Domingo a la tarde. Está oscureciendo y hace frío. Luis estaciona el auto a mitad de cuadra y camina hasta la esquina. En la sala de velatorios hay un grupo de hombres parados en la puerta. Fuman y conversan en voz baja. Se acerca y saluda.
-¿Vos acá?, pregunta un tipo que se protege del frío con una bufanda y una gorra.
-¿Y por qué no? -responde.
Los otros hacen silencio. Uno de ellos reparte unos apretones de manos ligeros y se retira. Otro inicia algo parecido a una carcajada, pero ante la mirada de Luis se queda serio.
-Ricardo está en la sala- le dice otro.
-Si, claro, me imagino- responde.
-Luis…–insiste el tipo- tené presente que es la muerte de su madre.
-Por eso estoy acá.
Uno de los tipos mira la hora.
-Yo te aconsejaría que no entres- dice el tipo de la bufanda; robusto, el rostro congestionado.
-Gracias- responde Luis -tono seco y cortante.
-Te repito: no entres.
-¿Vos me vas a impedir que entre?
-Un poco de respeto, por favor.
-No sos vos el que me va a enseñar respeto.
-A lo mejor sí –responde el tipo, pero el flaco que está a su lado lo toma del brazo y trata de apartarlo
-Voy a entrar –dice Luis- el que lo quiera impedir está a tiempo
Se aparta del grupo y entra al edificio. Nadie dice ni hace nada. Dos mujeres pasan a su lado y lo miran. Una lo saluda, un saludo breve, casi un gesto. Un letrero ubicado cerca de la puerta informa que la sala de velatorio está en el primer piso. Sube por la escalera. En la galería hay grupos de mujeres y de hombres que hablan en voz baja. Luis percibe que cuando entra todos lo miran. Se acerca a los ventanales. Los techos de la ciudad, los edificios, más allá el follaje de una plaza y en la línea del horizonte los últimos resplandores del crepúsculo.
-Todas los atardeceres de invierno se parecen- piensa.
-Hola.
-La mujer es joven. Tiene el pelo recogido y viste ropas oscuras. Sonríe. Una sonrisa triste si se quiere, pero sonrisa al fin.
-Hola, Dilma.
-Gracias por venir- dice ella en voz baja.
Un breve encogimiento de hombros como para restarle importancia a la gentileza
-¿Cómo fue? –pregunta, acto seguido.
-Estaba muy viejita, Luis; pero estaba bien. No sé cómo fue; es como que se apagó de golpe.
Luis tiene ganas de fumar, pero sabe que no puede hacerlo. No en la sala.
-No sufrió nada- agrega ella.
Él asiente, como aceptando la explicación.
Otra mujer se acerca a Dilma y le dice algo al oído. Un gesto de impaciencia y la mujer se retira.
-Luis…no lo tomes a mal; pero está Ricardo.
-Si ya sé.
-Te imaginarás el momento.
-Me lo imagino.
-Yo te agradezco que hayas venido.
-Lo sé.
-Hacía mucho que no te veía.
Luis la mira. Le acaricia el pelo. Un movimiento leve, recatado.
-Siempre me cuentan cosas de vos, Luis.
-Lo siento mucho- responde y por primera vez sonríe.
-Luis…yo…
-¿Puedo despedirla a tu mamá?
-Poder, podés, claro, pero vos sabés lo que puede pasar; vos sabés cómo es Ricardo.
-Claro que lo sé; pero yo vine a verla a ella. Tengo derecho, ¿no?
-Ella te quería mucho Luis.
-Sí…me quería; yo también la quería mucho .
– Vuelta a vuelta me preguntaba por vos.
-¿Y qué le decías?
-No sé…nada…qué se yo…que estabas de viaje…que habías pasado tarde, pero ella estaba dormida
-¿No le dijeron la verdad?
-No Luis, …¿para qué le íbamos a decir algo que la iba a poner mal?
-Entiendo…pero Ricardo, ¿no le dijo nada?
-Vos sabés cómo es Ricardo.
-Antes lo sabía…ahora no sé…
-Es el de siempre…no habla, no cuenta nada…
-Si, es cierto, no habla…
-A vos, mamá te quería como un hijo…- repite Dilma .
-Ya lo sé…
-Ella siempre decía que era la madre que vos nunca habías tenido.
Un matrimonio mayor se acerca a Dilma y saluda; un saludo de despedida. Dilma intercambia algunas palabras con ellos y los acompaña hasta la escalera.
-No es la mejor idea que tuviste.
El tipo es flaco y alto.
-Hola, Rubén.
-Te repito, Luis; es el velorio de mamá y está Ricardo…no es el mejor momento para que se encuentren.
-Le dije a Dilma que saludo y me voy.
-Si la respetás a mamá lo mejor que podés hacer es irte ahora: ya te vio Dilma y te vi yo. No es necesario que te vea Ricardo.
Dilma se acerca y lo toma a Luis del brazo.
-Vamos Luis, si querés yo te acompaño.
-No hace falta -responde.
-Te repito, no es la mejor idea que tuviste- insiste Rubén sin levantar la voz.
-Ya te escuché –responde.
-Rubén…-dice Dilma- pasaron más de diez años.
-De aquella tarde él no se olvidó- completa Rubén.
-Yo tampoco- agrega, Luis.
-Quién iba a decirlo…eran como hermanos- observa Dilma.
-Hasta que pasó lo que pasó.
-Si…hasta que pasó lo que pasó.
Luis saluda a un señor que acaba de llegar. Desde la sala donde la están velando a doña Berta llegan algunos sollozos. Un mozo pasa ofreciendo café. Luis toma un pocillo de la bandeja y el mozo sirve el café con una jarra.
-¿De ella sabés algo? -pregunta Dilma
-¿De quién?
-De ella, Luis, ¿de quién va a ser?
-No, no sé nada.
-Ricardo tampoco sabe nada.
Luis toma un trago corto de café y apoya el pocillo en una mesita.
-Voy a pasar –dice.
-¿Voy con vos? Pregunta Dilma
-No, no hace falta.
-Tengo miedo…prometeme que te vas portar bien.
-Te lo prometo.
-Vos sabés que yo también te quiero.
-Claro que lo sé.
-Si te habla, si te dice algo, no le contestés…
-Quédate tranquila; no voy a decir nada…hace rato que decidí no decir nada.
Luis ahora camina por la galería y entra al cuarto donde están velando a doña Berta. El sarcófago está en medio de la sala. Un enorme crucifijo en la pared. Un grupo de mujeres en un costado del salón rezan. Otras están sentadas en sillas ubicadas contra la pared. Un tipo alto, de saco y corbata, ojos grises y pelo canoso se acerca.
-¿Qué hacés acá?
Un tono seco, amenazante. Luis lo mira pero no contesta. Las mujeres han dejado de rezar. Los dos hombres están parados frente a frente.
-¿Qué hacés acá? -repite Ricardo y levanta un poco la voz.
Luis parece que va a responder, pero a último momento prefiere hacer silencio. Se aparta de Ricardo, se dirige al sarcófago, se para al lado de la cabecera, se inclina y le da un beso en la frente a doña Berta. Hace la señal de la cruz. Un gesto lento, como si cumpliera una ceremonia.
-Ricardo, por favor.
Dilma se acerca a su hermano y lo abraza.
-Ricardo, por favor…por mamá te lo pido…
-Tranquila Dilma, no pasa nada- y saca un pañuelo del bolsillo para secarle las lágrimas.
-No pasa nada hermanita, no pasa nada.