Ni las persistentes lluvias, ni el insólito apagón de la jornada impidieron que las elecciones en la provincia de Santa Fe se celebrasen con absoluta normalidad. Acerca de los resultados, caben las más diversas interpretaciones, pero previo a las conclusiones a las que cada uno pueda arribar, lo que importa destacar son dos cuestiones decisivas: la calidad del sistema político provincial y la fortaleza de su sociedad civil. Esto significa, por un lado, la vigencia de instituciones estatales fuertes, partidos y coaliciones consolidadas y saludables hábitos de convivencia.
Asimismo, Santa Fe se distingue por la vigencia de instituciones privadas y civiles constituidas en opinión pública, que alientan las inevitables diferencias pero también los necesarios consensos. Es que el adecuado funcionamiento institucional no corrige automáticamente errores, desequilibrios, incluso injusticias, porque la aspiración de la política democrática no es la perfección sino la previsibilidad.
En la campaña electoral, temas como la inseguridad, la salud, la educación estuvieron presentes y no escasearon las imputaciones y, en más de un caso, las críticas duras; pero el dato más digno de destacar acerca de estas discordias es que los protagonistas en todo momento se propusieron disputar el centro del escenario, un centro que es signo de moderación, pero también de equilibrio, en una provincia con diversidades regionales y tradiciones sociales y políticas consideradas decisivas para la modernización de la Argentina.
La primera exigencia para evaluar un proceso electoral es observar cómo quedó distribuido el poder sobre los principales centros de decisiones. También en este caso lo que se impone al primer golpe de vista es el equilibrio: un oficialismo que ejerce el Poder Ejecutivo, una oposición que será mayoría en Diputados y una cámara de Senadores –tal vez el espacio de poder más anacrónico- en el que también habrá un equilibrio de fuerzas.
Conclusiones parecidas pueden hacerse acerca de las gestiones comunales y municipales, por lo que el próximo gobierno de Omar Perotti deberá gobernar estableciendo acuerdos, gestionando consensos, una certeza que se ocupó muy bien en destacar al momento de proclamar su victoria electoral, convocando al dialogo constructivo a los principales líderes de la oposición: Bonfatti y Corral.
Santa Fe, en estas elecciones, cambió de signo político, pero dudo de que haya cambios significativos más allá de los que impongan las circunstancias o las particulares visiones de los nuevos funcionarios. En todos los casos los cambios serán graduales y, en lo cotidiano, es muy probable que se imponga una continuidad sinuosa con avances y retrocesos.
Conociendo a las nuevas autoridades se descartan aventuras o saltos al vacío o corrimientos a los extremos del arco político. Ni Perotti responde a ese modelo de dirigente, ni la sociedad civil lo permitiría, mucho menos una oposición consolidada y ducha en el ejercicio de los controles.
Curiosamente, Santa Fe es la primera provincia en la que el oficialismo local es derrotado cuando existe un amplio consenso en que la gestión del gobernador Lifschitz fue buena, no muy buena ni mucho menos perfecta, pero digna y ejercida por políticos que más allá de las diferencias siempre fueron ponderados como hombres decentes.
¿Y entonces, por qué perdieron? No hay una sola respuesta a esta pregunta, pero queda claro que los socialistas no perdieron porque su gobierno fuera un desastre, sino porque, tal vez, doce años de gestiones desgastan, porque se puede gobernar con la mejor buena voluntad pero en política los imponderables siempre acechan y la posibilidad cierta de equivocarse o no prever la emergencia de conflictos siempre están presentes. El socialismo perdió el gobierno pero no perdió poder político en la provincia. Algo parecido podría decirse de Cambiemos, aunque en este caso la pérdida de poder territorial es más marcada.
Señalaría por último, un dato local que merece ser tenido en cuenta: el peronismo en la provincia es una poderosa fuerza política que en estas elecciones pudo reconstituirse a través de un liderazgo moderado. Y al respecto habrá que ver cómo sus diferencias internas se manifiestan a la hora de distribuir las cuotas de poder, sobre todo cuando esas diferencias internas se proyectan al orden nacional.
El arco político santafesino desde hace muchos años se manifiesta a través de lo que por comodidad podríamos calificar “de tres tercios”, los mismos que han estado presentes en los recientes comicios y que, más allá de sus posicionamientos continuarán protagonizando el “juego político”.
En democracia, se sabe, el ganador no es el dueño exclusivo de la verdad y el perdedor no es el titular del vicio o de alguna otra anomalía y, como la experiencia lo ha demostrado, el ganador de hoy es el perdedor de mañana y viceversa, porque, el otro dato distintivo de la provincia es la posibilidad real de la alternancia, garantizada por una Constitución que impide las reelecciones y por lo tanto la consolidación de dinastías y oligarquías políticas.
La previsibilidad, por lo tanto, parece ser el signo distintivo de la política santafesina. Una previsibilidad que incluye la tarea de gobernar del oficialismo y la tarea de control al poder de la oposición, una previsibilidad que no excluye las disidencias pero les da cauce mientras propicia aquellos entendimientos que hagan posible la gobernabilidad.