En estos días El Litoral de Santa Fe cumplió cien años. Un siglo. Su primer numero salió a la calle el 7 de agosto de 1918 en una provincia conmovida por las impiadosas luchas políticas de entonces, las aceleradas modernizaciones económicas y sociales y las expectativas de progreso alentadas por intelectuales, empresarios y políticos quienes, más allá de sus diferencias, en más de un caso indisimulables, compartían el optimismo histórico que ni siquiera los recuerdos de la Primera Guerra Mundial habían logrado empañar.
El itinerario histórico de El Litoral, su logro de transformarse en algo así como la credencial distintiva de la identidad de una ciudad o una región, no es muy diferente a la de los diarios provinciales, la mayoría de ellos fundados a fines del siglo XIX y principios del veinte. La Voz del Interior de Córdoba, El Diario de Entre Ríos, La Capital de Rosario, La Gaceta de Tucumán, Los Andes de Mendoza, El Río Negro, El Liberal de Santiago del Estero, El Territorio de Misiones, por mencionar algunos de los más destacados, así lo confirman.
Una historia acerca del rol de los diarios provinciales en la consolidación de la Argentina moderna, es una de las asignaturas pendientes que tenemos al respecto. Los diarios mencionados fueron fundados en el contexto de los procesos de modernización nacidos con los impulsos renovadores de la Generación del Ochenta y la ampliación de la ciudadanía política a partir de la sanción de la Ley Sáenz Peña.
El ideario liberal democrático, en sus versiones progresistas y conservadoras, está vigente en todos los casos, en algunos con más entusiasmo, en otros con más discreción, pero en todas las circunstancias la fe en la democracia y las libertades está presente en esta Argentina ordenada en sintonía con los valores y las certezas del paradigma liberal.
La lectura de diarios en papel, un hábito con historia. Archivo Clarin.
Todos estos diarios nacieron como iniciativas de políticos e intelectuales convencidos de las posibilidades de la palabra escrita para alentar debates, fijar objetivos históricos de desarrollo, estimular estilos de convivencia y fundar o legitimar símbolos y mitos en los cuales una sociedad se reconoce.
Su consolidación como empresas periodísticas se dio en un escenario histórico en el que el diario “papel” fue en principio el único medio de comunicación en una sociedad que en aquellos años disponía de uno de los índices de alfabetización más altos del continente. Son estos los años en los que los diarios reafirman sus formatos, sus estilos, la redacción de sus crónicas y editoriales, un proceso de transformación que aceleradamente se da en todo el mundo.
La tarea decisiva de los diarios provinciales -a la hora de pensar la nación- fue la de haber consolidado en términos prácticos el federalismo, no ya como precepto constitucional sino como vida cotidiana y ejercicio práctico de las identidades provinciales y de sus complejas relaciones con el poder central.
En este prolongado y sinuoso itinerario histórico, los diarios provinciales sostuvieron algunas constantes culturales y políticas que merecen destacarse. Coherentes con su ideario liberal se embanderaron con más o menos entusiasmo, pero de manera inequívoca, con las grandes causas democráticas del siglo.
El reparto de diarios, desde temprano en la calle. Archivo Clarín.
El apoyo de El Litoral, por ejemplo, a la causa de la República española durante la guerra civil o a la causa de los Aliados en la Segunda Guerra Mundial, fue un rasgo distintivo de la gran mayoría de estos diarios, más allá de sus tonos, diferencias o de sus rasgos locales.
En todos los casos, el logro más notable fue el de haberse constituido como la marca registrada de su provincia. Digo bien, un logro, porque ese protagonismo no fue espontáneo sino la consecuencia de una esforzada, talentosa y comprometida labor periodística. Hacer verdad el precepto o la imagen que sostiene que la lectura de los diarios es el rezo del hombre moderno, es un laborioso y “misterioso” acto de creación histórica.
A lo largo de un siglo o más de existencia, estas relaciones con los lectores son un testimonio histórico. ¿Lo serán en el futuro?
Difícil responder a este interrogante, porque bien se sabe que ningún logro periodístico es de una vez y para siempre. Pero, además, en la actual coyuntura las transformaciones tecnológicas y las nuevas modalidades de la comunicación abren serias dudas hacia el futuro, dudas que en el caso que nos ocupa están debidamente matizadas, puesto que la mayoría de estos diarios provinciales se están apresurando para adaptarse a las exigencias de los tiempos, sabiendo de antemano que disponen de “la ventaja” de ser los titulares de una tradición histórica expresada en ese plebiscito diario de los lectores, quienes dicho sea de paso, tampoco son los del pasado, es decir, su relación con la lectura y la noticia no es la misma.
Alguna vez se dijo que a través de las crónicas de un diario puede escribirse la historia de una nación o una provincia. Son de alguna manera los archivos de la vida de todos los días.
Allí está todo, incluso los errores. Allí están las polémicas, los escándalos, las opiniones, los compromisos, incluso las complicidades. Todo.
En un diario hasta las omisiones hablan. Pero en el caso que nos ocupa, está la vida -en el sentido más pleno de la palabra- de una región, de una provincia. En cada uno de esos diarios palpita el rumor de la historia; el archivo de un diario es siempre ese rumor, ese tumulto, esas turbulencias a través de las cuales una nación se constituye.