El cura Ramón pelea

El padre Ramón entra al bar, saluda a uno de los mozos, le sonríe a unas señoras reunidas y finalmente se acerca a la mesa nuestra. El que lo “abaraja” de entrada es José:

—Siéntese cura y pídase algo de tomar, porque tenemos que hacerle unas cuantas preguntitas.

Lo dice en un tono amable pero firme. El cura se la ve venir, pero no deja de sonreír mostrando esos dientes grandes y blancos que contrastan con su piel trigueña y sus ropas oscuras.

—El pastor siempre está dispuesto a escuchar a sus ovejas -responde, mientras le hace señas a Quito para que le sirva su habitual café.

—Esta vez estamos hechos unos leones -exclama Marcial- leones con hambre… hambre de explicaciones, de respuestas…

—Los cristianos sabemos mucho de leones -exclama el cura- los respetamos, pero nunca les tuvimos miedo.

—Fuera de joda, cura -digo- ¿no tiene nada que decir respecto del escándalo de los niños y jóvenes violados por curas pedófilos?

—Decir ya hemos dicho y vamos a seguir diciendo, pero creo que además hay que hacer…

—¿Hacer qué?

—Todo lo que sea necesario.

—Me suena muy general…

—Nuestra obligación es hacerlo concreto.

—Me parece que el Papa no piensa lo mismo que usted.

—No sé de dónde vos conocés tanto el pensamiento del Papa.

—Leo sus declaraciones -respondo.

—Vos y los que leen como vos conocen la mitad de lo que dice el Papa, y ese poco que conocen lo conocen a través de partes de prensa que acomodan como más les gusta.

—¿Acaso no es cierto que recomendó un psiquiatra para los niños?

—No, no fue así. Mencionó muy al pasar la posibilidad de la consulta a un psiquiatra, pero todas sus palabras estuvieron orientadas a entender, explicar, escuchar y sobre todo, ayudar…

—No se vaya por las ramas cura… para ustedes la homosexualidad siguen siendo una enfermedad y los homosexuales unos enfermos y pecadores…

—No me corrás con eso…

—Yo no lo corro, pero usted hágase cargo de la institución en la que está…

—Vos no tenés la menor idea de lo que me hago y no me hago cargo… pero si me buscás la boca te lo digo… la homosexualidad es un desarreglo… y tenemos nuestras razones para considerarlo así… la Iglesia a lo largo de la historia propuso un conjunto de reglas estrictas para asegurar la convivencia de la sociedad… y a esto lo hizo en un tiempo que no había tribunales, no había jueces y los únicos tribunales y jueces eran los eclesiásticos…

—¿Adónde quiere llegar?

—Que no fue arbitrario y caprichoso alentar la relación de pareja entre hombre y mujer… mal no le fue a la humanidad con esa disposición… los hombres y las mujeres se quisieron, se enamoraron, organizaron las familias y, sobre todo, tuvieron hijos o, como diría un economista, se aseguró la reproducción de la sociedad, se combinó el amor con la necesidad…

—Todo muy lindo -dice José- pero los homosexuales existieron y existirán y ustedes se dedican a mirar para otro lado…

—Y yo diría algo más -observa Marcial- diría que Dios la castigó a la santa madre Iglesia… tanto perseguir homosexuales y ahora descubren que a los homosexuales los tienen adentro…

—Yo no vine acá para pasarme toda la mañana atajando penales -responde el cura- pero tampoco me voy a ir al mazo… en principio, defiendo la pareja heterosexual porque creo sinceramente que es la normal…

—¿Y los homosexuales son anormales…?

—Hay un límite allí que yo te planteo con toda sinceridad -dice el cura- el amor entre un hombre y una mujer es capaz de dar un hijo; no toda relación de pareja tiene hijos ni toda relación sexual da hijos, pero admitamos que en términos ideales ese amor entre un hombre y una mujer da hijos, algo que la relación homosexual no puede realizar…

—Y por eso hay que condenarlos…

—Yo no los condeno- ataja el cura- pero describo una diferencia entre el amor homosexual y el amor heterosexual… una diferencia que hace que la mayoría de los padres prefieran que sus hijos sean heterosexuales…

—Eso no es cierto -digo- yo a mi hijo o a mi hija los quiero más allá de sus opciones sexuales…

—Puede ser, y además me consta que así es en muchos casos… pero convengan conmigo que, aceptando las opciones sexuales de sus hijos, en el fondo del corazón preferirían que sean heterosexuales… ya sé que los van a querer en todas las circunstancias, pero admitan que si son heterosexuales es mejor.

