Ernesto Cardenal

Ernesto Cardenal tiene más de noventa años y sigue escribiendo y meditando actividades que en él suele ser la expresión de un mismo acto. En estos días hizo declaraciones muy duras contra la dictadura de Daniel Ortega y se
solidarizó con las manifestaciones juveniles que fueron reprimidas a sangre y fuego por un régimen que parece muy interesado en parecerse cada vez más al somocismo, no solo por su actividad represiva sino también por los intereses económicos que representa. 
«Levántense todos. También los muertos», escribió Cardenal, el monje trapense que en su momento con las armas de la poesía y «la crítica de las armas»,  fue uno de los opositores más consecuentes contra la dictadura de los Somoza. Cardenal fue uno de los dirigentes más representativos de la resistencia contra Somoza y cuando el FSLN tomó el poder fue ministro del gobierno encabezado ya entonces por un Daniel Ortega que con traje verde olivo acababa de bajar de la sierra. Él y su hermano Humberto -con quien hoy está peleado a muerte- mientras su otro hermano Camilo era uno de los tantos mártires que murieron con el fusil en la mano peleando contra la Guardia Nacional. 
De aquellas jornadas han pasado más de cuarenta años. La revolución sandinista y sus ideales liberadores degradó en dictadura corrupta, represiva y clerical. El símbolo de esa corrupción fue la nefasta «piñata», es decir, el saqueo de los recursos del estado después de la derrota electoral frente a Violeta Chamorro, saqueo que motivó que dirigentes como Cardenal o Sergio Ramírez, entre otros, rompieran con el régimen de Ortega y su esposa. Lo interesante de estos dos poemas escritos contra Somoza es que por esos caprichos de la historia adquieren una rigurosa e inquietante actualidad. Cambien el nombre de Somoza por el de Ortega y la crítica en lo fundamental  es la misma, porque una vez más se verifica que la verdadera poesía es la que va al fondo de las cosas y nunca pierde actualidad.  También en estos poemas puede apreciarse el denominado estilo «exteriorista», la corriente estética fundada por Cardenal para pensar y escribir una nueva poesía.   
 
 
 
                    BARRICADA
Fue una tarea de todos.
Los que se fueron sin besar a su mamá
para que nos supiera que se iban.
El que besó por última vez a su novia.
Y la que dejó los brazos de él para abrazar un Fal.
El que besó a la abuelita que hacía las veces de madre
y dijo que ya volvía, cogió la gorra, y no volvió.
Los que estuvieron años en la montaña. Años
en la clandestinidad, en las ciudades más peligrosas que la montaña.
Los que servían de correos en los senderos sombríos del norte,
o choferes en Managua, choferes de guerrilleros cada anochecer.
Los que compraban armas en el extranjero tratando con gánsters.
Los que montaban mítines en el extranjero con banderas y gritos
o pisaban la alfombra de la sala de audiencias de un presidente.
Los que asaltaban cuarteles al grito de Patria Libre o Morir.
El muchacho vigilante en la esquina de la calle liberada
con un pañuelo rojinegro en el rostro.
Los niños acarreando adoquines,
arrancando los adoquines de las calles
—que fueron un negocio de Somoza—
y acarreando adoquines y adoquines
para las barricadas del pueblo.
Las que llevaban café a los muchachos que estaban en las barricadas.
Los que hicieron las tareas importantes,
y los que hacían las menos importantes:
Esto fue una tarea de todos.
La verdad es que todos pusimos adoquines en la gran barricada.
Fue una tarea de todos. Fue el pueblo unido.

                   MUCHACHOS DE LA PRENSA
Muchachos que salían a diario fotografiados en La Prensa acostados

con los ojos entrecerrados, los labios entreabiertos
como si se estuvieran riendo, como si estuvieran gozando.
Los de la horrenda lista.
O bien salían serios en sus fotitos de carnet, de pasaporte,
tal vez profundamente serios.
Muchachos que aumentaban a diario la lista del horror.

Uno fue a dar una vuelta por el barrio
y lo hallaron tirado en un predio montoso.
O salió para el trabajo, de su casa del barrio San Judas,
y no volvió más.
El que salió a comprar una Coca Cola a la esquina.
El que salió a ver a su novia y no volvió.
O sacado de su casa
y llevado en un jeep militar que se hundió en la noche.
Y después encontrado en la morgue,
o a un lado de la carretera en la Cuesta del Plomo,
o en un basurero.
Con los brazos quebrados,
los ojos sacados, la lengua cortada, los genitales arrancados.
O simplemente nunca aparecieron.
Los llevados por la patrulla del “Macho Negro” o de “Cara e’ León”
Los amontonados en la costa del lago detrás del Teatro Darío.

Lo único que quedó a las mamás de sus físicos,
la mirada brillantes, la sonrisa, planas, en un papel.
Cartulinas que las mamás mostraban como un tesoro en La Prensa.
(La imagen grabada en las entrañas: en esa cartulinita chiquita).
El del pelambre despeinado.
El de los ojos de venado asustado.
Este risueño, picaresco.
La muchacha de mirada melancólica.
Uno de perfil. O con la cabeza ladeada.
Pensativo uno. Otro con la camisa abierta.
Otro con bucles. O con el pelo en la cara. Con boina.
Otro borroso sonriendo debajo de sus bigotes.
Con la corbata de graduación.
La chavala sonriendo con el ceño fruncido.
La chavala en la foto que andaría su novio.
El muchacho en pose en la foto que le daría a su novia.

De veinte, de veintidós, de dieciocho, de diecisiete, de quince años.
Los jóvenes matados por ser jóvenes. Porque
tener entre los quince y los veinticinco años en Nicaragua era ilegal.
Y pareció que Nicaragua iba a quedar sin jóvenes.
Y después del triunfo hasta me sorprendí a veces, de pronto,
ante un joven que en una concentración me saludaba
(yo preguntándole en mi interior: “¿Y vos cómo escapaste?”)
Se les temió por jóvenes.

Ustedes los agarrados por la guardia. Los “amados de los dioses”.
Los griegos dijeron que los amados de los dioses mueren jóvenes.

Será, pienso yo, porque los siempre quedaron jóvenes.
Los otros podrán envejecer mucho pero para ellos
aquellos estarán siempre jóvenes y frescos,
la frente tersa, el pelo negro.
La romana de pelo rubio que murió quedó siempre rubia en el recuerdo.

Pero ustedes, digo yo, no son los que no envejecieron
porque quedaron jóvenes (efímeramente) en el recuerdo
de los que también morirían.
Ustedes estarán jóvenes porque siempre habrá jóvenes en Nicaragua
y los jóvenes de Nicaragua serán ya todos revolucionarios, por
las muertes de ustedes que fueron tantos, los matados a diario.
Ellos serán ustedes otra vez, en vidas siempre renovadas,
nuevos, como nuevo es cada amanecer.

Y lo hicimos.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *