Macri y Cristina

Tal como se presentan los acontecimientos, muy bien podría decirse que todas las interpretaciones están permitidas, pero no así las conclusiones. Más allá de los deseos, los intereses y la pasiones, la palabra «incertidumbre» parece ser la dominante en la actual coyuntura.

El presente no nos convence, el pasado nos repele y el futuro nos acongoja. En otros tiempos para sintetizar esta realidad hubiéramos recurrido al concepto de crisis, concepto mucho más interesante que la palabra «grieta», usada y abusada hasta el cansancio, sin que nadie pueda ponerse de acuerdo en qué quiere expresar realmente.

ADEMÁS

Propongo, por lo tanto, para empezar a caminar en medio de la niebla, pero al menos con algo parecido a una brújula, que eliminemos esa palabra del vocabulario político por haberse transformado en un lugar común y en más de un caso en una coartada o excusa, hasta el punto de que la palabra que en su momento fue un sustantivo para describir una posible realidad hoy devino una imputación. La grieta siempre está cavada por el otro, la grieta es responsabilidad del otro y, lo más grave aún, la grieta es la imputación que se suele hacer no para aludir a un conflicto, sino para eludir la acción de la Justicia.

Si esto es así, digamos que en la Argentina lo que hay son conflictos, contradicciones, diferencias y alineamientos políticos históricos que se reiteran y en algunos casos se empecinan. «Macri o Cristina» es algo más que una manipulación del poder, el empecinamiento de dos dirigentes o la maniobra mediática de periodistas fulleros. Les guste más a unos o a otros, es una contradicción real instalada en la sociedad con sus cuotas de prejuicios, resentimientos y esperanzas.

No toda la sociedad se siente contenida por esta contradicción, pero sin duda que sectores mayoritarios la sienten y la viven como propia. La contradicción podrá satisfacer a unos más que a otros, sus titulares podrán satisfacernos más o menos, pero en todas las circunstancias lo que resulta difícil, por no decir imposible, es negarla o subestimarla.

Una mención a cierta sabiduría política práctica merece hacerse. Polarizar un proceso electoral, constituir una contradicción intensa es el objetivo deseado y no siempre explicitado por todo dirigente político que merezca ese nombre. Para bien o para mal, las elecciones se ganan polarizando, estableciendo antinomias que serán falsas o verdaderas según los grados de adhesión que logren en cada caso y según el horizonte histórico que logren forjar o despejar.

Fuente: LA NACION

Aceptada entonces la noción de que las contradicciones son legítimas en la vida social y sobre todo en los procesos electorales en los que la competencia es el rasgo distintivo, corresponde preguntarse hasta dónde esas contradicciones mantienen su representatividad. Recordemos al respecto que las contradicciones son construcciones históricas y así como se forjaron pueden derrumbarse porque perdieron actualidad o porque uno de los polos no supo sostener esa tensión y su caída abrió espacios a otras alternativas.

«Macri o Cristina» es una contradicción legítima, pero no está escrito que se sostendrá más allá de los avatares y las turbulencias de la política. Toda polarización política está siempre acechada por la «tercera opción». En nuestro caso, «el tercer hombre» es Roberto Lavagna. Que la antinomia «Macri o Cristina» tenga sus dificultades visibles para sostenerse no quiere decir que la denominada tercera opción transite de aquí en más por un lecho de rosas. Construir un nuevo liderazgo, alinear detrás de propuestas y carismas a una mayoría política es una tarea ardua sin resultados garantizados, algo que no debería desesperar a un político con sangre en las venas, porque por definición siempre la política está asediada por la incertidumbre y el desafío de todo político es reducir esa incertidumbre al mínimo, porque la persistencia de la incertidumbre da como resultado más oscuridad y por lo tanto más miedo.

A diferencia de Macri Cristina, Lavagna no carga con el desgaste de gestiones presidenciales, tampoco con impugnaciones que pongan en tela de juicio su honorabilidad personal, pero al mismo tiempo no se ignora que esas «comodidades» se disfrutan porque Lavagna aún no ha tenido que ensuciarse las manos y embarrarse los zapatos en los charcos y lodazales del poder.

Lavagna se sitúa hoy en un lugar expectable y si se quiere privilegiado. Es más o menos peronista, más o menos progresista, más o menos moderno, más o menos conservador. La seducción de esa presentación se contrasta con el vacío que esa ambigüedad suscita. Lavagna no sería el primer dirigente que desde la ambigüedad política construye un liderazgo fuerte. Sin ir más lejos, Perón e Yrigoyen en el siglo XX supieron hacer de esa ambigüedad inicial el soporte de su poder político. Lo que hay que preguntarse con respecto a Lavagna es si dispone de agallas personales y políticas y de la inevitable cuota de «fortuna» para traducir en términos de poder esa posibilidad que le abre la historia.

¿Y cómo están Macri y Cristina? El problema del Presidente es que con el actual escenario económico y social se hace muy difícil ganar elecciones. Digo difícil, no imposible, pero para transitar el tramo que va de lo imposible a lo posible es necesario salir de la monotonía de las malas noticias a la novedad auspiciosa de las buenas noticias, tarea que no necesariamente incluye demagogia o populismo.

Si esto no ocurriera, a no sorprenderse por los resultados. Una vez más insisto en que los pronósticos en política no son más que pronósticos, pero a no olvidar que si bien uno más uno no siempre es dos -como postulan algunos matemáticos- a nadie se le escapa que la mayoría de las veces uno más uno es dos.

Con respecto a Cristina, el problema no es su presente, sino su pasado o, para ser más preciso, ese capítulo singular de su pasado que es su prontuario, un currículum que exige rendir cuentas más allá de la grieta, del conflicto incluso de los posibles consensos, que nunca pueden ser la coartada para limpiar un prontuario.

Puede que los errores de Cambiemos la hayan fortalecido, pero convengamos en que hasta tanto alguien demuestre lo contrario, Cristina no solo es presidenciable, sino que además es la dirigente más representativa que ha podido forjar el peronismo en los últimos quince años. Cristina no mantiene actualidad porque Macri es presidente y «con ella estábamos mejor». Mantiene actualidad porque en el devenir del actual proceso político es la dirigente peronista que mejor contiene a los seguidores de esa fuerza política.

Y si el conflicto suele ser la práctica cotidiana de la política, el consenso puede pensarse como su objetivo histórico. Presentadas así las cosas, consenso y conflicto no tendrían necesariamente que ser antagónicos. El gran desafío de la democracia es precisamente conjugar estas dos posibilidades. Una democracia fundada exclusivamente en el conflicto corre el riesgo de deshacer la nación o algo peor; pero una democracia que niegue el conflicto corre el riesgo de la unanimidad o de precipitarnos hacia la muerte de la política.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *