Nublado y frío. Lindo para estar en el café compartiendo la mesa con los amigos. Los diarios arriba de la mesa, el televisor con volumen bajo a pocos metros y los pocillos de café humeante con tostadas. Lindo el café y lindo el olor a café y a tostadas y a sacramentos crocantes. Como dijera un amigo: si el fin del mundo llega o el fin de mi vida se presenta, que me encuentre en la mesa del bar con mis amigos.
-Usted cura -pregunta José- ¿aceptaría despedirse de este valle de lágrimas en la mesa de los amigos del bar?
-Puede ser; para mí cualquier lugar es bueno para vivir y bueno para morir.
-¿No es medio pesimista lo suyo?
-Realista, diría; realista, y es una vergüenza que un cura como yo les dé una lección de realismo.
-Perdóneme cura -interviene Marcial- pero yo a esa lección no la veo.
-Me lo imagino; los cristianos, a diferencia de los ateos, tenemos una respuesta muy realista a la muerte, algo que ustedes no lograrán asumir, salvo que crean que es un acto de sabiduría resignarse a pensar que con la muerte termina todo.
-¿Y no es así acaso? -pregunto
-No, no es así.
-¿Y cómo lo puede probar?
-Diría que así como no se puede probar la inmortalidad tampoco se puede probar que con la muerte termina todo, por lo que a la hora de preferir, prefiero optar por la alternativa que más me conviene, es decir, que Dios existe y que la resurrección de las almas y de los cuerpos existe.
-Admita conmigo, cura, que no es fácil o sencillito creer en eso; es más, a mí también me gustaría creer en ese cuentito, pero ocurre que mi racionalidad me lo impide.
-Y sí, claro -responde el cura- yo también defiendo la racionalidad y sostengo que hay buenos argumentos racionales para admitir la existencia de Dios, pero así como una cosa es la fe y otra muy diferente la alienación, también una cosa es la racionalidad y otra muy diferente la alienación racional, una alienación que bloquea, confunde y a veces enceguece.
-Yo no sé si la inmortalidad existe o no -planteo- pero lo que me atrevo a decir es que no me gustaría para nada ser inmortal. A esta altura del partido me he amigado conmigo mismo, me conozco muy bien, pero no estoy seguro de que quisiera estar conmigo hasta el fin de los tiempos. Como diría Borges, me gustaría llegar “arriba” para que me den otra cara, otra historia…
-Yo creería en Dios aunque no existiera la promesa de la inmortalidad -responde el cura.
-Usted se ve que necesita un Padre Eterno que le ponga límites a su libertad.
-Esa chicana guárdatela para los amigos con los que compartís el asado y el vino de marca en tu casa de fin de semana en la costa; mi fe en Dios y en su Hijo afirma mi libertad; no es la fe en Dios la que nos hace sumisos, miedosos… todo lo contrario, la fe nos hace libres.
-¿Y qué es lo que nos hace prisioneros y miedosos según usted?
-El pecado mi amigo, el pecado. Somos prisioneros de nuestras ambiciones, somos prisioneros del poder, somos prisioneros de la sociedad de consumo, somos prisioneros de las diferentes idolatrías que de allí se derivan… la fe, por el contrario, nos hace libres mis amigos, libres de todas las alienaciones y los pecados. La tragedia en el siglo veinte no la produjo la promesa del Paraíso en el “cielo”, la produjo la promesa del Paraíso en la tierra.
-Y hablando de cosas que ocurren en el cielo -digo- ¿qué opinan de los pilotos de avión informándoles a los pasajeros que culpa del actual gobierno los aviones se pueden venir abajo?
-Yo lo único que opino es que esos pilotos rentados por los sindicatos son unos grandes hijos de puta, con perdón de sus madres -responde Marcial.
-Yo creo que exagerás -dice José- primero, porque nadie habló de que los aviones en los que viajaban los pasajeros corrían peligro.
-Ah no… ¿y qué es lo que decían entonces?
-Decían que otras empresas, no Aerolíneas, no disponían de todas las seguridades y controles.
-Lindo dar esos consejos a diez mil metros de altura -digo.