—¿Mejor en qué sentido…?

—En todo… o en muchas cosas… como me decía un amigo… a los rigores de la vida de todos los días se suman en estos casos los rigores de la marginalidad, la burla, la discriminación…

—Todos atributos que ustedes han contribuido a desarrollar… a alentar.

—Como te guste -dice el cura- te puedo admitir que la Iglesia hoy está sometida a grandes desafíos… pero siempre lo estuvo, desde hace dos mil años la Iglesia afronta desafíos, para eso nació… y admitan conmigo que después de dos mil años tan mal no nos ha ido…

—¿Y usted, cura, es de los que creen que los curas violadores son pecadores pero no delincuentes?

—Son las dos cosas; son pecadores y delincuentes, pecadores para Dios y delincuentes para las leyes…

—No todos los curas piensan lo mismo…

—Los curas que conozco piensan lo mismo que yo…

—Pero convenga conmigo cura -dice Marcial- que en estos temas de la vida y el sexo, son algo anacrónicos…

—No somos anacrónicos, somos cuidadosos… alguien tiene que serlo…

—Tan cuidadosos que se oponen al divorcio, por ejemplo…

—Diste un buen ejemplo… la Iglesia apostó a la familia porque consideró que es la institución más recomendable para convivir en la historia.

—¿Y el divorcio…?

—Aunque no lo creas, la oposición al divorcio es un mandato destinado a proteger a las mujeres en un tiempo en que eran descalificadas, marginadas, maltratadas…

—No me convence cura -digo- ustedes con las mujeres no han sido muy generosos que digamos…

—Las mujeres para la Iglesia han sido decisivas. Cuando Jesús empezó a pasarla mal, las únicas que no lo abandonaron fueron las mujeres… después está la historia, la historia de la humanidad que avanza con sus tropiezos… la Iglesia es también pecadora, la Iglesia no fue ajena a esos errores y a esos prejuicios…

—En definitiva -dice José- es una institución con todos los problemas terrenales de una institución…

—Puede ser -admite el cura- pero yo no estoy en la Iglesia porque es una institución.

—¿Y se puede saber por qué está?

—Por muchas cosas, pero entre otras porque es la casa de Dios, porque yo íntimamente sé que allí sopla el Espíritu Santo, porque es mi casa…

—Una casa que lo obliga a ser soltero…

—Es verdad; pero a eso yo lo supe de entrada y lo acepté, y a ese voto trato de cumplirlo de la mejor manera posible…

—¿Usted está de acuerdo con el celibato?

—Lo acepto… que ya es bastante… además, lo acepto porque para el tipo de vida que yo llevo me resultaría imposible vivir en familia…

—Su argumento más que el de un cura parece el de un viejo calavera que no se casa porque le gusta la noche y las mujeres…

—Y a mi me gusta la noche, la mañana y la vida… y aunque ustedes no lo entiendan, mantengo con Dios una relación especial…

—¿Y usted no cree que el celibato es la manifestación de un prejuicio contra la sexualidad, prejuicio que ahora le estalla en las manos con esta “ola” de curas homosexuales y pedófilos…?

—En las iglesias protestantes y en otras religiones también hay problemas sexuales y no son célibes…

—Pero ustedes sí lo son… y están en problemas por eso…

—Hay problemas, pero la Iglesia no toma decisiones de la mañana a la noche; tampoco contrata a una consultora para saber como está el humor de la sociedad… y a las tradiciones que ustedes subestiman tanto nosotros en general las defendemos, y no para defender privilegios sino porque tenemos la certeza de que esas tradiciones algún fundamento tienen y en más de un caso son las fortalezas que se levantan en un mundo lanzado al consumo, la disipación…

—La vida, cura, la vida…

—Sí, puede ser también, la vida, y que venga con toda su vitalidad y sus excesos, pero nunca está de más quien advierta o ponga límites… la civilización se levanta sobre un hilo muy delicado para tomarla a la ligera.

—No comparto -digo.

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