—¡Qué tragedia lo de De la Sota!… -exclama José.
—Comparto con vos -digo-, una tragedia, pero, además, su muerte es una pérdida para todos… y en particular para la democracia.
—¿No te parece que estás exagerando? -dice Marcial- yo no me alegro por la muerte de nadie, De la Sota incluido, pero no creo que su muerte sea una pérdida para todos los argentinos; será, en el mejor de los casos, una pérdida para los peronistas y, atendiendo sus feroces luchas internas, no estoy seguro de que sea para todos los peronistas.
—Yo sentí mucho su muerte -dice el cura Ramón- además lo conocía…
—Mirá de lo que nos venimos a enterar -exclama Marcial.
—Sí, lo conocía… de Córdoba por supuesto. Y no se olviden que este muchacho estudió con los jesuitas y fue alumno de algunos amigos míos.
—¿Y cuando lo conoció?
—Cuando fue al pueblo de mis padres, creo que en una campaña electoral. Yo estaba allí descansando y me lo presentó un primo mío. Creo que nos caímos bien de entrada. Era un tipo inteligente, un tipo que sabía escuchar… y sabía convencer. Hablamos mucho esa tarde y nos reímos mucho, porque era un tipo con un excelente sentido del humor.
—¿Era un católico practicante? -pregunto.
—Me parece que no. Te diría que no. Pero era cristiano y respetaba a la iglesia y la respetaba no sólo por cálculo político. Si De la Sota no hubiera sido peronista habría sido Demócrata Cristiano… es más, creo que en esa campaña electoral cuando visitó a mi pueblo, por razones jurídicas o de refriegas políticas, él era candidato con la estructura de la vieja Democracia Cristiana cordobesa.
—A mí no me caía mal -insisto- era un peronista abierto, un peronista que sabía dialogar, un peronista que reconocía a otros adversarios y sobre todo un peronista abierto a los cambios, abierto al mundo… una lástima, realmente.
—Yo no pienso lo mismo -dice Marcial- pero comparto con ustedes que fue un peronista diferente… es más… habiendo tantos hijos de mala madre, no deja de ser una fatalidad que los dioses lo hayan elegido a él como víctima.
—Me sorprenden las coincidencias -digo- se mató a la misma edad que su padre en un accidente de auto parecido y en la misma ruta. No terminan allí las casualidades. Perdió tres elecciones, fue tres veces gobernador, se casó con tres mujeres y tuvo tres hijas.
—Una hija murió a los cinco años… una tragedia…
—Una tragedia que lo golpeó con una dureza increíble -dice José.
—Y sin embargo no fue un resentido o un rencoroso o un amargado; cargó con su cruz, sufrió, pero el sufrimiento le otorgó una singular humanidad -dice el cura Ramón.
—Según parece -dice José- el hombre tenía ambiciones presidenciales; es más, estaba conversando con Máximo y Cristina…
—Sí, conversaba -digo- pero siempre dejó claro que Cristina no debía ser candidata; que el kirchnerismo debía estar adentro del peronismo en cualquier estrategia electoral pero sin Ella.
—Además -dice Marcial- no nos olvidemos que cuando De la Sota fue gobernador, la Señora le negó el pan y el agua y él nunca dejó pasar la oportunidad de criticarla con todas las palabras del diccionario.
—Vos sabés muy bien -dice José- que cuando los peronistas nos peleamos…
—… es porque se están reproduciendo -completo- ya conocemos al aforismo.
—Que posee una verdad relativa -aclara Marcial- porque en los tiempos de Isabel y López Rega cuando se peleaban no se reproducían, se mataban.
—Yo lo que digo -amplío- es que De la Sota dispuso de una exclusiva virtud, una virtud que lo diferenció de los peronistas habituales de su tiempo.
—¿Y se puede saber cuál es esa excelsa virtud? -pregunta Marcial con sonrisa sobradora.
—De la Sota se inició en la política y en el peronismo perdiendo; perdió un montón de elecciones, las perdió con los radicales en Córdoba y las perdió con Menem en el orden nacional.
—¿Y por qué la virtud? -pregunta José algo amoscado.
—Por eso… -respondo- porque se educó en la derrota, algo inusual en el folclore peronista que se piensa a sí mismo como mayoría absoluta por gracia de Dios o gracia del líder. De la Sota, por el contrario, se forja en la derrota, en un aprendizaje duro que le enseña que el peronismo tendrá las virtudes que quiera pero no es mayoría absoluta por decreto y que fuera del peronismo hay partidos políticos que también son populares y que ganan elecciones… esa pedagogía de la derrota le otorga a De la Sota una inesperada virtud: la de saber perder, de ser un buen perdedor; virtud que no se olvida incluso cuando cambia la taba y llegan las horas de la victoria.
—Y qué te parece -exclama José- fue tres veces gobernador y el peronismo en Córdoba gobierna desde 1999.
—Ya se les va a cortar -apunta Marcial- quedate tranquilo.
—Como se presentan las cosas -responde José- no sólo vamos a seguir gobernando en Córdoba, sino que vamos a gobernar en todo el país.
—A mí no es eso lo que me preocupa -dice el cura Ramón.
—¿Y qué es lo que lo preocupa?
—Me preocupa cómo anda la Nación, me preocupa que vivimos un tiempo de decadencia y esto con independencia de quien gobierne o de quien mande.
—Una decadencia que alcanza a su iglesia -digo.
—Puede ser, puede ser -admite el cura- la Iglesia está en el mundo y no es ajena a sus padecimientos y sus faltas…
—Pero usted cuando habla de decadencia se refería a otras cosas -dice Marcial.
—A varias cosas -admite-, todo se parece a una sombra o a una caricatura de aquello que en un tiempo fueron valores trascendentes… ¿cómo decirlo? La liviandad del lenguaje… un presidente que dice, sin que nadie se lo reclame, que lo peor ya pasó cuando lo peor aún no había llegado; dirigentes sindicales que programan planes de lucha que de planes tienen poco y de lucha, nada; estudiantes que toman las facultades invocando una épica que no es más que una vulgar y desafinada parodia de lo que en otros tiempos fueron jalones de las resistencias de los jóvenes a los atropellos de militares y poderosos; un dirigente villero de clase media que además dice estar amparado por el Papa se hace detener para dramatizar un martirologio que no es tal… da mucha pena todo esto… mucha pena…
—¿No hay lugar para la esperanza?
—Siempre hay lugar para la esperanza -responde el cura- pero la esperanza no cae del cielo, es una exigencia, una conquista, un esfuerzo… valores que me parece que no están muy de moda que digamos.
—Para mí, la esperanza -digo- se hace realidad cuando miro a políticos malandras, empresarios corruptos, funcionarios venales en las tapas de los diarios con las manos esposadas, subiendo a los patrulleros policiales o marchando a las cárceles… esto hubiera sido impensable en otros tiempos.
—No comparto -concluye José.