La película se llama “El vicepresidente. Más allá del poder”. Escrita y dirigida por Adam McKay, un cineasta conocedor de los entresijos del poder, como lo demostró en otra de sus películas “La gran apuesta”, acerca de la crisis financiera de 2008 en EEUU. En el caso de “El vice…”, McKay filma una biografía política y privada de Dick Cheney, vicepresidente de George Bush (h) durante sus dos períodos; es decir, durante ocho años.
La película nos cuenta que Dick Cheney hasta el momento de ser “el vice” ha sido un típico “tiburón” del Partido Republicano durante los últimos treinta años: funcionario de Richard Nixon, Gerald Ford y George H. W. Bush. Jefe de gabinete, legislador, secretario de Defensa, conocedor de los vericuetos íntimos del poder, partícipe directo o indirecto de las principales decisiones de la política exterior yanqui, más inescrupuloso que inteligente; más preocupado por su destino individual que por el destino de la nación; obsecuente y servil con los poderosos, arbitrario y despótico con los más débiles, es, al mismo tiempo, un buen marido y un padre preocupado por el destino de sus hijas, incluso comprensivo de sus “debilidades”, como es el caso de Mary, quien se declara lesbiana en un hogar en el que públicamente se condenan esas “ desviaciones sexuales”, aunque a la hora de vivirlo como experiencia familiar los Cheney se revelan como sorprendentemente aperturistas y comprensivos .
Cristina Kirchner y Alberto Fernández. Foto: Alejandro Pagni / AFP
Dick ha sabido combinar muy bien sus intereses políticos con sus intereses privados. No bien se retira de la política, se transforma en CEO de una de las multinacionales del petróleo más poderosos del mundo.
Es en esa etapa de su vida que George Bush (h) le propone que sea su candidato a vicepresidente, propuesta que Cheney en principio rechaza, porque considera que ya ha ejercido el poder en niveles de mucha más responsabilidad. Como le va a decir su astuta mujer –una verdadera lady Macbeth-, el vicepresidente es apenas una figura de adorno, un personaje destinado al protocolo y a veces a mucho menos.
Sin embargo, Cheney va aceptar porque descubre -y este vendrá a ser uno de los chispazos de talento- que el cargo puede ser un formidable espacio de poder atendiendo su conocimiento de la estructura del estado y la débil y viciosa personalidad de Bush (h).
Conclusión: Cheney arregla con Bush que el vice controlará todos los poderes del Estado: la Justicia, el Congreso, los servicios de inteligencia, el manejo de los recursos económicos y energéticos, los estratégicos servicios de inteligencia. Y, como broche de oro, cuando ocurra el atentado terrorista contra las Torres Gemelas, la política exterior y en particular las iniciativas guerreras contra Afganistán primero e Irak después, de hecho las decidirá él, decisión que, ¡oh casualidad!, beneficiará económicamente en una escala geométrica a la empresa petrolera en la que se desempeñó durante las dos presidencias de Clinton.
Retorno al pasado
La película incluye su cuota de ficción, de crítica deliberada a la política republicana, pero hay algo que va más allá de la ideología “neocon”, y es el dato cierto, efectivo, de que Cheney, durante los ocho años de su gestión, transformó a la vicepresidencia en un eficaz espacio de poder.
Tengamos presente, que hasta su llegada a este cargo, los vice podían en el mejor de los casos candidatearse a presidentes después que su superior jerárquico pase a retiro. Es el caso de Harry S. Truman, Richard Nixon, Lyndon Johnson, para mencionar a algunos de los más conocidos. Pero el “aporte” de Cheney a la política norteamericana fue el de transformar un cargo formal, simbólico en un dispositivo de poder real.
La lección algo nos dice a los argentinos, el país donde la vicepresidente candidatea a un presidente. Ya sé..ya sé…Alberto Fernández no es George W. Bush y Cristina Fernández no es Cheney. Las diferencias de contexto, de personalidades políticas son tan visibles que es innecesario destacarlas.
Pero hay algo que el caso Cheney nos obliga a reflexionar, porque lo sucedido nos demuestra que un funcionario que, en la Argentina, Sarmiento calificó como el encargado de tocar la campanilla para dar por iniciadas las sesiones de la Cámara de Senadores, podría dejar de cumplir ese rol “musical” para transformarse en el titular real del poder. Cheney nos enseña que si existen condiciones para ello, es decir, un Ejecutivo débil y voluntad política, el vicepresidente puede ser el que manda. Se trata de conquistar las estructuras del Estado y, por lo tanto, de invertir los roles: resignar al presidente para los actos protocolares, mientras que las decisiones efectivas las toma el vice.
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Es en ese sentido que Cristina Kirchner –en caso de ganar las elecciones- pueda ser algo más que un poder formal o subordinado al titular real. Todas las condiciones están dadas para que así sea. Cristina dispone del capital decisivo de la política democrática: los votos –cosa que Cheney ni soñaba con tener. Dispondrá de senadores y diputados, de fiscales y jueces y, seguramente, de una red de funcionarios que controlarán los resortes decisivos del Estado.
Bush permitió que esto así fuera porque le resultaba cómodo y la investidura –a decir verdad- lo excedía por todos los costados. ¿Alberto Fernández puede que se resigne a lo mismo, o conociendo su personalidad se resistirá a esta solución? Lo dudo. El desequilibrio de poder entre él y Cristina es muy evidente. Alberto lo sabe y Cristina también lo sabe. Y, como se suele decir en estos casos: “Cualquier semejanza con la realidad es pura coincidencia”.