La entrevista se realizó en el departamento de Luis Alberto Romero. Fue una charla distendida, un recorrido sobre algunos de los temas que preocupan a historiadores, lectores y ciudadanos. Romero es en la actualidad uno de los historiadores más reconocidos. Así lo demuestran sus libros, sus artículos en revistas especializadas y su labor académica. Pero también intenta expresar, desde su lugar de ciudadano, sus puntos de vista sobre dilemas políticos del presente. Esta relación a veces difícil entre el académico y el ciudadano, entre la política y la historia, también es parte de esta conversación.
-Se dice que a los historiadores les cuesta mucho hablar del tiempo presente, que están más cómodos hablando del pasado lejano. ¿Es así?
-Por un lado, no se puede negar que hay una tradición que postula que la historia necesita de la distancia y la objetividad, cincuenta años por lo menos. Es verdad que el historiador se siente más cómodo trabajando en tiempos más distantes, pero nadie hace con eso una teoría.
-Sin embargo, cuando se habla con un historiador el problema de reflexionar sobre el tiempo presente es visible.
-Pero es un problema de los historiadores, porque los cientistas políticos, los sociólogos o los economistas no tienen ese problema de la objetividad y la distancia. Nadie le pregunta a Torres o a Portantiero, por ejemplo, si han tomado distancia para hacer una teoría sobre el presente. Da la impresión de que el historiador tiene la obligación, para muchos fastidiosa, de demostrar, mientras que los otros cientistas sociales están más volcados a la interpretación.
-¿Hay diferencias para un historiador cuando trabaja sobre el presente o el pasado?
-La relación con el presente es siempre más complicada…
-Admitamos que cuando se habla del presente se recurre a una ficción, porque en términos estrictos lo que sucedió hace cinco minutos ya sería pasado…
-Por eso los historiadores hablamos de “pasado reciente” para referirnos a esa relación.
-¿Cuál es la relación de los historiadores con la teoría?
-Los historiadores no son creadores de teorías, ellos utilizan las teorías existentes. Lo que nos caracteriza es que somos muy eclécticos, no tenemos la obsesión por la pureza teórica.
-¿Y su relación con el marxismo, por ejemplo?
-He leído mucho a Marx y, entre los marxistas, a Gramsci. No diría que soy marxista pero tampoco afirmaría rotundamente que no soy marxista, porque además de Gramsci leo otras cosas. Lo que creo es que las etiquetas hoy no funcionan. Cuando era joven, a este tema se lo manejaba con categorías absolutas.
-Con respecto a su padre, se sabía que era socialista como ciudadano, pero me parece que sería arriesgado decir que era un historiador socialista…
-Mi padre en principio era un historiador, pero en sus textos está muy metida su formación socialista. Si uno mira la totalidad de su obra histórica, se dará cuenta de que está muy relacionada con su perspectiva política.
-Es más o menos lo que pasa con Hobsbawm, Vilar, Anderson…
-Hay que ver cada caso en particular. Hace poco leí las memorias de Hobsbawm y lo que me llamó la atención es cuánto hay de comunista en su formación. El se va del Partido Comunista inglés, pero se sigue diciendo comunista. Su relato de la historia del siglo XX es el relato de una historia de entreguerras; sus valores, sus prioridades son los de un comunista. En él hay dos discursos: uno muy militante y otro muy de historiador.
-A su juicio, ¿cuál debería ser la relación del historiador con el lenguaje?
-Hace poco leí un libro que, a mi juicio, es el más lindo que haya leído en mucho tiempo. Se llana “La revolución rusa” y lo escribió Orlando Sigues. Es un libro muy serio desde el punto de vista científico pero, al mismo tiempo, se parece a una novela. Entonces, el autor no sólo encontró una manera más o menos entretenida de presentar los hechos, sino que encontró una manera de presentar la realidad histórica con toda la diversidad. Todo lo que uno sabe que debe ser la realidad histórica en sus variaciones, pluralismo y matices, acá está expresado en la escritura.
-Carr en este tema, ¿qué le parece?
-Carr es muy bueno, pero no tiene esa riqueza.
-¿Y qué le parece “La historia de la revolución rusa” de Trotski?
-Trotski es un escritor muy bueno.
-¿El de Trotski ¿puede ser calificado como un libro de historia?
-La historia de Trotski está escrita por un actor de la revolución. El está resolviendo cosas sobre la marcha y, al mismo tiempo, está intentando elaborar interpretaciones que permitieran colocarlas dentro de los cánones del marxismo.
-¿Consideraría al “18 Brumario de Napoleón Bonaparte” como un libro de historia?
-Por supuesto, es un libro buenísimo. Yo leo ese libro de Marx y tengo la impresión de que las cosas están pasando delante de mis ojos. Yo diría que las dos condiciones de la escritura tienen que ver con recrear la vida. La buena escritura histórica recrea la vida, y el otro punto consiste en ser capaz de escribir en distintos registros a la vez, porque allí está la cuestión de la teoría.
-¿Cómo es eso?
-Usted no puede escribir un capítulo de teoría y otro con hechos; lo interesante es que la teoría esté en la explicación, pero tampoco esto debe estar en la primera lectura sino en la segunda, o en la tercera…
-¿Puede explicarlo mejor?
-En la primera lectura está la sustancia de la historia propiamente dicha, pero hay otro nivel que uno descubre en la segunda lectura.
-Da la impresión de que los historiadores han dejado de lado la tarea de divulgación, lo cual es un problema, porque los que aparecen divulgando son personajes como Lanata y Pigna que, a mi juicio, son lamentables.
