Un «punto final» para las causas de corrupción

Un analista político sostuvo hace un par de semanas que hasta la fecha no había candidatos presidenciales efectivos. Y los que se anunciaban como tales no estaban confirmados, incluso algunos eran impugnados por dirigentes de sus propios espacios políticos. Tampoco las coaliciones parecían muy firmes. En Cambiemos, no solo era opinable la candidatura de Mauricio Macri , sino también la calidad de los acuerdos. La reciente convención de la UCR cerró los costados más ásperos de ese debate, pero las disidencias siguen latentes.

En el kirchnerismo, a la incógnita que representaba la candidatura de Cristina , los cabildeos alrededor de sus decisiones personales, se sumaron el impacto y los consecuentes interrogantes que genera un Alberto Fernández devenido candidato designado por quien, si todo sale bien, debería ser su vicepresidenta.

Por último, la llamada «avenida del centro» tiene serias posibilidades de quedar reducida a una calle angosta. Acá, tampoco el capítulo está cerrado, pero los últimos párrafos no alientan un final feliz. Hubo un momento de euforia con el triunfo electoral de Juan Carlos Schiaretti en Córdoba, pero a partir de allí comenzaron las disidencias, a tal punto que muy bien podría decirse que la «ancha avenida del centro» hace agua por muchos lados.

Por lo pronto, Roberto Lavagna dio un portazo y la avenida del centro está a punto de inaugurar una doble mano para solaz de los titulares de la «brecha». Desde el corazón de la denominada Alternativa Federal, el candidato con más votos, Sergio Massa , prepara las maletas para mudarse a los campamentos del kirchnerismo. Massa ha calificado a Macri como el adversario principal, y si las palabras algo sugieren, las suyas dan a entender que su lugar es sumar fuerzas con los K para derrotar al actual gobierno. La decisión de Massa estaría en contradicción con sus dichos en otros tiempos y en otras tribunas, aunque, a modo de consuelo, «el bello Sergio» puede pensar que también Alberto dijo sobre la Señora palabras durísimas, palabras que iban más allá de la legítima disidencia política, palabras que no solo imputaban un error, sino conductas cercanas a la jurisdicción del Código Penal. Y, sin embargo, allí está: consejero, candidato y hombre de confianza.

Más allá de idas y venidas, lentamente el paisaje político intenta despejarse. Mauricio Macri seguramente será el candidato de Cambiemos y el interrogante abierto es su compañero de fórmula, un tema importante pero no decisivo cuando la cabeza del poder está decidida. Al respecto, nunca olvidemos que un vicepresidente en nuestro sistema político es más un símbolo que una función. También puede llegar a ser el heredero para el próximo mandato, y ya sabemos que en algunas circunstancias la conspiración contra el poder se gestó en esas oficinas. Juárez Celman, por ejemplo, fue una víctima de su compañero de fórmula, el Gringo Pellegrini. Pero, más allá de episodios puntuales, por lo general los vicepresidentes son prisioneros de la maldición de Sarmiento: «Su tarea principal es tocar la campanilla que anuncia el inicio de sesiones en el Senado».

En el kirchnerismo la situación posee sus propias complicaciones. La fórmula Fernández-Fernández está confirmada, aunque siempre queda abierto el interrogante sobre la calidad de un liderazgo político cuyos inesperados golpes de timón suelen ser considerados por sus seguidores inspiraciones geniales de una conductora carismática.

Cualquier opinión que se pueda dar acerca del destino de esta «jugada» política que coloca a Alberto F. como candidato a la presidencia, sería apresurada y se parecería más a un deseo que a una opinión. Por lo pronto, se supone que Alberto F. se esforzará por conquistar a ese electorado de centro, desengañado con Macri y que reconocería en él los signos de moderación que le niegan a Cristina. Así presentado el operativo, parece ser muy seductor, pero hasta al observador más distraído no se le escapa que ese objetivo no es fácil de lograr. En principio, lo que no parece ser muy evidente es que Alberto F. sea creíble para esos sectores medios; incluso que sea creíble para ciertos votantes K que no olvidan aquello que su jefa parece estar más dispuesta a olvidar.

Es que no está escrito en ninguna parte que Alberto F. encarne esa deseable moderación. Cuando fue ministro en los tiempos de Néstor podían atribuírsele varias virtudes, menos la de la moderación. Lo que en todo caso resulta sorprendente son las virtudes que le atribuyen como candidato: capacidad de diálogo, respeto a las libertades, hábitos republicanos, apertura intelectual, racionalidad económica, comprensión del lugar que le corresponde a la Argentina en el mundo… Ahora bien, si todas estas virtudes de Alberto F. fueran reales, habría que señalar a continuación que esa suma de virtudes es antagónica a las virtudes de Cristina. En esa línea de razonamiento, lo más asombroso es que Alberto F. sería potable políticamente para la sociedad porque encarna lo opuesto a lo que Cristina expresa en Sinceramente.

¿Por qué Cristina eligió a Alberto F.? Imposible saberlo. En el kirchnerismo no se delibera, se obedece. Y se obedece a la jefa, que toma las decisiones que se le ocurren, aunque meses o años después sus seguidores se enteren de que, por ejemplo, la elección de Amado Boudou como vicepresidente no la produjo su inspiración genial, sino una sugerencia de su amadísima hija. No sé si en la historia de los Estuardo, los Braganza, los Borbones, los Tudor o los Romanov, una reina se hubiera atrevido a semejante desplante.

Alberto F. no es -qué duda cabe- ni Macri ni Lavagna. Tampoco es exactamente Cristina, pero ahora sabemos que en lo que importa sí se parece mucho a ella. ¿Y qué es lo que importa? Varias cosas, pero la primera, como él mismo se ocupó de verbalizar, es poner punto final -nunca como ahora mejor empleado este término- a los juicios contra la corrupción, la corrupción de su gobierno, se entiende. Punto final para ella. Y para compañeros y socios, algo parecido a una obediencia debida. ¿Obediencia a quién? No importa a quién. Lo que importa es que «los presos políticos» salgan de la cárcel. Lo demás son juegos de palabras.

Otra posible interpretación es que Alberto F. es el mascarón de proa de la fórmula porque el «sistema» lo aceptaría. Detrás de él estaría Cristina liderando la revolución nacional y popular contra el sistema. ¿Qué es el sistema para el kirchnerismo? No lo sabemos bien -y me temo que muchos kirchneristas tampoco lo saben-, pero, atendiendo a su retórica, vendría a ser algo así como la traducción en el orden nacional de lo que para el viejo peronismo representa la sinarquía internacional.

¿Cristina líder de una revolución nacional y popular? Solo una lectura intoxicada deGame of Thrones podría especular con semejante disparate. No nos engañemos al respecto. El programa máximo de Cristina es una fantasía que merodea por las inmediaciones de la Venezuela chavista, pero su programa real, efectivo, indispensable, es su libertad y la libertad de los principales operadores de la cleptocracia que lideró con su marido durante doce años. » E tout le reste est littérature«, como alguna vez escribió el pobre Verlaine.

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