El asesinato de Enzo Bordabehere

El martes 23 de julio de 1935, más o menos a las cuatro de la tarde, el senador santafesino por el Partido Demócrata Progresista, Enzo Bordabehere, fue asesinado en la Cámara Alta de la Nación. El ex comisario Ramón Valdez Cora, reconocido matón a sueldo del régimen conservador, policía corrupto y provocador profesional, disparó cuatro balazos, tres de los cuales dieron en el cuerpo del legislador. Bordabehere fue trasladado al hospital Ramos Mejía, pero morirá una hora más tarde a pesar de los esfuerzos del doctor Wibert y su equipo.

Una hora después los senadores volverán a reunirse en recinto y le tributarán la despedida al hombre de 44 años que había nacido en Montevideo en 1889, se había educado en Rosario y consideraba a Lisandro de la Torre como su maestro político. Como contrapartida, o como dato sugestivo, esa misma noche el presidente Agustín Justo asistirá a una función de gala en el Teatro Colón acompañado por su esposa. El miércoles 24 de julio en la estación de trenes de Retiro se realizará un acto público para despedir al senador muerto, previo al traslado de sus restos a Rosario. Allí usaron de la palabra Lisandro de la Torre y Alfredo Palacios. Se habló del asesinato de un legislador y de la presencia del hampa en una de las máximas instituciones de la República. El público se enardeció y menudearon los insultos a los conservadores. Alguien propuso salir a la calle a protestar y la policía disolvió la manifestación.

El viernes 26 de julio, en la ciudad de Rosario, más de setenta mil personas acompañarán los restos de Bordabehere al cementerio. Allí hablarán Luciano Molinas, Mario Bravo y Agustín Rodríguez Araya. Lisandro de la Torre no estaba presente porque, más o menos a esa hora, se batía a duelo con Federico Pinedo en El Palomar. Los padrinos de Pinedo eran todo un testimonio. Uno se llamaba Robustiano Patrón Costas, un clásico exponente del régimen oligárquico liberal; el otro era Manuel Fresco, fascista confeso y uno de los promotores más convencidos de los beneficios del fraude electoral calificado por ellos mismos como “patriótico”.

Como se ha encargado de divulgarlo la historia a través de investigaciones, relatos, películas y obras de teatro, el asesinato de Bordabehere se produjo cuando en la Cámara de Senadores se debatía lo que se conoce como el “negociado de las carnes”. En septiembre de 1934 se había constituido una comisión investigadora integrada por los senadores Laureano Landaburu y Carlos Surrey -por la mayoría conservadora- y Lisandro de la Torre, por la minoría. Importa destacar que la constitución de esa comisión fue aprobada por unanimidad. Su tarea consistía en investigar irregularidades administrativas e impositivas que pudieran haber cometido los frigoríficos ingleses en el marco de las nuevas condiciones de comercialización creadas por el pacto Roca-Runcimann firmado en 1933.

La comisión trabajó a pleno y se demostró que había evasión impositiva, fraude fiscal y operaciones delictivas consistentes en el ocultamiento de informes contables y el traslado de planillas comprometedoras en cajas de rost beef. Cuando se descubrió que la empresa Anglo ocultaba sus libros contables en el vapor Norman Star, el escándalo adquirió proporciones mayúsculas. Como consecuencia de esas intervenciones, Richard Tootell, gerente del frigorífico Anglo, será detenido por desacato. La investigación oficial, mientras tanto, compromete a los frigoríficos La Blanca, Compañía Sansinena de Carnes Congeladas, Armour, Wilson y Swift. “Robo frigorífico organizado que se cumple con la acción extorsiva de un monopolio extranjero y la complicidad de un gobierno que a veces lo deja hacer y otras lo protege directamente”, dirá Lisandro de la Torre en aquellas jornadas.

Hasta la primera semana de julio la comisión investigadora parece actuar en común acuerdo. Los problemas internos se presentarán a partir del 11 de julio de 1935, cuando los informantes empezaron a dar a conocer sus conclusiones en la Cámara. Luis Duhau, ministro de Agricultura, y Federico Pinedo, ministro de Hacienda, se hicieron presentes en la Cámara para ser interpelados. Las palabras de Lisandro de la Torre sonarán cada vez más fuertes. También eran fuertes las imputaciones que le hacían los conservadores. Mientras el legislador santafesino denuncia la corrupción económica e imputa esa corrupción a un sistema político fraudulento y conservador, sus oponentes le reprochan el apoyo a Uriburu en 1930, los beneficios obtenidos por su partido en la provincia de Santa Fe gracias a ese apoyo y la participación de funcionarios demoprogresistas en el régimen fascista, uno de cuyos exponentes era Ibarguren, designado interventor de la provincia de Córdoba.

