Fidel y el Che, cita en la eternidad

(Isla caribeña. Palmeras, arena y el mar. Un hombre anciano vestido con jogging camina por la playa. A su alrededor pasean hombres y mujeres que no parecen prestar atención a su presencia. El anciano se acerca a unas palmeras donde un señor joven de barba está sentado en el suelo leyendo un libro)

—Señor, disculpe la molestia…¡Ernesto…Che…¿qué haces acá chico?!

—Esperándote Fidel, esperándote, sabía que ibas a llegar…

—¿Te enteraste de lo que me pasó?

—Si Fidel, acá nos enteramos de todo…

—Se te ve muy bien, como si no hubieran pasado los años.

—Tengo exactamente 39 años Fidel, ni uno más ni uno menos.

—Chico… ¿no te molesta que te diga “chico” verdad? Es que te veo tan joven…

—No, Fidel, no me molesta

—Te decía que siempre has sido coqueto, pero ¿39 años…? Si yo tengo 90 y tú eras apenas dos años más joven que yo.

—Es que en esta isla nos quedamos con la edad con la que abandonamos el mundo; yo tendré siempre 39 y vos tendrás para siempre 90… pero no importa… en este lugar los años no importan…

—¿Cómo que no importan?

—Porque acá el tiempo no existe

—Chico, ese disparate que estás diciendo me lo vas a tener que explicar…

—No va a hacer falta; acá tampoco las explicaciones son necesarias…

—Hablar siempre es necesario Ernesto… recuerda que yo siempre he sido un hombre de discursos.

—Me consta.

—Y lo voy a seguir haciendo (Mira la playa y a la gente que camina).

—Nadie te va a impedir que lo hagas; no sé si te van a escuchar…

—Que te apuesto a que sí.

—Difícil, Fidel, difícil, pero probá hacerlo… tomate tu tiempo… acá es lo que sobra o, mejor dicho lo que falta, porque estamos fuera del tiempo.

—Que no te entiendo…

—No importa; ya me vas a entender.

—Explícame dónde estamos Ernesto; es bonita la isla pero ¿cómo se llama?

—No tiene nombre Fidel; le decimos la isla… es única, no hay otra…

—¿Cómo que no hay otra?

—Como escuchaste, es exclusiva…

—Es raro… no veo barcos, no veo lanchas…

—No hay barcos, no hay lanchas; de acá nadie sale… a vos no te voy a explicar de islas de las que nadie puede salir…

—¿Y esa gente? Esa gente que camina… ¿de dónde es?

—Vienen del mismo lugar de donde venís vos.

—Les veo caras conocidas

—Los conocés a todos Fidel…

—Chico, lo dices con un tono… que es como para ponerse nervioso…

—Acá nadie se pone nervioso.

—¿Y se puede saber por qué están tan tranquilos?

—No sé si están tranquilos, lo que sé es que están muertos…

—¿Muertos?

—Sí, están muertos; como estamos muertos vos y yo…

—¿Y eso es para alegrarse o entristecerse?

—Da lo mismo…

—Como si estuviéramos en la eternidad.

—Algo así; nos vamos a pasar conversando, vos y yo, toda la eternidad.

—¿Cómo es eso…?

—Como lo escuchaste… Vos y yo vamos a estar juntos hasta el fin de los tiempos.

—Siempre has sido un exagerado chico, siempre… yo no tengo problemas en conversar contigo, pero no exageres… mira toda la gente que camina a nuestro alrededor…

—Nadie habla Fidel, nadie habla… pasan a nuestro lado pero no nos hablan y tampoco nos escuchan…

—Como si fueran sombras

—Son sombras…

—Mira Ernesto. Ese que va allí es Camilo… Camilo… Camilo…

—No te va a contestar, no pierdas el tiempo…

—Con lo que me gustaría hablar con él…

—Alguna culpa tal vez…

—Qué dices Ernesto… qué culpa voy a tener; es uno de los grandes héroes de la revolución; yo decidí que así fuera… su cara es la cara de la revolución…

—Como la mía…

—Claro, como la tuya… pero, Ernesto… ¿no estarás sugiriendo que yo lo mandé a matar?… ¿no vas a creer en los embustes de la gusanería de Miami…?

—Lo que yo crea o no en esta isla no importa… admitime que de todos modos ese accidente de avión fue raro…

—Fue un accidente Ernesto… a vos te consta que investigamos….

—Sí claro, investigaste…

—Ernesto, hace casi cincuenta años que no nos vemos; no nos vamos a pelear ahora…

—Acá no hay manera de pelearse…

—Déjate de babosadas entonces y vamos a tomarnos un ron, a comernos unos frijolitos…

—Acá no se toma y no se come…

—¿Y quién es el que decide eso?

—Nadie; acá nadie decide nada, pero no hay ron, no hay frijoles, no hay agua…

—Cómo que no hay agua; allí la veo… el mar…

—No hay manera de llegar hasta allí; el mar está pero no existe; tampoco hay noche, siempre está el sol en la mitad del cielo, si es que eso que brilla allá arriba se llama sol… ah… me olvidaba… el sueño tampoco existe… nadie duerme…

—Veo que por lo menos hay libros, estás leyendo a Jack London…

—Las páginas del libro están en blanco Fidel…

—Que tú te estás divirtiendo conmigo.

—Ojalá me estuviera divirtiendo… estamos condenados a estar despiertos Fidel… despiertos y juntos… nunca más cerraremos los ojos…

—Lo dices como si fuera una condena.

No hay condena Fidel; aquí nadie condena y nadie perdona.

—¿Y Dios para qué coño está entonces?

