Borges y los dos poemas ingleses

Dos dudas desvelan a biógrafos, traductores y curiosos de Jorge Luis Borges: ¿Por qué escribió estos poemas en inglés y quién fue exactamente la mujer a la que se los dedicó? En todos los casos, las dudas no afectan la calidad de los poemas a quienes sospecho que les debe importar poco si la musa inspiradora existió o por qué insondables motivos su autor se empecinó en escribirlos en inglés, un idioma, dicho sea de paso, Borges dominaba a la perfección al punto que podía darse el lujo de sostener experimentos vanguardistas. 
La traducción de estos poemas pertenecen a Eduardo Sánchez Gouto, una aclaración prudente ya que hay diversos traducciones y ásperos debates acerca de su calidad.  
 
 
 
 
I
La inútil alba me halla en una esquina desierta; he sobrevivido a la noche.

Las noches son orgullosas olas: olas de un azul oscuro cargadas de todas las tonalidades de profundos despojos, cargadas de cosas improbables y deseables.

Las noches tienen la costumbre de los misteriosos dones y negativas, de cosas medio dadas, medio retenidas, de alegrías con un hemisferio oscuro. Las noches suelen actuar así, te digo.

El ansia, en aquella noche, me dejó con los consabidos jirones y despojos: algunos odiados amigos con quienes conversar, música para los sueños, y el humear de amargas cenizas. Cosas que no le sirven a mi hambriento corazón.

La gran ola te trajo.

Palabras, toda clase de palabras, tu risa; y vos, tan lánguida e incesantemente bella. Hablamos, y te olvidaste de las palabras.

El alba desgarradora me encuentra en una calle desierta de mi ciudad.

Tu perfil dándome la espalda, los sonidos que se unen para hacer tu nombre, la cadencia de tu risa: son ilustres juguetes que me dejaste.

Los dejo en el alba, los pierdo, los encuentro; los muestro a los pocos perros vagabundos y las pocas estrellas vagabundas del alba.

Tu oscura y rica vida…

Debo alcanzarte, de algún modo; dejé esos ilustres juguetes que me dejaste. Quiero tu mirada escondida, tu sonrisa verdadera: esa sonrisa burlona y solitaria que tu frío espejo conoce.

 
 
 
II
¿Con qué te puedo retener?
Te ofrezco calles estrechas, ocasos desesperados, la luna de los raídos suburbios.

Te ofrezco la amargura de un hombre que ha mirado largo y tendido a la solitaria luna.

Te ofrezco mis ancestros, mis muertos, los fantasmas que los vivientes han honrado en mármol:
el padre de mi padre muerto en la frontera de Buenos Aires, dos balas atravesándole los pulmones, barbudo y muerto, rodeado por sus soldados en el cuero de una vaca; el abuelo de mi madre –con apenas veintidós años– encabezando una carga de trescientos hombres en Perú, ahora fantasmas en caballos desvanecidos.

Te ofrezco cualquier revelación que puedan tener mis libros, cualquier masculinidad o humor en mi vida.

Te ofrezco la lealtad de un hombre que nunca ha sido leal.

Te ofrezco el núcleo de mí que he guardado, de algún modo: el corazón central que no trata con palabras, no trafica con sueños, y no ha sido tocado por el tiempo, por las alegrías, por las adversidades.

Te ofrezco el recuerdo de una rosa amarilla vista en el ocaso, años antes de que nacieras.

Te ofrezco explicaciones sobre vos, teorías sobre vos, auténticas y sorprendentes noticias sobre vos.

Puedo darte mi soledad, mis tinieblas, el hambre de mi corazón; estoy tratando de comprarte con incertidumbre, con peligro, con derrota. 

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