Consideraciones literarias

«Shakespeare, nuestro contemporáneo», del polaco Jan Kott me pareciò un ensayo notable, una talentosa lectura en la que la literatura y el poder vibran a lo largo de todas las páginas. Vamos a leerlo: «¿Pero qué es el poder para Shakespeare? ¿Un desfile de reyes que ascienden y se van empujando unos a otros en la escalera de la historia, o más bien una borrachera de sangre hirviendo que se sube a la cabeza hasta nublar la vista? ¿Un orden natural que ha sido violado y donde el mal engendra otros males, donde las injusticias claman venganza, donde todos los crímenes se suceden unos a otros, o un cruel orden social de vasallos y señores enfrentados unos a otros, donde se gobierna el reino como una propiedad particular, un botín del que se apodera el más fuerte?¿Una mera lucha por el poder o un latido violento del corazón que la razón no puede acelerar ni detener pero que un pedazo de hierro afilado y sin vida es capaz de interrumpir de una vez para siempre? ¿Una noche densa e impenetrable de la historia en la que no se ve el alba, en que la oscuridad se apodera del alma humana?
Yuval Harari con «De animales a dioses» está muy bien escrito, con afirmaciones audaces en las que no escasea el buen humor, aunque al final de la lectura queda flotando algo así como una desazón, aquello melancolía  que tan bien expresó Trevelyan: «La poesía de la historia reside en el hecho casi milagroso de que alguna vez sobre este planeta, sobre este pedazo de tierra que nos es familiar, caminaron otros hombres y mujeres quienes como nosotros elaboraron sus propios pensamientos, fueron dominados por sus propias pasiones y ahora no están, se desvanecieron uno tras otro, se fueron de la misma manera definitiva en que desapareceremos nosotros, como fantasmas al amanecer». El libro está muy bien escrito, abunda el humor, los guiños y una notable actualización teórica.
De Ricardo Piglia pienso como él pensaba de su admirable Hemingway: lo mejor son sus cuentos. Disfruté una vez mas de «Actas de juicio» y «El Laucha Benitez cantaba boleros», entre otros. Piglia es un buen novelista, pero su genio brilla en el ensayo (recomiendo «El último lector»,  «Formas breves» y sus cuentos reunidos en «La invasión» y «Nombre falso». Su teoría del cuento deslumbra y revela.
El genio innovador de Joyce está sin duda en Ulises, pero el placer literario a mi criterio se disfruta con «Los Dubliners» y en particular con «Los muertos», que el gran John Huston llevó al cine concluyendo de esa manera su carrera como director. Ulises es un monumento, pero la poesía de Joyce está en sus cuentos, algunos extraordinarios. esa última escena de Los Muertos, cuando la mujer de Gabriel se duerme después de llorar la muerte de su amor adolescente y él, que ya venia impregnado de esa inefable sensación de muerte, lagrimea por el amor que siente por esa mujer, «acercado a esa región en la que moran las huestes de los muertos». Ese último párrafo es imperdible «Leves toques en el vidrio lo hicieron volverse hacia la ventana. Soñoliento vio como los copos de plata y de sombras caían oblicuos hacia las luces. Sí, los diarios estaban en lo cierto: nevaba en toda Irlanda. Caía nieve en cada zona de la oscura planicie central y en las colinas calvas, caía suave sobre el pantano de Allen y, más al oeste caía sobre las sombrías  sediciosas aguas de Shannon. Caía así en todo el desolado cementerio de la loma donde yacía Michel Furey, muerto. Reposaba al azar sobre una cruz corva y sobre una losa, sobre las lanzas de la cancela y sobre las espinas yermas. Su alma caía lenta en la duermevela al oír caer la nieve leve sobre el universo, sobre el descenso de su último ocaso, sobre todos los vivos y sobre todos los muertos».  Recomiendo para disfrutar del texto, de la traducción de Guillermo Cabrera Infante. .
John Berger es otro que marchó al silencio en esto días. Cuando fotografiaba hacia literatura y su literatura tenía el resplandor, la sugerencia y el misterio de la fotografía. El mes pasado leí  «Hacia la boda». Así inicia la novela: «Me gusta citar versos antiguos cuando se presenta la ocasión. Recuerdo casi todo lo que oigo y me paso el día escuchando. Pero a veces no sé qué hacer con ello. Cuando así sucede, recurro a palabras, y frases que suenan ciertas».
En Madrid, a mediados del año pasado, descubrí una edición de los cuentos de John O’Hara, el autor, entre otras maravillas de «Citas en Samarra» y «Una Venus de visón» que en el cine representó Liz Taylor. Es un escritor a la altura de Faulkner, Fitzgerald y Hemingway, un escritor que tuvo el defecto de no preocuparse por hacer buena prensa y, tal vez, escribir demasiado y con elevadas dosis de alcohol. Alguna vez intentó expresar su manifiesto literario: «Los años veinte, treinta y cuarenta ya son historia, pero no puedo contentarme con dejar su narración en mano de los historiadores y editores de libros ilustrados. Quiero registrar cómo hablaba y pensaba y sentía la gente, y hacerlo con la mayor sinceridad y variedad». Fue un  maestro del diálogo, dueño del arte de otorgarle a cada persona el tono y la palabra justa.
Alejandro Zambra es un joven escritor chileno que recomiendo; sobre todo su novela «Bonsai». Comienza así: «Al final ella muere y él se queda solo, aunque en realidad se había quedado solo varios años antes de la muerte de ella, de Emilia. Pongamos que ella se llama o se llamaba Emilia y que él se llama, se llamaba y se sigue llamando Julio. Julio y Emilia. Al final Emilia muere y Julia no muere. El resto es literatura». Brillante.
Dejo acá porque sospecho que, una vez más, me pasé de la raya y Ariza me va a proinar un  tirón de orejas. Queda pendiente para otro momento la literatura policial. Abrazos. Rogelio

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