La última sesión, la del 23 de julio, fue la más violenta. Las agresiones circulan de ida y vuelta. Las palabras de Pinedo y Duhau -pero sobre todo de Pinedo- eran agraviantes. De la Torre no se quedaba atrás. Era incisivo, rápido y mordaz para las respuestas y, además, sabía ofender. Los ataques descendieron al terreno personal. Todos los legisladores se preguntarán en el futuro cómo se había podido llegar a una situación así. Los más conocedores de la vida parlamentaria aseguraban que si Julio Roca hubiera dirigido el debate, el desenlace trágico no se habría producido porque, seguramente, atendiendo al cariz que tomaban los acontecimientos, se habrían suspendido las sesiones, que era lo que correspondía hacer.

Las escenas que precipitaron el crimen son muy conocidas. Lisandro de la Torre se acercó a Pinedo, tal vez para insultarlo o algo más. Se interpuso Duhau y lo empujó. De la Torre cayó al suelo. En ese momento, Bordabehere saltó de su banca y se acercó. Los conservadores dirán que estaba armado; algo parecido asegurará el diario Libertad de los socialistas independientes cuya máxima figura era, justamente, Pinedo. Ésa será la excusa del asesino Valdez Cora. No había pruebas ni testimonios que verificaran esa imputación. Bordabehere era joven, robusto, fuerte, pero no era hombre de armas llevar. Sí lo era Valdez Cora. No deja de ser bochornoso que los conservadores le imputaran la responsabilidad de lo sucedido al muerto e incluso se dedicaran a escarbar en su vida personal para probar su hipótesis.

La tragedia podría representarse en cámara lenta. En el momento en que Bordabehere se acercó para auxiliar a De la Torre, el señor Valdez Cora desenfundó su revólver y disparó. Dos tiros dieron en la espalda del senador santafesino. Éste alcanzará a darse vuelta y el tercer disparo le pegará de frente. Un cuarto disparo hirió en la mano a Luis Duhau. Y ésa será su coartada para probar que él no ordenó matar. El otro herido fue el senador Rafael Mancini.

La confusión en la sala era absoluta. Los hombres gritaban, se empujaban, algunos corrían para asistir a los heridos. Valdez Cora aprovechó la situación para escapar. Se refugiará en la sala de taquígrafos y será detenido por Alfredo Palacios. Desde un primer momento el asesino dirá que actuó por cuenta propia. Que había visto a Bordabehere avanzar armado hacia el ministro Duhau, y que disparó para protegerlo.

Valdez Cora, además de matón y coimero, era un protegido por el orden conservador. Su condición de hombre de confianza del régimen le había permitido asistir al debate desde un lugar privilegiado. Después se sabrá que frecuentaba la casa de Duhau, una amistad que el propio Duhau nunca desmentirá. La hipótesis de que Valdez Cora cumplió la orden de asesinar a Bordabehere no es sostenible. Los conservadores no eran angelitos, pero tampoco eran criminales, por lo menos en ese nivel. Su responsabilidad es más estructural. Personajes como Valdez Cora eran a los que ellos recurrían para protegerse o para asegurar una mesa electoral. Quien dispone de perros de presa no puede sorprenderse de que en algún momento el perro muerda sin permiso.

Lisandro de la Torre se expresará con su habitual claridad. “Las balas estaban dirigidas al corazón del Parlamento argentino; aún este Congreso viciado por el fraude y la corrupción, les molesta”, puntualizará. Cuando se enteró de que Valdez Cora había sido detenido dirá: “Se sabe el nombre del matador pero no del asesino”. Estaba convencido de que Valdez Cora cumplía órdenes. Estaba convencido y estaba amargado. “Estoy solo, estoy viejo, estoy cansado” dirá. En 1937, el 5 de enero, presentará su renuncia a su cargo de senador. Exactamente dos años después se suicidará. “Cachá el bufoso, vamo a dormir” escribirá Discépolo, con su filosofía agria pero realista.

El crimen no quedará impune. En 1937 la Justicia sentenció al matador a doce años de prisión. La Corte luego elevaría esa condena a veinte años. En rigor, la cumplirá hasta 1953, fecha en que fue indultado por Perón. Como se dice en estos casos: una mano lava la otra y entre las dos nos lavamos la cara.

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