—Sabés una cosa Fidel, Dios no existe y el Diablo tampoco… estamos solos Fidel…

—Y toda esta gente, esas mujeres, esos hombres, esos chicos, ¿de dónde salieron?

—Quieres que te lo diga, pensaba que debías darte cuenta…

—Dímelo.

—Son las personas que ordenaste matar Fidel, por eso está Camilo….

—Que te digo que Camilo…

—A mí no me tenés que explicar nada… si Camilo está acá es por algo… prestá atención… muchos tienen la camisa manchada, como son manchas viejas no se distinguen, pero son manchas de sangre, de la sangre que derramaron cuando ordenaste fusilarlos.

—Epa chico… no te pases de la raya, que tú te has dado tus gustos también… ¿o ahora resulta que acá el único que mandaba a fusilar era yo…?

—Es verdad…

—Allí distingo dos maricas que tú ordenaste llenarlos de plomo… no vas a decir ahora que cumplías órdenes porque no podías disimular el gusto que te dabas.

—Los putos, como decimos los argentinos, siempre me dieron asco…

—Yo pienso lo mismo que tú, pero las cosas han ido cambiando y yo mismo tuve que decir que la revolución con ellos se había equivocado.

—La revolución… no vos

—Claro, por supuesto… yo es muy raro que me equivoque…

—Ya me di cuenta…

—Ernesto, que te conozco, esa sonrisita de porteño canchero no va conmigo…

—Perdona Fidel, pero estábamos en que yo también me di el gusto de mandar a matar a unos cuantos…

—Y eso que decías que el revolucionario debía estar guiado por sentimientos de amor…

—También dije que debíamos ser una máquina de matar.

—Y lo fuimos, Ernesto, lo fuimos…

—Reconoceme que hubo algunos muertos que tal vez no se merecían ese destino…

—Si no eran imperialistas, eran traidores, Ernesto. A tí no te lo voy a explicar: en una guerra, la vacilación es una traición

—Y vos te la arreglaste para vivir en guerra permanente…

—Es que los imperialistas no nos dejaron otra alternativa… nos bloquearon, alentaban atentados terroristas, querían matarme porque sabían que si me mataban a mí mataban la revolución.

—Fidel… te lo repito… que estamos en la eternidad, no en la Plaza de la Revolución.

—¿Tú te arrepientes de lo que hicimos?

—Cuántas veces te voy a explicar que acá no tiene ninguna importancia arrepentirse… Mirá ese flaco alto que acaba de pasar es Arnaldo Ochoa…

—Pobre Arnaldo…

—Pobre Arnaldo, pobre Arnaldo… lo mandaste a matar como a un perro y era tu amigo…

—La revolución no tiene amigos… tú lo sabes muy bien…

—Sí claro… yo también era tu amigo…

—Y lo has sido siempre.

—No todos piensan lo mismo…

—A mí me importa una mierda lo que piensan todos; me importa lo que piensas tú Ernesto…

—No estamos acá para pensar, Fidel…

—Yo te defendí siempre… te apoyé en todas partes…

—Sí claro….

—Pero qué… ¿es que no vas a creer lo que dicen los gusanos, que yo te mandaba afuera para sacarte de encima…?

—…

—Ernesto… me cago en la mierda… te apoyamos siempre…

—Y cuando leíste la carta que te había dejado, ¿también lo hiciste para apoyarme?

—Chico, fue en tu honor.

—Claro, pero de paso te asegurabas que yo ya no podría volver nunca más a Cuba…

—Lo que piensas es algo retorcido… yo también podría pensar que cuando te entregaste y dijiste “Soy el Che, valgo más vivo que muerto”, te estabas convirtiendo en un chivato…

—Fidel… ésas son palabras… en realidad, lo cierto es que para vos la cosa fue al revés.

—¿Cómo es eso?

—Sencillo: para la revolución cubana, es decir, para vos, yo valía más muerto que vivo y por eso me quedé en medio de la selva sin radio y sin contactos en La Paz…

—La eternidad te ha puesto retorcido…

—No te preocupes Fidel… te lo juro no estoy disconforme con mi destino; no sé si vos podrás decir lo mismo…

—Yo estoy orgulloso de lo que hemos hecho; le dimos a Cuba y a la humanidad una lección de patriotismo; le enseñamos la dignidad de luchar contra el imperialismo…

—Ya te dije Fidel que acá a los discursos nadie los escucha, así que baja el tonito que no estamos en Cuba… dicho sea de paso… me dijeron que fueron multitudes a despedirte…

—Sí, el pueblo cubano es agradecido…

—A lo mejor es obediente…

—Pero que estás pesimista chico…

—No Fidel, ni pesimista ni optimista; en esta isla la única facultad que nos autorizan es a estar con los ojos abiertos…

—No es por nada Ernesto, pero el estadista, el conductor fui yo…

—Pero el héroe fui yo, la gloria se quedó conmigo….

—Tu sin mi respaldo no habrías sido nadie…

—Como quieras, pero para el mundo yo seré siempre el joven guerrillero valiente, rebelde, insolente y joven, joven y, con modestia, buen mozo; en cambio al comandante que bajó conmigo de Sierra Maestra lo sucedió este viejito vestido con jogging…

—Chico… que me estás faltando el respeto…

—Sinceramente Fidel te deberías haber muerto mucho antes; esta epopeya tenía sentido si moríamos jóvenes; yo cumplí pero vos preferiste vivir noventa años.

—…

—Caminemos Fidel, caminemos, tenemos la eternidad por delante; quién sabe si en algún momento el héroe resultas tú y yo quedo en el lugar de los canallas…

—Esa situación no me desagradaría…

—A mí ni me va ni me viene… da lo mismo… lo que estamos hablando para los únicos que tiene importancia es para nosotros… es decir, para nadie…

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