No estoy seguro de que las polarizaciones electorales sean lo más beneficioso para una sociedad, como tampoco dispongo de certezas para sostener que la fragmentación del electorado sea lo más conveniente. Y no lo estoy, porque los años me han enseñado que en política los principios generales no suelen ser los mejores consejeros.
Más interesante que las abstracciones es el “análisis concreto de las situaciones concretas”, el desafío de estudiar los escenarios políticos tal como se presentan y no como nos gustaría que se presenten. En la Argentina, por ejemplo, las polarizaciones desde los tiempos de Yrigoyen, pasando por el peronismo hasta la actualidad, han sido la constante, con sus correspondientes excepciones –claro está- como para que se confirme la regla.
Desde hace un siglo, el bipartidismo fue un casillero ocupado por diferentes nombres, pero fue el casillero principal. A su alrededor navegaron otras opciones, algunas a derecha otras a izquierda que contribuyeron a enriquecer la democracia, pero el eje de la disputa política se dio entre dos opciones, opciones que en la mayoría de los casos se preocuparon por disputar el centro de ese extendido y escabroso territorio en cuyos extremos trajinan la fragua de las opciones ideológicas radicalizadas.
Retornando al “análisis concreto de las situaciones concretas”, observo que en las dos últimas elecciones la polarización se dio entre Cambiemos y el kirchnerismo. Pues bien, tal como se presentan los hechos hay buenos motivos para suponer que esta polarización se mantendrá, entre otras cosas porque persisten las causas que las motivaron en su momento.
Nadie abandona una contradicción mientras continúe provocando chispas. No sé si esta realidad es lo mejor que le puede pasar a la sociedad, pero en principio es lo que le pasa. Por lo menos es lo que pasa hoy.
Macri o Cristina, puede ser una opción fogoneada por el marketing, estimulada desde el poder, alentada por intereses públicos o privados, pero en primer lugar es una contradicción planteada en la sociedad.
No son los esponsores, los artesanos y profesionales de las encuestas, los expertos en publicidad los que la sostienen, sino la sociedad, la gente, como se prefiere decir ahora.
Que Cristina Kirchner disponga de más del treinta por ciento de preferencias no es una maniobra de Cambiemos o una conspiración de Macri, sino una decisión de la sociedad y en particular, del peronismo. Dicho con otras palabras: para bien o para mal el responsable de la popularidad de Cristina es el peronismo. Si esta realidad le conviene o no a Macri es, en todo caso, una conclusión posterior.
¿Efectivamente es Cristina la política más representativa del peronismo? En lo personal no tengo ninguna duda. Si en algo coinciden sus adversarios y leales es en admitir que no solo es la más representativa, sino que no se avizora en el horizonte nadie que le haga sombra o levante polvareda. ¿Que Urtubey es más joven, que Massa es más lindo, que Pichetto es más rosquero, que Lavagna sabe más de economía…? Puede ser, pero si en el fútbol, goles son amores, en política votos también son amores, aunque esos amores duren un verano.
¿A Macri le conviene esta polarización? Es evidente que si, pero el culpable de que Cristina sea la preferida de millones de peronistas no es Macri, un presidente que, como todo presidente, debe lidiar con bastantes culpas y dilemas como para que encima lo hagan cargo de las preferencias que en los arrabales del Conurbano despierta Cristina.
¿Por qué Cristina? No hay una sola explicación, pero lo que en principio parece quedar muy en claro es que ella es la candidata que mejor representa aquello que Sebreli bautizó como “los deseos imaginarios del peronismo”, ese entramado de esperanzas, resentimientos, ilusiones y odios que se incuban históricamente en las franjas de una sociedad.
¿Cristina es la candidata que le conviene a Macri? Puede ser. ¿Macri es el candidato que le conviene a Cristina? Puede ser. Lo seguro, en todos los casos, es que la contradicción expresa a millones de argentinos y la expresa porque la contiene en una coyuntura histórica precisa.
¿Hay otras opciones? Las hay por supuesto. Sus principales dirigentes se quedan afónicos reclamando el derecho a representar ese “tercer camino” diferente “al fracaso de Macri y al fracaso de Cristina”. Puede que tengan razón, puede que estén en lo justo, pero el problemita que tienen es que carecen de votos o de los votos necesarios como para terciar en el debate. Aclaro: por lo menos hasta la fecha no los tienen.
En las elecciones de octubre los votantes encontrarán en el cuarto oscuro muchas boletas. Olmedo y Espert a la derecha; los socialistas, Alfonsín y Stolbizer en el progresismo; los troskistas a la izquierda. Todas opciones legitimas y muchas de ellas enriquecedoras de la democracia, pero para la desdicha de varios, todos los astros y los oráculos insisten con la letanía de “Macri o Cristina” como la expresión de la contradicción decisiva que deberá asumir la sociedad.
¿Inevitablemente será así? En historia y en política la palabra inevitable no existe. En seis meses pueden pasar muchas cosas… o no. Lo apasionante de la política y del devenir de las sociedades es que la última palabra nunca está dicha, o nunca se termina de decir, o nunca se entiende del todo, o lo que se entiende no se lo entiende a tiempo.