El cura Ramón pide un café doble y una aspirina. Los muchachos de la mesa lo miran con asombro.
—¿Qué le pasa cura? -pregunta José- ¿Tuvo una mala noche?
—Más o menos -responde el cura.
—No me diga que los curas salen de copetines y trasnochan -exclama Marcial.
—Podríamos hacerlo -responde el cura-, nadie nos prohíbe tomar una copa y nadie nos obliga a acostarnos a una hora determinada.
—Convengamos que de todos modos un cura tiene algunos límites.
—Nuestros límites no son diferentes a los de cualquier persona de bien… pero dejemos de hablar por hablar… Anoche cumplió años un muchacho del barrio y lo celebramos en la parroquia.
—Estuvieron de fiesta.
—Depende de lo que entiendas por fiesta; hubo un buen guiso carrero acompañado de unos vinos y unas cervezas.
—De allí su dolor de cabeza.
—Puede ser…
—Lo que pasa, cura, es que el vino barato da dolor de cabeza.
—También puede ser, pero lo seguro es que no nos da el cuero para celebrar un cumpleaños con vino caro y asado de ternera.
—Mala suerte.
—Más o menos… la pasamos bien; la alegría no se mide por los gastos de la reunión…
—Pero los dolores de cabeza marcan una diferencia -dice Marcial.
—Puede ser, pero a esa diferencia estoy dispuesto a pagarla, muchachos… y no con plata… yo la paso muy bien con mis amigos en la parroquia, conversamos, discutimos, nos reímos, nos preocupamos por las cosas que nos pasan… ya se los dije una vez: una de las grandes satisfacciones de mi vida es celebrar misa… la otra, reunirme con mis feligreses a conversar acompañados de un vino, un pedazo de carne asada o un guiso carrero…
—Me imagino -le digo-, allí tiene la oportunidad de seguir predicando.
—En eso te equivocás… Hablo como hablan todos y discuto como discuten todos, pero a mí me encanta escuchar, escucharlos contar las cosas que le pasan, sus problemas, sus alegrías. Hubo una época en que anotaba en un cuaderno las historias que oía; eran historias sencillas de hombres sencillos, pero grandes historias, experiencias de vida intensas…
—O sea que, además de esta mesa de café, usted dispone de esa mesa de cenadores con sus amigos de la parroquia…
—Así es…
—No la pasa mal, cura.
—Eso depende de cómo se mire… pero no me vas a correr con esa chicanita… mis pequeñas satisfacciones en la vida no joden a nadie…
—No se lo tome a pecho cura -dice Marcial- fue un chiste.
—Conozco los cuernos de los bueyes de esta tropilla con la que tengo que lidiar…
-Los que la estamos pasando mal en serio -dice José- somos los argentinos…
—Claro, claro -exclama Marcial-, como que cuando gobernaba “La que te dije” la pasábamos bárbaro.
—Mejor que ahora la pasábamos -responde José.
—No le falta razón a José -digo-, lo que pasa es que ese muy relativo “pasarla mejor” tenía que ver con la irrealidad de tarifas regaladas de hecho y servicios en general regalados…
—Ustedes los gorilas son siempre iguales -responde José-, joder a los pobres, cagarlos de hambre para ustedes se llama racionalidad, pero favorecer a los pobres es derroche, fiesta, joda… no cambian más.
—Yo tenía entendido -contesta Marcial- que los que no cambian más son los peronistas… por ejemplo… esa capacidad inhumana que poseen para que no les entren las balas… tienen una jefa que es una delincuente, una ladrona serial, pero a los compañeros no se les mueve el pelo… en los noventa nos instalaron otro ladrón venido de La Rioja… y tampoco se les movió un pelo.
—Tal vez el problema de los argentinos -dice el cura Ramón- es que en esta Argentina nadie está dispuesto a cambiar… pasan los años, el mundo cambia pero nosotros desde hace por lo menos más de setenta años seguimos discutiendo lo mismo.
—Capaz que estemos en la eternidad -digo en broma- y no nos dimos cuenta.
—¿Usted qué opina cura? -dice José.
—La eternidad nos espera… no estamos allí, pero vamos allí.
—¿Habla en serio? -pregunta Marcial.
—¿Vos suponés que a un tema como éste lo puedo tomar en joda?
—Me imagino que no.
—La eternidad es el gran tema muchachos… es el gran tema de la vida.
—Siempre y cuando crea en ella -digo-, ¿usted, por ejemplo, está seguro de que la eternidad existe?
—Soy un hombre de fe, por lo tanto la pregunta que me hacés es innecesaria.
—Pero me responde como el hincha de fútbol que dice: lo mío es un sentimiento…
—Con la diferencia de que para mí la fe no es un sentimiento, es un acto racional. Mi fe no viene de las entrañas, viene de mi inteligencia, de mi capacidad para interrogarme, para ir a fondo con las grandes preguntas de la vida.
—Conozco creyentes que están más cerca de la superstición que de esa fe racional de la que usted nos habla.
—Hay de todo en la viña del Señor, pero más allá de las diversidades, lo que digo es que nada nos hace más humanos que la fe -explica el cura Ramón.
—Yo no comparto, cura, su punto de vista -dice Marcial-, la fe es el consuelo de algunos hombres, una respuesta a su inseguridad, a sus miedos, pero es una respuesta irracional… Dios no nos crea, nosotros inventamos a Dios para alejar los temores.
—¿Nunca te preguntaste -dice el cura- por qué en este mundo el hombre es el único que se interroga sobre su existencia?
—Sin ir más lejos -dice José-, somos los únicos en este valle de lágrimas que sabemos que vamos a morir… pero ése es un dato del que no se deduce la existencia de Dios.
—Por el contrario, yo creo que es un dato decisivo -responde el cura Ramón-. ¡Somos conscientes de nuestra muerte…! En su tiempo, los existencialistas franceses… Sartre, Camus… le otorgaban a ese dato una dimensión especial… la causa de nuestra angustia, de muestra náusea… del absurdo de la vida.
—¿Y no es así acaso? -pregunto- saber que vamos a morir, que estamos condenados a muerte, no es un motivo para alegrarse…
—Si con la muerte termina todo -dice el cura-, es muy probable que sea un motivo de angustia… pero yo creo que la muerte no es el fin…
—Usted lo dice… lo cree… pero no lo puede demostrar…
—No lo puedo demostrar científicamente, como tantísimas cosas de la vida y del universo que no se pueden demostrar científicamente, pero que no se pueda demostrar “científicamente” no quiere decir que no existan… Durante siglos la humanidad desconoció el átomo, pero el átomo existió siempre… A esa “ignorancia” yo la llamo fe, una “ignorancia” que incluye la certeza de saber que a lo más importante del universo aún no lo hemos descubierto con los métodos racionales que hemos sido capaces de inventar en estos siglos.
—Supongamos que lo que diga sea cierto -reflexiono-, en esa eternidad ¿están el Paraíso y el Infierno?
—Yo prefiero hablar de la eternidad y del amor de Dios…
—Pero, según el Papa, el Infierno y el diablo existen.
—Existe el mal, claro que existe, basta con mirar alrededor nuestro…
—“Allá en el horno nos vamos a encontrar” dijo Discépolo.
—Ese “horno” es la ausencia de esperanza, la ausencia de Dios…
—A mí me gustaría tener la fe suya, cura -dice Marcial-, pero qué quiere que le diga… no me nace…
—Interrogarte sobre este tema ya es un excelente punto de partida… Yo no voy a cometer el error o la torpeza de decir que vos sos una persona de fe que no se da cuenta de su fe, porque sería una manera de faltarte el respeto… pero estoy convencido de que si Dios nos dio el don de saber que vamos a morir, un don exclusivo, es porque de alguna manera nos está permitiendo interrogarnos acerca de la eternidad… Una certeza: la muerte; un interrogante: la eternidad…
—Para Macri todo es mucho más sencillo si se quiere -digo-. Una certeza: estamos mal; un interrogante: ¿vamos a seguir mal?
—Vos sos muy generoso -dice José-, porque para mí todo es más claro: estamos mal y vamos a seguir mal…
—No comparto -concluye Marcial.