Concepción Bertone

A Concepción Bertone la conocí en un encuentro nacional de literatura organizado por la UNL en 1986. Me la presentó Juan Manuel Inchauspe. Y él, tan reticente para los elogios fáciles, me dijo que era una de las grandes poetas argentinas. Aldo Oliva y Juani Saer me dijeron algo parecido. A Oliva le dedicó un poema referido a una confesión que una noche de copas le hizo acerca de su presencia en la Plaza de Mayo el 17 de octubre de 1945, «pero no vi las patas en la fuente». A Juan Manuel Inchauspe le dedicó una hermosa elegía. De todos modos,  sus poemas son hermosos más allá de las dedicatorias. Nació en Rosario en 1947. Su apellido es Aversa, pero por esas cosas de la vida usa el del marido del cual está separada desde «hace siglos». Y si no hubo cambios importantes Concepción Bertone sigue viviendo y escribiendo poesía en Rosario.    
 
 
 
 
 
 
CABALLOS

(a mi padre Francisco Antonio Aversa,
en memoria)

Yo sólo veía del caballo oscuro
el lucero de blanco pelo
que le dividía la frente, la crin
tusada por la parcial visión, por el hecho
de no tener más ojos
que para ver esa estrella. El
veía la majestuosa genealogía del pedigree,
el pelaje enjoyado por el «masaje», el
cuidado amoroso, antes y después
de la carrera, el paso airoso,
la apuesta de la corazonada, la gesta, y
lo que yo puedo ver ahora
en el remedo, la copia-ex profeso inexacta-
que queda en la memoria: el juego
por el juego, por la lúdica
vida, la vana gloria, la herida
siempre enconada del recuerdo. Mi padre.
Un pura sangre, un quemante resuello
de hazañas y rodadas,
un destello de hielo
en los claros ojos. Siempre será
ese modo lejano de amar. La luna,
en un eclipse total, esta noche
que la tierra no la deja mirarse
en los ojos del sol, es fija
de ese amor que me entenebra.

PAISAJE SIN CAÍDA DE ÍCARO
Podría compararte con un escorpión
(siempre fuiste letal). Y a la vez
constelarte como Ptolomeo. Prefiero
esto último que hago
sobre el papel. Palparte
con el apéndice sensorial del sueño. Soñarte
aquel que pudiste haber sido. Un día
alguien vendrá, dirá que has muerto
discretamente, así, con el sentido
respeto de una tradición familiar. Me quedaré
sin musa, sin objeto
de angustia, mi desvelo. Mas no me quebraré
porque siempre recuerdo tu consejo
de Dédalo a su Ícaro. Y no vuelo.
 
 
TODA COSA FINITA REVELA INFINITUD

En mi jardín canta un gorrión

(por así decirlo)

canta

una canción popular
entre los gorriones, supongo.

ARS POÉTICA
Escribo de cigarrillo en cigarrillo.
Toda mi vida pasa
por el retardo en vilo de esa brasa
ínfima. Mortal,
dulce, pequeño vicio
que acaricia los humos
del recuerdo ( el mundo indivisible
al que me aferro): mi padre, mis abuelos, mis tíos,
envueltos en el velo del humo, vivos,
más vivos que los vivos
en los gestos familiares del habito,
como la veta en la madera,
lo que queda grabado en ella.
Las huellas del placer o del tajo.
El amor, el dolor,
el trabajo de las muertes y nacimientos más
el humo del cigarrillo. Mi yo
descentrado más el humo del cigarrillo. Humo
sumado a toda emoción. No en presente. En pasado.
Los vahos ascienden
hacia el techo de este cuarto
donde fumo y escribo ( entramo
las palabras y el humo). Aguzo
el delicado filo, la hoja
de tabaco molido, blanca arma letal
envainada en el humo. Afuera
la violencia es ligera,
menos sutil. Tersa, bien cuidada
la piel
de los asesinos.
MEETING

Bastó vernos por un instante para saber

que nos habíamos amado antes

del primer pogrom y ardido

por última vez en el horno

que nos unió para siempre

en una misma llama. Bastó

esa mirada, ese gesto

que se calcinó

y ascendiendo

indefenso humo negro

de carne inseparable

aún palpitaba.

Orgasmo de ceniza, más

lo remueve el tiempo, más

lo atiza.

ALGO DE ALDO Y GLOTICA MIA
Para Aldo Oliva

Yo estuve ahí

pero no vi las patas en la fuente

-me dijo-. Pero ahí estuve. Fugaz

se iba en la diatriba del dolor

injurioso y violento. Diávolo,

diábolo, diantre diamantado. Yo

estuve ahí,

me dijo. Joven,

desprolijo, pero joven,

desordenado pero joven, cuando ahí

estuvo. Y no había Dios,

y no hay, y no habrá. Un ángel

malo, puede ser

que hubiese. Pero no un Dios, mas

sus reses, quizás. Yo no era

un eral, pero era

joven y ahí estaba. La gleba

y yo, siempre. Siervo

de la tierra sí, aterronado sí,

simiente y seminal sí, pero

nunca vendido ni vencido

en la mente donde todo se gloria

según se glosa. Yo

estuve ahí pero no vi

las patas en la fuente.

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