Borges y «Límites»

Más de una vez Borges confesó que su mejor poema o, como le gustaba decir, el menos malo, es «Límites», ese logro «de la modesta y secreta complejidad».
Hay dos versiones de «Límites». Cito ahora la de ocho líneas publicada en «El Hacedor» en 1960 y firmada por un tal Julio Platero Haedo (1923).
 
 

LÍMITES

Hay una línea de Verlaine que no volveré a recordar.
Hay una calle próxima que está vedada a mis pasos,
hay un espejo que me ha visto por última vez,
hay una puerta que he cerrado hasta el fin del mundo.
Entre los libros de mi biblioteca (estoy viéndolos)
hay alguno que ya nunca abriré.
Este verano cumpliré cincuenta años;
la muerte me desgasta, incesante.
La otra versión fue incorporada a «El otro y el mismo» de 1964, aunque los exégetas sospechan que se trata de un poema de diez estrofas escrito en 1958 y publicado en el diario La Nación. En cualquiera de los casos, Borges compromete en este poema la mirada de un hombre mayor que se interroga acerca de la muerte y de sus últimos actos. Monólogo, ensayo…en todos los casos lo que se impone es la calidad poética. «Escribir algo que todo el mundo siente o puede sentir», como dijera otro de sus críticos, recordando que todo poema «no es la expresión de un sentimiento sino de una experiencia». Siempre nos estamos despidiendo.
                     LÍMITES
De estas calles que ahondan el poniente,
una habrá (no sé cuál) que he recorrido
ya por última vez, indiferente
y sin adivinarlo, sometido
a quien prefija omnipotentes normas
y una secreta y rígida medida
a las sombras, los sueños y las formas
que destejen y tejen esta vida.
Si para todo hay término y hay tasa
y última vez y nunca más y olvido
¿Quién nos dirá de quién, en esta casa,
sin saberlo, nos hemos despedido?
Tras el cristal ya gris la noche cesa
y del alto de libros que una trunca
sombra dilata por la vaga mesa,
alguno habrá que no leeremos nunca.
Hay en el Sur más de un portón gastado
con sus jarrones de mampostería
y tunas, que a mi paso está vedado
como si fuera una litografía.
Para siempre cerraste alguna puerta
y hay un espejo que te aguarda en vano;
la encrucijada te parece abierta
y la vigila, cuadrifronte, Jano*.
Hay, entre todas tus memorias, una
que se ha perdido irreparablemente;
no te verán bajar a aquella fuente
ni el blanco sol ni la amarilla luna.
No volverá tu voz a lo que el persa
dijo en su lengua de aves y de rosas,
cuando al ocaso, ante la luz dispersa,
quieras decir inolvidables cosas.
¿Y el incesante Ródano y el lago,
todo ese ayer sobre el cual hoy me inclino?
Tan perdido estará como Cartago
que con fuego y con sal borró el latino*.
Creo en el alba oír un atareado
rumor de multitudes que se alejan;
son lo que me ha querido y olvidado;
espacio, tiempo y Borges ya me dejan.

 

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