Luis Cernuda

Federico García Lorca sostuvo que Luis Cernuda era el mejor poeta de su generación, el poeta que más a fondo había ido en lo que Octavio Paz calificó como una verdadera autobiografía espiritual expresa en el título del libro que reúne a su poesía «La realidad y el deseo», una relación -realidad y deseo- que estuvo muy lejos de ser armónica. 
Tus ojos son los ojos de un hombre enamorado; tus labios son los labios de un hombre que no cree en el amor. Entonces dime el remedio, amigo, si están en desacuerdo realidad y deseo.

Cernuda nació en Sevilla como Bécquer, fue discípulo de Salinas y André Guide quien lo animó a asumir su condición de homosexual. Asimismo fue un antifascista convencido que jamás pudo regresar a España y murió en México en 1963. Este fragmento da cuenta de las relaciones complejas que establecía entre libertad, religión ateísmo y signos de preguntas.

 

Sólo resta decir: me pesan los pecados / que la ocasión o fuerza de cometer no tuve. / He vivido sin ti, mi Dios, pues no ayudaste / esta incredulidad que hizo triste mi alma. / Héme aquí ya vencido, presa fácil ahora / de tus ministros, cuyas manos alzadas / remiten o condenan a los actos del hombre. / Pero ¿quién es el hombre para juzgar al hombre?.

Su poesía es íntima, bella, limpia: Libertad no conozco sino la libertad de estar preso en alguien

cuyo nombre no puedo oír sin escalofrío

 pero sobre todo es una poesía que modifica el tradicional punto de vista fundado por el romanticismo y que supone que la tarea del poeta es transmitirle a los lectores sus sentimientos. Pues bien, Cernuda supone que el poeta no transmite «sentimientos», crea situaciones que le permiten al lector vivir no «sentimientos» sino situaciones en las que deberá arribar a sus propias conclusiones, si es que dispone de la sensibilidad para hacerlo. 

 
 
 
Dos poemas de Luis Cernuda
 

SI EL HOMBRE PUDIERA DECIR

Si el hombre pudiera decir lo que ama,
si el hombre pudiera levantar su amor por el cielo
como una nube en la luz;
si como muros que se derrumban,
para saludar la verdad erguida en medio,
pudiera derrumbar su cuerpo, dejando sólo la verdad de su amor,
la verdad de sí mismo,
que no se llama gloria, fortuna o ambición,
sino amor o deseo,
yo sería aquel que imaginaba;
aquel que con su lengua, sus ojos y sus manos
proclama ante los hombres la verdad ignorada,
la verdad de su amor verdadero.

Libertad no conozco sino la libertad de estar preso en alguien
cuyo nombre no puedo oír sin escalofrío;
alguien por quien me olvido de esta existencia mezquina
por quien el día y la noche son para mí lo que quiera.
Y mi cuerpo y espíritu flotan en su cuerpo y espíritu
como leños perdidos que el mar anega o levanta
libremente, con la libertad del amor,
la única libertad que me exalta,
la única libertad por que muero.

Tú justificas mi existencia:
si no te conozco, no he vivido;
si muero sin conocerte, no muero, porque no he vivido.


 
 
TE QUIERO

Te lo he dicho con el viento,
jugueteando como animalito en la arena
o iracundo como órgano impetuoso;

Te lo he dicho con el sol,
que dora desnudos cuerpos juveniles
y sonríe en todas las cosas inocentes;

Te lo he dicho con las nubes,
frentes melancólicas que sostienen el cielo,
tristezas fugitivas;

Te lo he dicho con las plantas,
leves criaturas transparentes
que se cubren de rubor repentino;

Te lo he dicho con el agua,
vida luminosa que vela un fondo de sombra;
te lo he dicho con el miedo,
te lo he dicho con la alegría,
con el hastío, con las terribles palabras.

Pero así no me basta:
más allá de la vida,
quiero decírtelo con la muerte;
más allá del amor,
quiero decírtelo con el olvido.

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