¡Cómo no me había dado cuenta!

Un gobierno no va a resolver sus problemas con una conferencia de prensa, pero en un país en el que hasta hace algo más de dos años las conferencias de prensa brillaban por su ausencia, convocarla marca una diferencia, la diferencia entre un liderazgo autoritario y un liderazgo republicano. O la diferencia entre una presidente que trataba a sus seguidores como vasallos y un presidente que trata a las personas como ciudadanos.

Imagino las objeciones: la pobreza es mucho más importante. Chocolate por la noticia. Sobre todo, por la vieja noticia, porque que yo sepa la pobreza en la Argentina desde hace veinte años ronda por el treinta por ciento. ¿Y la inflación? Y la inflación es una realidad que nos persigue desde hace, por lo menos, unos diez años. La diferencia también en estos casos es importante registrarla. Antes la pobreza y la inflación eran negadas. ¿O nos olvidamos que no hace mucho hubo un ministro, que ahora es diputado, que se negaba a hablar de la pobreza porque significaba estigmatizar a los pobres? ¡Qué sensible el “Chiquito”! Como lo solía tratar con su exquisito y ostentoso talante su jefa.

Hoy sabemos que en la Argentina hay inflación y pobreza; también sabemos que hay un gobierno que se equivoca, no porque lo diga yo o el vecino de enfrente, sino porque su principal representante así lo admite. Macri, alejado de los insufribles globos amarillos y los desmañados pases de cumbia, admite que se equivocó en algunas cuestiones.

Antes, ocurría lo mismo, con el agregado de que el relato presentaba a la jefa como infalible. Ese agregado es lo que diferencia, una vez más, a un gobierno republicano de un régimen populista farsante. Pero de malo que soy, me rectifico parcialmente: el gobierno de Cristina no se equivocó nunca; pudo cometer errores e incluso hacer alguna que otra cosa bien, pero estratégicamente siempre estuvo en lo cierto. ¿Por qué? Por la sencilla razón de que las cleptocracias no se equivocan. Y la cleptocracia que nos asoló durante quince años fue infalible. Todos y cada uno de sus objetivos los cumplió al pie de la letra. Las fortunas acumuladas por Ella y Él así lo confirman. Ella y Él pero también a sus seguidores, porque si de alguna virtud dispuso esta cleptocracia fue la de ser inusualmente generosa a la hora de abrir oportunidades para que todo kirchnerista que mereciera ese nombre se enriqueciera. Lo que se dice, una esmerada actividad orientada a la equitativa distribución de la riqueza.

¿Otra vez hablando del pasado? Error. Estoy hablando del presente. O de la insistencia del pasado para condicionar y arrasar el presente. Repasemos. Moyano amenazando como el matón que es al Ministerio de Trabajo por una multa que le aplicaron por desconocer una conciliación obligatoria. El sindicato de pilotos extorsionando a los pasajeros a diez mil metros de altura. El peronismo advirtiéndole al FMI que cuando recuperen el poder (en eso estamos muchachos) van a desconocer todos los compromisos, como ya lo hiciera Rodríguez Sáa en su momento. Los tres mil millones de dólares que debemos pagar por la jodita nacional y antiimperialista de los compañeros K cuando eran gobierno. El senador Pichetto protegiendo a dos expresidentes malandras con la mascarada de los fueros; o negándose a tratar la ley de extinción de dominio.

El kirchnerismo no es el pasado, porque la Argentina corporativa que vive de los recursos de la inteligencia, el trabajo y el emprendimiento, está presente y en algunos aspectos más presente que nunca. Cualquier aclaración hablen con Moyano o con de Mendiguren, o con los beneficiaros de la adjudicación de obras públicas sin licitaciones o con las estructuras políticas -las de la oposición y las del gobierno- que viven de los recursos del Estado… y de algo más… un vicio o una inercia que compromete a muchos e incluya en una línea transversal a oficialistas y opositores

El gobierno nacional no está pasando por un buen momento. Es evidente. La sociedad argentina, para ser más preciso, no está pasando por un buen momento. No es fácil asumir el poder siendo minoría y reactivar una economía estancada desde hacía cuatro años, reduciendo al mismo tiempo la inflación. El gobierno ahora atraviesa por un cono de sombra, pero curiosamente se admite que hasta hace tres meses las cosas andaban más o menos bien e incluso más bien que mal.

Ahora se lo admite, porque si le íbamos a creer a la oposición kirchnerista el país estaba hundido en la miseria y el fango desde 2015. Esa oposición que trabaja todos los días para destituir a este gobierno. Lo dice y lo hace. Todos los días, todas las semanas y todos los meses. Su objetivo es el fracaso del gobierno. Algunos por razones ideológicas, otros para no ir presos, muchos para recuperar el poder y después, en el mejor de los casos, hacer lo mismo que hace Macri pero un poco peor, pero eso sí: defendiendo y conservando todos y cada uno de los privilegios de la Argentina corporativa y mafiosa, esa red tenebrosa de sindicalistas, empresarios y funcionarios que succionan sin pausa y sin límites los recursos del país como un insaciable y obsesivo vampiro.

Lo sorprendente de la Argentina actual no es un gobierno con problemas y con funcionarios que a veces parecen solazarse en reproducirlos, lo sorprendente es que un gobierno débil, amenazado de muerte desde antes de que asumiera, haya podido sostenerse, ganar elecciones e incluso promover algunos cambios políticos y sociales importantes.

Por supuesto que me gustaría un gobierno mejor. Pero ese es un deseo que transita por el territorio de los sueños. Tenemos el gobierno que tenemos y tenemos la oposición que tenemos. Hay muchas cosas que no me gustan de este gobierno, pero son muchas más las que no me gustan de la oposición que pretende recuperar el poder. ¿A qué oposición me refiero? A la mayoritaria, a la real y existente, a la que según las mediciones es la más fuerte. Y la que arrastra a las otras fracciones de la oposición cuando logran hacer de un problema el principio de un incendio. A la que tiene como líder a una señora llamada Cristina.

¿No hay otra oposición? Claro que la hay. Es débil, pero existe. Y, para mi gusto, desearía que fuera más fuerte. Hoy no lo es. Y su espacio a veces es tan estrecho que en más de un caso se deja dominar por la tentación de sumarse a la oposición salvaje, como efectivamente lo ha hecho más de una vez para beneficio del kirchnerismo y perjuicio de sus propias posibilidades políticas.

Convengamos que esa oposición destituyente no las tiene todas consigo. Salvo agitar y oponerse a todo, carece de propuesta y, además, se le nota. Trabajan con los golpes bajos de la pobreza, el hambre y la miseria, olvidándose que ellos fueron los principales responsables en haberla ampliado cuando dispusieron de todas las condiciones internas y externas para cambiar al país en serio.

Para denunciar las llagas que nos duelen a todos son muy rápidos, pero no son capaces de elaborar una idea alternativa. Una sola. Campeones de los lugares comunes y el facilismo, lo mejor que se les ocurre es decir que hace falta un gobierno que le ponga plata al bolsillo del hombre de la calle.

¡Qué maravilla! ¡Así había sido de fácil y yo no me había dado cuenta! Ahora me entero de que gobernar es ponerle plata a la gente en el bolsillo. O como dicen con otro tono: queremos un país con pleno empleo y muy buenos salarios. ¡Qué maravilla! En vez de andar renegando con las rutinas tortuosas del déficit fiscal, la inflación, la recesión, cuando todo se resuelve poniendo plata a la gente en el bolsillo. ¡Cómo no se me ocurrió antes! Macri gato.

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