José está organizando un asado para esta noche. Según él trae buena suerte reunirse en las vísperas del 25 de Mayo. Marcial ofrece su casaquinta de Rincón y se compromete a comprar la carne y hacer el fuego. Yo llevo el vino y unos chorizos en grasa que me regalaron el otro día. El cura Ramón, luego de algunas vacilaciones, aceptó la invitación y prometió encargarse del postre, motivo por el cual Marcial lo chicaneó acerca de las preferencias de la Iglesia por endulzarle artificialmente la vida a la gente. Yo advierto que no es bueno ni saludable discutir de política en un asado, por lo que propongo que este jueves a la noche conversemos de otros temas.
—Y si no hablamos de política, ¿de qué cornos te parece que podemos hablar? -pregunta José.
—El Mundial de fútbol, por ejemplo…
—¿Y quién te dijo a vos que el Mundial está separado de la política? -ironiza Marcial.
—A propósito de eso -digo- ¿leyeron la cartilla de la AFA?
—Yo no los sancionaría por misóginos -responde Marcial-, los sancionaría por pelotudos.
—De los muchachos de la AFA -observa el padre Ramón- se pueden decir muchas cosas, menos calificarlos de pelotudos.
—Qué… ¿los va a defender?
—Todo lo contrario, hijo de Dios…, mirá los negocios que hacen, mirá las cuentas bancarias, mirá los millones que manejan y contame después si son tontos…
—No me diga que se va a tirar contra el fútbol, padre.
—No me tiro contra el fútbol. Soy hincha de Racing desde pibe y cuando juega por acá cerca no me pierdo partido; contra lo que me tiro es contra los negociados que se hacen en nombre del fútbol, la estafa que perpetran contra la gente, abusando de su credulidad.
—Yo no calificaría de crédulos a los hinchas de fútbol -observa Marcial- es más, una gran mayoría de ellos se merecen lo que les ocurre… Las tribunas de fútbol son criaderos de energúmenos… No sé qué les pasa… En la calle son tipos normales, pero entran a una cancha y se idiotizan…
—Me parece que estás exagerando y mucho -señala José-, en la cancha como en la sociedad hay de todo… Decir lo que decís es como decir que todos los estudiantes son iguales, todos los abogados son iguales, todos los podólogos son iguales, todos los trabajadores son iguales.
—Yo no le voy a quitar la palabra al padre Ramón -digo-, pero según se sabe todos somos iguales ante los ojos de Dios.
—Ante los ojos de Dios -responde el cura-, pero no ante la justicia de los hombres.
—Por mi parte -interviene Marcial-, yo no voy a decir que todos los trabajadores son iguales, pero sí me animaría a decir que los dirigentes sindicales sí lo son.
—Lo tuyo es maravilloso -responde José-, estás a favor de los trabajadores, pero en contra de sus representantes, con lo cual los trabajadores quedan a la intemperie.
—Vos podrás decir lo que quieras -refuta Marcial-, pero a las pruebas me remito. Como decía Borges, dirigente sindical es el nombre con que el que se designa a un vulgar matón.
—Borges es muy bueno para la literatura -dice el cura Ramón-, pero yo no lo citaría como fuente de sabiduría política.
—Sobre todo porque es ateo -chicanea Marcial.
—Borges no estaba en una iglesia en particular; no era católico, pero era un hombre de fe, un hombre que se preguntaba por el misterio y trataba de darle las respuestas posibles.
—Por ese camino hasta Sarmiento termina siendo un hombre de fe.
—¿Por qué no? ¿Les cuesta tanto entenderlo? La condición humana es un acto de fe, les guste o no. Somos los únicos que sabemos que vamos a morir y a partir de allí nos hacemos todas las preguntas posibles; no importa si las respondemos o si esas respuestas nos conforman, pero lo que no podemos evitar es hacer preguntas y ese interrogante es un acto de fe…, preguntarnos de dónde venimos, para qué estamos, a dónde vamos… es inevitable… tan inevitable como la fe.
—Pero que yo me haga esas preguntas muy de vez en cuando -digo- no quiere decir que crea en Jesús…
—Si no querés creer, no creas… jodete… vos te lo perdés…
—Me lo perderé a Jesús, pero ganaré más libertad…, ésa fue la respuesta que le dio Sarmiento a un cura…
—Sarmiento, hijo mío…
—No me diga hijo…
—Tenés razón, no lo voy a hacer… Pero Sarmiento se crió, se formó y aprendió a ver el mundo de la mano de los curas…
—Sin embargo, esos curas después le hicieron la vida imposible…
—Que alguien sea cura no quiere decir que tenga siempre la razón de su lado; tampoco Sarmiento la tenía siempre de su lado… pero les recuerdo para que lo sepan y no anden por ahí diciendo burradas… Sarmiento fue el que dijo en una tenida de la masonería que si ser masón significaba perseguir a la Iglesia Católica, él nunca se hubiera incorporado a la Logia.
—También dijo que los curas eran la ignorancia, el atraso, el oscurantismo…
—Claro que lo dijo, no con el tono que vos lo repetís, pero lo dijo y, ¿sabés una cosa?… capaz que algo, algo, de razón tenía… Pero… qué querés que te diga, me hubiera gustado mucho vivir en esa época para discutir con tipos como él compartiendo en todos los casos la pasión de fundar una patria para todos… y también me hubiera gustado peregrinar por los pueblos y las ciudades del país predicando el Evangelio, levantando parroquias, como lo hacían los curas de entonces, muchos de ellos soldados de la revolución…
—Y muchos de ellos amigos de los españoles -observa Marcial-, la jerarquía católica estuvo desde el principio en la vereda de enfrente…
—Lo siento por ellos -responde el cura Ramón-, pero les recuerdo que en la Primera Junta hubo un cura. En el Congreso de Tucumán hubo varios curas y en la Constituyente de Santa Fe también hubo curas y creyentes…
—O sea que no todos los curas son lo mismo -ironiza José.
—Y que no seamos todo lo mismo es una bendición del Señor… pero ya que estamos haciendo historia, les recuerdo una vez más que en aquellos tiempos todos, todos sin excepción, suspiraron aliviados cuando fray Mamerto Esquiú en un sermón, seguramente inspirado por la Virgen del Valle, bendijo la flamante Constitución de los argentinos.
—Por ese camino nos va a terminar reivindicando a Estrada -digo.
—Fue el leguleyo de la movilización de la iglesia contra las leyes laicas… -aclara Marcial.
—Mirá Marcial, todo fue como vos decís, pero un poquito más complicado… Todos muy contentos con Sarmiento y sus escuelas, pero también hay que decir que su ministro hacedor fue Avellaneda, que era un católico practicante… y Estrada a ustedes no les caerá muy simpático, pero fue una de las mentes más brillantes y sensibles de su tiempo…
—Otra vez nos está pasando un aviso publicitario.
—Tomalo como quieras, pero por algo cuando murió habló para despedirlo, entre tantos oradores, un muchacho que se llamaba Alfredo Palacios.
—Miren para qué lado disparó la charla -digo-, estábamos hablando de los trabajadores y los pobres.
—No sé quién fue que dijo que son todos iguales.
—Lo que se dijo -observa José- es que los sindicalistas son todos iguales.
—Y yo agrego -observa el cura- que los pobres padecen una igualdad exclusiva… ser pobres, estar privados de derechos básicos de lo que se llama una vida digna de ser vivida.
—Usted convendrá conmigo, cura, que algunos pobres han hecho todo lo posible para merecerse están donde están.
—No convengo nada con vos… nadie está contento con ser pobre, nadie está contento con ver a sus hijos privados de las cosas más importantes.
—¿Acaso no cree que con voluntad, cultura del trabajo y esfuerzo se puede vencer la condición que proviene del nacimiento?
—Lo creo a medias… Hay gente a la que en este mundo le va muy mal y le va muy mal de entrada… Es difícil elegir o ser libre cuando todo en la vida se armó en contra tuya…
—¿Y qué quiere -exclama Marcial-, que hagamos una revolución social para ellos?
—Lo que quiero es que vos y muchos como vos sepan que ellos también son hijos de Dios.
—Lo acepto -digo-, pero acepte que a los lugares en este mundo hay que ganárselos.
—De acuerdo, pero para esa carrera hay que estar preparado y vos sabés muy bien que muchos a ese esfuerzo no lo pueden hacer, y no van a poder hacerlo porque desde el arranque todo se jugó en contra de ellos…
—No comparto -concluye Marcial.