Williams Carlos Williams

En EEUU, hay una santísima  trinidad poética: Emily Dickinson, Walt Whitman y Ezra Pound. A esa trinidad se incorpora con títulos legítimos Williams Carlos Williams, para más de un crítico el fundador de la nueva poesía norteamericana. También se dice de Williams que su testimonio poético es una prueba concluyente de que los médicos -Williams lo era- son capaces de disponer de sensibilidad literaria. Chicana al margen, Williams fue médico y poeta. Vivió en un pequeño pueblo cerca de Nueva York y necesitó muchos años y muchos esfuerzos remando contra la corriente, en más de una ocasión junto con Ezra Pound, para ser reconocido como un poeta, reconocimiento que adquirió niveles universales después de su muerte, como suele ocurrir en estos casos.
Williams como poeta realmente es «un caso serio». Recuperó el brillo y el sonido de las palabras gastadas por el sentido común y le otorgó a lo cotidiano una dimensión inspiradora. «Hablar de cosas, no de esencias», era una de sus consignas. Las «cosas» con su sonido, sus colores, sus sabores y olores traducidas a palabras  Con Williams hay un ante y un después. Imposible escribir poesía desconociendo su obra.   
     
 
 
 
 
 
PAISAJE CON LA CAÍDA DE ÍCARO
Según Brueghel
cuando Ícaro cayó
era primavera
 
un granjero araba
su tierra
y toda la pompa
 
del año
se despertaba
cosquilleando cerca
 
de la orilla del mar
ocupada
en sí misma
 
sudando bajo el sol
que derretía
la cera de las alas
 
insignificante
más allá de la costa
hubo
 
un chapoteo casi imperceptible
eso era
Ícaro, que se ahogaba.
 


 
 

EL ACTO

Allí estaban las rosas, bajo la lluvia.
No las cortes, supliqué.
No durarán, dijo ella
Pero están tan hermosas
donde están.
¡Bah!, todos fuimos hermosos una vez,
dijo,
y las cortó, y las puso
en mi mano.


 
 
LA CARRETILLA ROJA
 
muchas cosas dependen
de una

carretilla
roja

glaseada con agua
de lluvia

al lado de las gallinas
blancas

 
 
 
 
EL DESCENSO
 
El descenso nos llama
como nos llamaba el ascenso.
La memoria es una especie
de consumación,
una suerte de renovación,
incluso
de inicio, pues los espacios que abre son lugares nuevos
habitados por hordas
de especies
hasta entonces impensadas;
y sus movimientos
se orientan hacia nuevos objetivos
(aun cuando antes hayan sido abandonados).
Ninguna derrota es enteramente una derrota, pues
el mundo que abre es siempre un sitio
hasta entonces
insospechado. Un
mundo perdido,
un mundo insospechado,
abre paso a nuevos lugares
y no hay blancura (perdida) tan blanca como el recuerdo
de la blancura.

Con el atardecer, el amor despierta
aunque sus sombras
-que dependen
de la luz del sol-
se adormecen y se apartan
del deseo.

Despierta así un amor
sin sombras
que ha de crecer
con la noche.

Surgido de la desesperación,
inconcluso,
el descenso
despierta a un nuevo mundo
que es el reverso
de la desesperación.
Para lo que no podemos lograr, lo que
se niega al amor,
lo que perdimos por anticiparnos,
se abre un descenso
sin fin, e indestructible.

 
 
 
 
DESTRUCCIÓN TOTAL
Era un día helado.
Enterramos a la gata,
después agarramos la caja y
la prendimos fuego
en el patio de atrás.
Esas pulgas que se salvaron
de la tierra y del fuego
se murieron de frío.

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