los poderes establecidos es la que está más libre de culpa.
—Y si hay alguna culpa, está el compañero Papa para absolverla.
—No nos vayamos al cielo -exclama Marcial-, que hay problemas… hay problemas y yo creo que la soluciones que propone el gobierno están bien encaminadas.
—Yo comparto con vos que lo que se hace es lo único que se podía hacer, pero está claro que ir al FMI es, como dijera un economista liberal, como resignarse a descender a la Primera B -digo.
—Yo lo veo más como una huida hacia delante… -dice el cura Ramón- lo cual a veces puede ser una solución, pero la mayoría de las veces es un problema.
—Los problemas vienen y a veces con independencia de nosotros -responde Marcial- no es culpa del gobierno que aumenten las tasas de interés en el mundo o el precio del petróleo.
—Puede que sí -dice el cura- hay cosas que se nos escapan, pero hay cosas que sí son responsabilidades nuestras. O hasta cuándo vamos a seguir con que nosotros somos buenitos y el mundo es malo.
—Para mí está todo muy clarito -interviene José- un gobierno de ricos con un diagnóstico para ricos, en algún momento choca la calesita porque no saben hacer otra cosa. Ya había ajuste y ahora se vienen más ajustes… salvo que alguien crea que el FMI es una sociedad dedicada a practicar la caridad pública.
—Mi opinión es la siguiente -dice Marcial, y se acomoda en la silla como si estuviera dando una cátedra-: el país es deficitario, importamos más de lo que exportamos; gastamos más de lo que ganamos; consumimos más de lo que producimos. La cleptocracia kirchnerista nos dejó un país quebrado que hay que levantarlo. Nos dejaron un país en ruinas y aislado en donde los únicos dólares que entraban eran los que traía Antonini Wilson. Ahora bien, las alternativas para salir del barro no son muchas: o emitimos moneda; o echamos empleados públicos; o reducimos salarios; o aumentamos impuestos. Cualquiera de estas soluciones implican altísimos costos económicos, financieros y sociales.
—¿Y entonces?
—La solución menos mala fue tomar crédito externo, endeudarnos, algo que podemos hacer porque los números que tenemos dan para eso. Lo que ocurre es que si esa asistencia externa se cae o empieza a debilitarse hay que buscar otras vías, aunque más no sea como actitud preventiva. El FMI es esa otra vía; un FMI diferente al que conocimos en otros tiempos, un FMI cuya presidente es Christine Lagarde, que está a las antípodas de lo que fue la presidente de los tiempos de De la Rúa: Anne Krueger.
—O sea que para vos estamos en el mejor de los mundos posibles.
—Yo no dije eso; lo que digo es que ante una situación concreta se encontró la única solución concreta posible.
—¿Y vos no te pusiste a pensar en las condiciones que nos va a poner el FMI? -pregunto.
—Las condiciones de Lagarde no son las mismas que las de Krueger. Lagarde ha demostrado y ha escrito que no se puede hacer lo que se hizo en 2001, que la Argentina es un aliado estratégico del G20 y a nadie le conviene que se derrumbe y, además, saben que si se cae en la Argentina la crisis se extiende a toda América Latina…
—O sea que nos van a regalar la plata.
—No hagás preguntas de mala leche. A la plata no la van a regalar, pero la van a prestar a un interés del cuatro por ciento, tres veces inferior al interés que pagaban los Kirchner con Chávez, un interés que superaba el 14 por ciento.
—Nadie salió adelante con el FMI.
—No es tan así. A los españoles no les fue tan mal. Y a los griegos, tampoco.
—Sí claro, pero nos van a monitorear las cuentas, se van a meter en nuestros números.
—¿Y cual es el problema?
—La soberanía nacional, entre otras cosas.
—La soberanía nacional es algo más importante que la fiscalización de unas cuentas.
—El compañero Néstor Kirchner no lo permitió.
—Porque tu compañero Kirchner tenía que chorear, tenía que adulterar los números de Indec, tenía que esconder la inflación. ¡Claro que no quería que lo monitoreen! A ningún ladrón le gusta que lo controlen… pero si vos hacés las cosas como corresponde… ¿qué problema tenés con que te controlen?
—Yo los problemas los tengo con el ajuste salvaje.
—Precisamente, estas decisiones se toman para impedir el ajuste salvaje.
—Yo, Marcial no quiero ajuste, ni salvaje ni civilizado.
—Lo que me decís es tan sensato como decir que no querés pagar las deudas; o no querés ir al médico; o no querés ponerle nafta al auto. Lo siento por vos: al ajuste hay que hacerlo porque hubo desajustes; el ajuste se hará con o sin el FMI, pero se va a hacer y lo que se debe discutir en todo caso es cómo hacerlo sin pagar costos tan altos.
—Lo planteás como si fuera una fatalidad.
—No es una fatalidad, es una realidad, lo que es más grave. Los números son elocuentes y dolorosos: vivimos en un país con 14.000.000 de planes sociales, con cuatro millones de jubilados y dos millones de empleados públicos que sobran. ¿Cómo se arregla eso?
—Que paguen los ricos.
—Qué fácil es para vos. Los ricos pagan lo que pagan y por algo somos el país con más presión impositiva del continente. Pero no pasa por allí la cosa; con los números podemos hacer cualquier cosa, menos negarlos.
—Yo no voy a negar a la realidad -dice el cura- pero mi realidad de todos los días no es la misma realidad que la de Macri o la señora Cristina, para citar a dos multimillonarios conocidos. Mi realidad en la parroquia son los pobres, la gente que tiene algo para comer pero en comedores escolares; tiene para vestirse pero la ropa depende de la buena voluntad de los donantes; tiene hijos pero esos chicos no tienen horizonte, ni tienen futuro… hablo de inocentes absolutos que pagan con su salud y su vida haber nacido en la pobreza. Mi compromiso es con ellos y después que los economistas se pongan de acuerdo.
—Yo, cura, le pregunto una cosa -dice Marcial-: en sus habituales sermones, ¿no les dijo a sus feligreses que prueben con trabajar?
—Trabajan más que vos y en las peores condiciones. Claro que hay vagos, pero te aseguro que los vagos del barrio son unos angelitos y un monumento al trabajo al lado de los vagos y parásitos que frecuentan los clubes sociales y los country que a vos te gusta frecuentar.
—No comparto -dice Marcial.