-Eso se llama competencia leal -agrega Marcial- planteada justamente por los que prácticamente fundieron a Aerolíneas Argentinas y ahora están calentitos porque la empresa administrada por el “gobierno de los ricos” la puso en marcha.
-La otra alternativa era la huelga -exclama José- y también nos hubieran sacado el cuero.
-Y no se merecen otra cosa. Ustedes siempre transitando desde Guatemala a Guatepeor… no le demos vuelta a la cosa: son unos facinerosos, unos grandes hijos de puta, capaces de tirar un avión abajo para echarle la culpa al gobierno.
-Me parece que se te está saliendo la cadena -refuta José- te puedo admitir que a lo mejor los compañeros se equivocaron en el método de lucha, pero para vos la Argentina ideal es una Argentina sin sindicatos.
-¿Acaso tenés alguna duda? Una Argentina sin sindicatos es una metáfora que expresa a una Argentina sin mafiosos.
-Vos sos un gorila sin remedio, Marcial. Vos no le tenés bronca al peronismo, vos le tenés bronca a los pobres.
-¿A ese treinta por ciento de pobres que ustedes dejaron?
-A propósito de lo que decís, en el barrio -comenta el cura Ramón- yo tengo que lidiar con la pobreza en serio y les aseguro que la cosa no está para nada buena, pero también les aseguro que lo que nos pasa ahora no es muy diferente a lo que nos pasaba cuando gobernaba la compañera Cristina. Conclusión: los gobiernos cambian pero los pobres están siempre jodidos.
-Y a esos males, cura, ¿se los corrige rezando?
-Tampoco incendiando todo como le gusta a algunos de tus punteros barriales. Sinceramente, yo no sé qué tienen contra la oración; ¿acaso nunca oyeron el refrán “a Dios rogando y con el mazo dando”?
-Rezar es lo opuesto a la lucha -dice José.
-Para vos será lo opuesto a la lucha. A ver si lo entienden de una buena vez hijos de Dios. La oración es el momento en el cual el cristiano se comunica con Dios, para comentarle algo, para pedirle algo o simplemente para sentirse cerca de él. Jesús nos enseñó a rezar: “Padre nuestro que estás en los cielos…”. No es un acto neurótico, no debe ser una formalidad… es un momento de reflexión, de meditación cerca de Dios y con Dios que no sustituye ninguna decisión de lucha o de lo que sea.
-¿Y solamente en la iglesia se puede rezar?
-Si querés venir a la iglesia, bienvenido, pero la oración es posible en cualquier parte. Yo, hace una rato, antes de que llegaran ustedes, estuve orando; tranquilo, sentado a la mesa, sin ostentaciones pero con profundidad: no me da vergüenza rezar, no me da vergüenza ese esfuerzo siempre incompleto de comunicarme con Dios.
-Usted me va a perdonar cura, pero yo no me veo rezando, no me veo de rodillas, en general no me gusta arrodillarme ante nadie; no me veo hablando solo como si fuera un loco, perdóneme, pero así lo siento.
-Desde ya te perdono: pero acordate de lo que decía Antonio Machado: “Converso con el hombre que siempre va conmigo, quien habla solo espera hablar a Dios un día”. De eso se trata. A mí no me importa si estás o no de rodillas, me importa que tu capacidad de introspección sea profunda, porque si es profunda en algún momento te acercarás a Dios o Dios se acercará a vos.
-Yo le envidio la fe, cura -digo- pero a mí esas cosas no me nacen; Dios me habrá discriminado y me dejó sin fe.
-Le fe siempre está -responde el cura Ramón- es lo más humano que tenemos. Te cuento. Alguna vez fui amigo de un viejo militante anarquista español que peleó en las trincheras de la guerra civil. Él, que era ateo a tiempo completo, me dijo una vez con unos cuantos vinos encima ( los dos teníamos unos cuantos vinos encima): Vea cura, y esto que ahora le digo no se lo voy a repetir a nadie; en la trinchera, en ese lugar donde mueren a tu lado los mejores amigos, te silban las balas y el enemigo viene decidido a matarte, nadie es ateo.
-No comparto -concluye Marcial.