-En Francia hay al respecto toda una tradición. Un historiador puede hacer un libro monumental de más de ochocientas páginas y después publica una edición de bolsillo. El otro día me contaron que el medievalista Jacques Le Goff hace más de treinta años que tiene un programa radial semanal…
-Tengo entendido que en la Argentina los historiadores algo han estado haciendo en materia de divulgación histórica.
-Yo diría que lo que se publicó en Sudamericana, dirigido por Juan Suriano, tiene un buen nivel, muy superior a lo que escribió Lanata. Se trata, en este caso, de textos trabajados con mucho rigor y amplitud. Claro, se diferencian de manera sensible de lo escrito por Lanata, que parece preocupado por denunciar la corrupción al inicio de cada capítulo. Pero bueno, hay público para todos los gustos…
-Los historiadores ¿tienen la obligación de atender a todos los públicos?
-Puede que sí, pero yo diría que hay un público al que los historiadores no deben renunciar y ese público es el de los educadores; ese público es decisivo y no puede estar en manos de Lanata o algo parecido. Después sería importante determinar algunos criterios básicos, por ejemplo, debe quedar claro que eso que se publica firmado por Lanata no es historia, es otra cosa.
-En ciertos niveles esto parece estar claro.
-Más o menos. Un periodista integra lo que se dice un público culto, pero sin embargo a mí me ha pasado que en determinadas entrevistas, periodistas amigos me pregunten mi opinión sobre las actuales corrientes historiográficas, y entre otros mencionan a Lanata y O’Donell, lo cual me parece un disparate mayúsculo.
-¿Y Félix Luna?
-Félix Luna es muy pero muy superior a los que le estoy nombrando. Luna escribió dos obras muy buenas, como “El 45” y el libro sobre Ortiz. Después hay otros libros que son más de divulgación, pero hechos con una calidad admirable. La otra diferencia que tiene Luna con estos autores es su propia cultura. Luna es un hombre de una gran cultura.
-¿Tiene alguna opinión del gobierno de Kirchner?
-Yo diría que lo más positivo es que ha reconstruido la autoridad presidencial. En la Argentina siempre sobró el presidencialismo pero después de la última crisis esto se derrumbó y ninguna salida era viable hasta tanto no se reconstruyese este principio básico de gobernabilidad.
-¿Hacia dónde cree que va este gobierno?
-No me queda claro. Es evidente que tiene una estrategia discursiva muy decidida para acumular poder. Por otra parte, lo que ahora dice que quiere hacer no se compatibiliza con su tradición anterior como gobernador. Consideraría, además, que si lo que expresa mejor sus intenciones es la política de Lavagna, eso me parece muy bien…
-¿Por qué?
-Porque Lavagna demostró una gran prudencia para desarmar la bomba de tiempo que existía en la Argentina, requisito indispensable para lanzarse después a grandes aventuras. Volviendo a Kirchner, no me convence mucho cuando arma esos discursos confrontativos y tampoco comparto su veta nacionalista.
-¿El peronismo vuelve a ser gobierno y oposición al mismo tiempo?
-Es posible, pero como dijo Chiche Duhalde “eso no es culpa nuestra”.
Una visión crítica de la universidad
En un tramo de la entrevista, el diálogo se internó en el complejo territorio de la universidad pública y ciertas conductas que caracterizan a la actual militancia en ese ámbito.
-¿Cómo ve a la universidad pública?
-Yo tengo dos imágenes. Algunas universidades pequeñas que funcionan muy bien porque disponen de recursos. Con respecto a las universidades grandes y, muy en particular la que yo conozco, la UBA, está dominada por un conjunto de intereses corporativos consagrados a defender lo suyo y con muy poca capacidad de pensar cómo debe seguir evolucionando una universidad.
-¿Qué críticas concretas haría?
-La renovación se ha detenido, cada vez hay menos concursos y los que hay ya están atados de antemano. Hay recursos de la universidad que provienen de sectores empresarios y que grupos internos manejan por su cuenta.
-¿Y el movimiento estudiantil?
-Al movimiento estudiantil hay que entenderlo como parte de una corporación más amplia que es la corporación política que actúa dentro de la universidad. Me refiero a gente que a partir de solidaridades políticas crea un interés para apropiarse de los muchos recursos que dispone la universidad. En mi facultad, yo veo al movimiento estudiantil como una máquina lanzada a capturar el presupuesto.
-¿Y los ideales y la militancia?
-A esta altura yo creo que ideales hay pocos y la formación política es pobrísima; los dirigentes son incapaces de sostener una polémica seria. Militancia hay mucha en la medida en que son profesionales de la militancia, pero esto no tiene nada que ver con lo que fue el movimiento estudiantil de los ’60.
-¿Hay un problema institucional o moral?
-Yo creo que el problema moral existe y se refiere a una crisis de valores. En la universidad hay mucha gente que ve esta militancia degradada como un medio de vida y no como un lugar de realización política o académica. Cuando yo ingresé a la universidad en 1962, los representantes estudiantiles en mi facultad eran Juan Carlos Torres, Emilio de Ipola y Osvaldo Guariglia. Obviamente eran jóvenes, pero ya se veía un perfil intelectual sólido, no eran punteros ni burócratas rentados.
-Usted ha tenido problemas con la izquierda en su facultad?
-A mí me cuesta ubicar a estas expresiones que se dicen de izquierda en el lugar que uno siempre pensó a la izquierda. Estos grupos están más interesados en rapiñar del presupuesto que en pensar en el cambio social en la Argentina. ¿Qué tiene que ver la CEPA, la Izquierda Unida con lo que uno conoció como izquierda?
-¿Y Franja Morada?
-La conozco menos, sé que también incurren en estos vicios en algunos lados, pero a diferencia de estos grupos ultraizquierdistas o como quiera llamarlos, son más respetuosos del nivel académico.