En la recta final

I

A diez días de las elecciones PASO, crece la obvia certeza de que el resultado de las elecciones se conocerá el domingo 11 de agosto sobre el filo de la medianoche, porque en el único punto en el que parecen coincidir la mayoría de las encuestas es que la elección será reñida en el marco de una creciente polarización entre la fórmula kirchnerista y la de Cambiemos. La puja electoral hace perder de vista que en estos comicios legalmente lo que se resuelve -o lo que debería resolverse- son las candidaturas internas de las diversas formaciones políticas, una exigencia legal que de hecho a perdido importancia, no tanto porque todos los candidatos presidenciales lo son sin necesidad de interna partidaria, como por la convicción confirmada en términos prácticos de que las PASO son algo así como una primera vuelta de un singular e informal régimen electoral de ballotage anticipado. Fue en las elecciones presidenciales de 2011 cuando se confirmó por primera vez que si la diferencia entre un candidato y otro era muy marcada, prácticamente quedaba definido el nuevo o, en este caso, la nueva presidente. Si por el contrario, las diferencias entre el primero y el segundo son mínimas o razonables, las PASO cumplen más funciones de una encuesta que de una competencia electoral, por lo que se baraja y se da nuevo. En todos los casos, lo que la realidad se empecina en demostrar es que en estos procesos electorales hay una fecha de más, una convocatoria a la ciudadanía a votar que no cumple con sus reales objetivos. En el futuro es muy probable que las PASO vayan a dormir el sueño de los justos en algún archivo arrumbado en el sótano de algún ministerio, pero mientras tanto, y mientras se mantenga vigente este sistema, el mejor consejo que se le puede dar a la ciudadanía es que el domingo 11 de agosto vaya a votar porque por un motivo o por otro, informales en todos los casos, la elección presidencial puede llegar a resolverse ese 11 de agosto.

II

Para bien o para mal la elección estará polarizada entre Macri y los Fernández, una polarización que despierta las iras de los otros candidatos, pero que les guste o no a ellos, esa polarización expresa, en primer lugar, contradicciones sociales y políticas mayoritarias y reales, y, en un segundo lugar, es el resultado de voluntades políticas interesadas en sostener este tipo de polarización, un logro que a decir verdad todo dirigente político ambiciona y a nadie se le debe reprochar si con métodos legítimos logra aquello que puede ser la clave de la victoria, el objetivo real y práctico de todo candidato. Más confuso es el tema de los candidatos, en tanto en el oficialismo no hay ninguna duda en que el poder simbólico y real reside en Mauricio Macri, mientras que en el kirchnerismo hay una disociación entre el poder real y el poder formal de la fórmula, al punto que con muy buenos fundamentos se asegura que el poder real no reside en Alberto Fernández sino en Cristina, una sospecha que para muchos es en realidad una certeza. Las diferencias entre un Alberto “racional” y una Cristina “combativa”, se extienden a los ejes discursivos y a los sucesivos cortocircuitos que estas diferencias suscitan. ¿Hasta dónde son reales estas diferencias? Es posible que haya en este tema una cuota más o menos importante de impostura, pero al mismo tiempo es factible que estas contradicciones sean reales en el seno del kirchnerismo, la contradicción entre un populismo con cierta afinidad con la legalidad republicana y un populismo abiertamente rupturista como lo expresan las declaraciones de Mempo Giardinelli, Dady Brieva, Aníbal Fernández o, para no irnos por las ramas, se manifiesta con letra escrita en las páginas del libro “Sinceramente”, el texto que, hasta tanto alguien demuestre lo contrario, expresa los objetivos reales del kirchnerismo. Si esto es así, está claro que Cristina es el rostro de ese populismo rupturista y autocrático, mientras que no queda del todo claro si el Alberto es la versión del populismo democrático. Y no queda claro, porque ciertas manifestaciones racionales y democráticas del Alberto se superponen con conductas autoritarias con el periodismo o maniobras desestabilizadoras como reclamar devaluaciones en un tono no muy diferente al que proponían treinta años antes contra el gobierno de Alfonsín los señores Guido di Tella y Domingo Cavallo, el funcionario que, oh casualidad, incluía entonces entre sus colaboradores a un Alberto Fernández que iniciaba en aquellos años su zigzagueante carrera política.

III

Aníbal Fernández asegura que prefiere entregarle sus hijos al señor Ricardo Barreda que a María Eugenia Vidal, una afirmación que si hubiera un mínimo de ecuanimidad política habría dado lugar a que las organizaciones feministas reclamen sanciones contra un político manifiestamente misógino, movilización que no se produjo porque las organizaciones feministas están hegemonizadas por la izquierda y el kirchnerismo y así como en el campo de los derechos humanos las instituciones no abren la boca por las masacres en Venezuela, el feminismo ha decidido hacer un solemne silencio ante los atropellos de algunas de las expresiones más brutales del populismo. Más o menos para la misma fecha, la señora Cristina comparó el hambre de Venezuela con el de Argentina, una afirmación que se desentiende del hecho, si se quiere pavoroso, de los cientos de miles de venezolanos que huyen de ese país y se refugian en la Argentina donde no se cansan de manifestar el agradecimiento a nuestro país porque les abrió la puertas y les permitió insertarse socialmente. Si esto es así -y lo es efectivamente- no se entiende por qué la Señora se permite esa licencia, salvo que ella suponga que los emigrados venezolanos padecen de una desconocida pero patética patología que los empuja a huir de un infierno para marchar al otro. Palabras más, palabras menos, en algo más de una semana Aníbal Fernández y Cristina Kirchner mintieron descaradamente y de la forma más cruel y desconsiderada con la verdad y con la sensibilidad de la gente. ¿Picardía política, cinismo o, como en la célebre fábula del escorpión, los dirigentes kirchneristas de una manera u otra no hacen más que ser leales a su naturaleza?

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