Salingxer y «Teddy»

A los «Nueve cuentos» de Salinger se los recuerda en primer lugar, por su calidad; en segundo lugar, por la saga de la familia Glass en particular en su primer relato «Un día perfecto para el Pez Banana»; en tercer lugar por ese cuento extraordinario que se llama «Para Esmé, con amor y sordidez»; y yo agregaría en cuarto lugar el cuento «Teddy», ese niño superdotado que aún no tiene diez años y muy al estilo de los modelos de Salinger. 
Teddy viaja en un trasatlántico con sus padres que representan al hijo en las entrevistas y concursos en los que participa en su carácter de «Niño genio». En los primeros párrafos Salinger lo presenta y la descripción que hace de él es una de las descripciones más poéticas que he leído, poética en el típico tono «salingeriano».    
 
 
 
Teddy giró la cintura, sin cambiar la posición vigilante de sus pies sobre la maleta, y dirigió a su padre una mirada inquisidora, franca y pura. Sus ojos, de un color castaño pálido, no muy grandes, eran levemente bizcos, el izquierdo más que el derecho. No eran tan estrábicos como para desfigurarlo, ni siquiera para llamar la atención a primera vista. Eran sólo lo bastante bizcos como para mencionarlo, y sólo en relación con el hecho de que uno tenía que pensarlo larga y seriamente antes de desear que fueran más derechos, o más profundos, o más oscuros, o más separados. Su cara, tal cual era, transmitía la sensación, aunque oblicua y lenta, de la verdadera belleza.
 

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