El Litoral: Cien años de libertad

El nublado y el frío persisten. En el bar todos contentos. El café vive cómodo en invierno porque es hijo del frío y la llovizna. En la mesa los pocillos, las migas de medialuna y los diarios. Los de Buenos Aires y El Litoral que cumple un siglo de existencia.

—Cien años -digo.

—¿Cien años de soledad?

—No exactamente; yo diría cien años de libertad… de libertad de prensa, de libertad de expresión, de defensa de las libertades…

—¿Estás tan seguro? -pregunta José.

—Lo estoy -respondo- y te invito ir a los archivos para verificarlo.

—Yo no necesito de los archivos -dice Marcial- porque no pongo en dudas el compromiso del diario con la libertad. Pero no es eso lo único que me importa destacar.

—No te entiendo.

—Sencillo… lo que quiero señalar es lo que El Litoral representa para los santafesinos…

—¿Y qué representa, según vos?

—Creo, sin exageraciones, que El Litoral es la institución simbólica que más nos representa…

—En eso estoy de acuerdo… Santa Fe es el Puente Colgante, Colón, Unión y El Litoral. No hay existencia simbólica de Santa Fe sin esas instituciones.

—Con una diferencia: El Litoral es un símbolo escrito…

—Yo me acuerdo -dice el cura Ramón- de aquella canción que el Chango Rodríguez dedica a Córdoba. Empezaba diciendo: “En Córdoba las mujeres, le llamarán la atención/ los vinos, los alfajores y la Voz del Interior”. Bueno… cambiá La Voz del Interior por El Litoral y estamos en lo mismo.

—Y en “Mariposa tecnicolor”, Fito Páez canta: “Y la tribuna el lunes grita gol, por La Capital”.

—Los diarios locales como símbolos de las culturas populares.

—Eso es lo notable -dice el cura Ramón- Santa Fe es una ciudad de casi medio millón de habitantes, ciudad heterogénea, con diferencias sociales, culturales, políticas, incluso étnicas, pero si alguien pregunta por El Litoral en Villa Yapeyú o en Centenario; en Guadalupe o en Santa Rosa de Lima; en Alto Verde o en Las Flores, todos saben de qué se está hablando.

—Es verdad -dice José- pero también tengamos presente que hay gente que lo quiere y gente que no lo quiere.

—Eso es lo de menos -dice el cura Ramón- se puede estar de acuerdo o no con una editorial, con un periodista o no, pero lo que no se puede desconocer es que es el diario de los santafesinos y eso tiene un alcance cultural que merece pensarse… porque todas nuestras tradiciones merecen pensarse… y El Litoral es una tradición, una gran tradición santafesina.

—Tiene razón el cura -digo- el diario está en nuestros recuerdos infantiles, en nuestra vida de todos los días; yo me acuerdo, por ejemplo, que cuando era chico y estábamos jugando a la pelota en la plaza del barrio a la salida de la escuela, mamá me decía que regresara a casa cuando escuchara a los canillitas de El Litoral, porque eso quería decir que ya se hacía tarde.

—Ya era de noche en mi memoria -dice José- y los recuerdos que tengo es que El Litoral llegaba a casa cuando estaba oscuro. Y me acuerdo de mi viejo sentado en el sillón leyéndolo; es la imagen más nítida y una de las más entrañables que tengo de papá… leyendo El Litoral en el living…

—Yo tengo presente a mi tío Jaime -dice Marcial- no era de Santa Fe, vino a la ciudad a estudiar, se recibió de ingeniero y se fue a vivir a Alemania. Cuarenta años después lo fui a visitar y en algún momento le pregunté qué recuerdos tenía de Santa Fe. Su respuesta la tengo presente: un recuerdo olfativo y otro sonoro… el olor de los espirales para combatir a los mosquitos en verano y los canillas voceando al diario El Litoral a la nochecita.

—Yo voy a hacer referencia a una historia familiar que para mí es importante porque da cuenta de la labor de un diario en la vida de todos los días -dice el cura Ramón.

