—En un solo día dos papelones -comenta Marcial- y todos estos chiches por parte de un seleccionado que no estoy seguro se vaya a calificar en la primer ronda.
—No sé a qué te referís -le digo, mientras me acomodo en la mesa después de dejar en el perchero la bufanda y el saco.
—La Selección nacional no lo visitó al Papa y no jugó con Israel, en este caso porque los apretaron un poquito.
—Yo estoy de acuerdo con lo que se hizo -dice José- estamos por jugar un mundial de fútbol y no tenemos tiempo para andar cultivando relaciones diplomáticas… no sé por qué tenemos que ir a verlo al Papa y sí sé por qué no tenemos que complicarnos la vida jugando al fútbol con Israel, un Estado que ocupa territorios que no le pertenecen y se atribuye capitales que no son suyas.
—Lo del Papa -digo- no lo tengo claro; creo que nada se hubiera perdido con ir a visitarlo; pero lo de Israel me parece una barbaridad… en primer lugar, porque los que organizaron este partido deberían haber sabido con anticipación qué inconvenientes podrían presentarse…
—Los endulzaron con tres millones de dólares -dice Marcial.
—Caja chica -respondo- para la plata que se maneja en esos ambientes… pero además, si como se dice hasta el cansancio, el fútbol acerca a los pueblos por encima de las diferencias, lo que acaba de hacer la selección argentina en Israel es exactamente lo contrario.
—Yo no creo que sea así -dice Marcial-, la Argentina y los jugadores no tienen por qué meterse en ese quilombo de Medio Oriente…
—Lo hubieran pensado antes de programar el partido, porque así como actuaron -dice el cura Ramón- queda como que cedieron a los aprietes de los palestinos… además, lo que supuestamente vale para Israel debería valer para todos: en Rusia asesinan periodistas; en Croacia, liquidan serbios; en Nigeria, despanzurran niñas; en Arabia Saudita, lapidan esposas infieles…
—En el caso de Jerusalén, parecería que se dieron cuenta de que los palestinos tienen razón -insiste José.
—Entonces empecemos por ahí -digo- proclamemos que estamos con la OLP y Hamas, pero si así lo hacemos no digamos después que no nos metemos en política.
—No sería la primera vez -dice el cura- que una declaración hecha en nombre de la antipolítica termina haciéndole el juego a la política y, en algunos casos, a las peores políticas.
—Usted cura -dice José- me parece que está medio enojado porque la Selección no quiso visitar al Papa.
-Estás muy equivocado hijo mío -responde el cura- para estar cerca de Dios, que es lo que a mí me importa, no es necesario estar cerca del Papa; es más, atendiendo a algunas visitas que el Papa por razones diplomáticas está obligado a recibir, te diría que hasta el propio Papa en su fuero íntimo sabe que la cercanía a Dios a veces no coincide con la cercanía protocolar con él.
—Si el Papa lo escucharía le pegaría un buen reto.
—Yo ya estoy medio grandecito para que me reten, pero como conozco el paño te digo que en este tema el Papa Francisco me felicitaría, porque él sabe también que un peso importante de la cruz que debe cargar es el de atender un protocolo de visitas que por el hecho de celebrarse en el Vaticano, no quiere decir que celebren al cielo.
—Si usted lo dice -observa Marcial guiñándome un ojo.
—Lo que no me queda claro -apunta José- es si un cura como usted apoya o no a la selección argentina.
—Claro que la apoyo; claro que quiero que gane; como también quiero que Racing salga campeón, pero en estos temas también le doy al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.
—¿O sea?
—O sea que no le otorgo a un partido de fútbol más de lo que se merece; quiero que gane la selección nacional, como quiero que gane el equipo de pibes de mi parroquia en el campeonato que organizamos en el barrio… pero punto.
—¿No cree que el fútbol nos representa como Nación?
—A esa pregunta te la respondo con una frase de Jorge Luis Borges, que nunca iba a misa pero estaba más cerca de Dios que muchos de los van todos los domingos: “Que once jugadores nos representen como Nación, es tan arbitrario como que nos representen once dentistas”…
—¿No le parece, cura -pregunto- que en tiempos tan complicados como éstos el fútbol es una identidad valiosa para los pueblos?
—No me parece, o no me parece tanto, porque en general la idolatría como tal no me parece buena o aconsejable… me gusta ver un partido de fútbol, disfruto del juego, pero no doy por el pito más de lo que el pito vale.
—Y en este caso el pito vale mucho… -digo- según dijo Marcial hace un rato, el partido con Israel significaba para la AFA alrededor de tres palos verdes en el bolso…
—Eso no es nada -digo-, comparado con lo que ganan los jugadores y los empresarios metidos en este negocio… el otro día hacíamos números con los dólares que Messi ganaba por segundo y la cifra era espeluznante…
—Yo ya me resigné a que ganen lo que ganan -dice el cura- pero lo que no estoy tan dispuesto es a aceptar que estos multimillonarios se transformen en emblemas nacionales… creo que el maestro que recorre a caballo veinte kilómetros para dar clases, o la enfermera que mitiga el dolor de un moribundo, o el científico que investiga, o el artista que crea belleza, nos deberían representar más como Nación que once jugadores de fútbol.
—O sea, que en el cielo no hay lugar para los jugadores de fútbol.
—¿Quién dijo semejante cosa? -contesta el cura- en el cielo hay lugar para todos, para los santos y para los que no son tan santos, incluso hay lugar para los jugadores de fútbol… no sé si todos, pero lugar hay porque, te repito, para estar en el cielo no es necesario ser santo, y desde ya te adelanto que en el cielo hay más santos que los que están consagrados oficialmente…
—¿Y en el infierno? -pregunta Marcial.
—Si no los hay, debería haberlos, porque la palabra de Dios hay que predicarla en todas partes, incluso en los lugares más incómodos y más calurosos… la santidad está reservada para los que arriesgan, los que se juegan…
—Yo no pretendo ir tan lejos y mucho menos al infierno -digo- pero convengamos que será una gran alegría para nuestro pueblo salir campeones del mundo.
—Una gran alegría que no va a durar más de lo que debe durar: dos o tres días de festejos a lo sumo, y punto… que ni los políticos ni los hombres del poder se hagan ilusiones de que un mundial de fútbol arregla nuestros problemas o habilita postergarlos -responde el cura.
—Una alegría de dos o tres días no nos vendría mal -dice José.
—Puede ser -responde el padre Ramón- pero las alegrías que a mí me importan son más trascendentes, más prolongadas y más puras que las de un partido de fútbol.
—No comparto -concluye José.