El cura lo llama a Quito para que le sirva otro café y continúa:

—Les voy a hablar de mi abuela, la nona Carmen, como le decíamos. Ya no está con nosotros, por supuesto, pero yo la tengo presente porque fue una mujer buena, valiente, solidaria, que se supo hacer cargo de las más duras en un tiempo en que todo era muy duro, sobre todo para esos inmigrantes italianos que llegaban a estas tierras con una mano atrás y otra adelante. Mi abuela era muy católica, pero católica en serio, comprometida en serio con el Evangelio, una fe vital, esperanzadora… no la voy a hacer larga… ya era viejita y sin embargo todas las tardes se sentaba en su sillón y leía El Litoral. Alguna vez le pregunté por qué esa costumbre, esa exigencia. Entonces ella me dio una lección de vida, una gran lección de vida. En primer lugar, me dijo, para mí leer el diario era un placer no una exigencia. Yo al diario le debo todo, hijo, me explicó. Yo aprendí a leer gracias a El Litoral, porque cuando llegué a Santa Fe apenas sabía leer y escribir: yo aprendí a conocer la ciudad a través del El Litoral. El Litoral me permitió conocer a Santa Fe y a la Argentina, y también me hizo conocer la vida de la ciudad de todos los días: los comercios, los días festivos, los paseos… las alternativas de la política; las vicisitudes de la Segunda Guerra Mundial las fui conociendo gracias a las crónicas del diario. Y fue el diario el que me confirmó que había que estar del lado de los aliados y no del Duce… tenelo presente Ramoncito… cuando llegamos de Italia yo apenas sabía dónde estaba y todo lo que aprendí desde entonces fue leyendo este diario… ¡Cómo no voy a estar agradecida! Si El Litoral me enseñó hasta cómo debía vestirme y adónde debía salir a pasear un fin de semana.

—Notable la experiencia -digo- y también interesante la trayectoria del diario a favor de la República Española y los Aliados. Es decir, a favor de antifascismo.

—También estuvo en contra del peronismo… hay que decirlo todo -observa José.

—Todo muy coherente -contesta Marcial- estamos hablando de un diario antifascista.

—No volvamos a las discusiones de siempre -digo- a mí me importa tener presente esa memoria colectiva acerca de El Litoral, esa memoria que está presente en la vida de cada uno de nosotros. Pensamos a través de imágenes. Algunos tienen presente los gritos de los canillitas, otros al diario en la casa, yo, por ejemplo, la imagen que tengo es la mi querido tío Cirilo leyendo el diario en La Modelo o en el Baviera de 25 de Mayo y Mendoza, mientras tomaba un liso y yo una Bidú.

—Yo, me acuerdo de mi abuelo Santiago leyendo el diario en Los Dos Chinos.

—En casa siempre se hablaba de las crónicas de Teófilo Madrejón y El Bachiller…

—¿Teófilo Madrejón… el de la Ruta 1?

—Exacto. Marcelo Leonhardt. Un militante a favor de esa ruta; militó durante años para que la Costa tenga una ruta. Y esa pelea la hizo desde las columnas del diario.

—El Litoral es nuestra historia -dice José- nuestra historia de todos los días. Yo me acuerdo de cuando era pibe y me iba al café que está frente a Plaza España porque un campeón de billar jugaba allí todas las tardes. Y me acuerdo que ese campeón llegaba, de traje, como un gran señor, me acuerdo que se peinaba a la gomina y se parecía a Orson Welles. Cuando entraba al café los mozos lo recibían como si fuera el presidente de la Nación. Se acomodaba en una suerte de sillón que estaba reservado exclusivamente para él. Le acercaban una copa de cogñac en invierno y un liso en verano. Y el diario El Litoral. Lo leía. Particularmente la sección de Carreras. Y después colgaba el saco en el perchero, y empezaba sus sesiones de billar, de carambolas a tres bandas. Y El Litoral quedaba en la mesa como un testigo.

—Eso, exactamente eso dice -el cura Ramón- el diario como un testigo, un testigo del rumor de una sociedad, la de los santafesinos en este caso… eso es El Litoral, como es la Voz del Interior en Córdoba, Los Andes en Mendoza, La Gaceta en Tucumán… un testigo y una presencia.

—¿Y el futuro?

—Del futuro sabemos poco, pero sí me animaría a pensar del futuro que deseamos. Creo que todos queremos una ciudad y una provincia más justa, más integrada, más libre… pues bien, en esa provincia, en esa ciudad, la provincia y la ciudad de mis hijos y de mis nietos, El Litoral debería estar presente.

—Comparto -concluye José.

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